Blog | Permanezcan borrachos

Fascinación por el váter

NO PRESTAMOS al cuarto de baño toda la atención que merece. Es una estancia fascinante, llena de metáforas, en la que a veces ocurren cosas maravillosas, como leer a Sófocles. Yo leí el Borges de Bioy Casares a lo largo de 600 visitas. En los extensos diarios del escritor argentino se encuentra, precisamente, más de una referencia al lavabo. Algunas están tratadas con tanta sutileza que ni siquiera se menciona. Hay que ser muy buen escritor para referirte a algo a lo que en realidad no te refieres. Las referencias de Bioy al baño se encuentran ahí, latentes, como el día que se refiere el encuentro del poeta norteamericano Robert Lowell, dos veces premio Pulitzer, con Borges en la casa que este tenía en el barrio de La Recoleta. El agregado cultural de la embajada americana en Buenos Aires, durante la visita de Lowell a Argentina, organizó una cita con Borges como parte de un plan para estrechar lazos con escritores no comunistas. Ese día la casa del escritor era escenario de una fiesta vagamente íntima. Entre otros, estaba Rafael Alberti, de paso.

Cuando apareció Lowell, se consagró a los martinis y a los cócteles de vodka. No tardó en emborracharse. Incluso sufrió un desmayo, que Borges alivió leyéndole fragmentos de Chesterton. Apenas repuesto, el poeta regresó a la bebida, como si la copa fuese una forma de infancia en la que te sientes a salvo. Entonces, se cruzó con la pareja de Rafael Alberti, María Teresa León, y la empujó al interior del cuarto de baño, donde se encerró con ella. Al otro lado de la puerta había demasiados literatos como para encontrar a alguien que la derribase de una patada. Tuvieron que llamar a personal de la embajada, que se llevó a Lowell dentro de una camisa de fuerza. Nunca se supo qué sucedió de verdad en ese cuarto de baño, aunque cuando años después le preguntaron a Borges qué le perecía la poesía de Lowell, respondió que «quizá podrían gustarme sus poemas si fuera capaz de mantenerse con los pantalones puestos».

Yo pagaría un dineral por ser capaz de escribir una novela en la que la acción transcurra todo el tiempo dentro de uno

En literatura, el váter es una estancia poco explotada. Yo pagaría un dineral por ser capaz de escribir una novela en la que la acción trascurra todo el tiempo dentro de uno, pero soy pobre como una rata y me conformo con escribir novelas en las que sus personajes están en el salón, o la cocina, o el dormitorio. La novela del futuro, me arriesgo a decir una tontería mayúscula, será una novela sobre el váter. Aunque no sería riguroso si no reconociese que ya existen buenas novelas en las que sus personajes frecuentan el cuarto de baño. En ‘El gran momento de Mary Tribune’, de Juan García Hortelano, todo parece trivial mientras una espiral conduce a los personajes por oficinas, juergas, sexo, whiskies y cuartos de baño, por supuesto, donde los personajes mean, se duchan y vomitan sin parar. La insistencia con la que Hortelano hacía a sus personajes entrar y salir del lavabo acabó por motivar las bromas de los amigos. Cuando estaba a punto de sacar nueva novela, Juan Benet siempre lo sondeaba: «¿Esta vez ganan las duchas o los whiskies? Porque hay que ver la cantidad de whiskies y de duchas que toman tus personajes, sale uno completamente borracho de la lectura, pero de lo más limpio». Hortelano lo sobrellevaba. Como era Benet, replicaba comparando sus novelas con ascensiones al Himalaya. «Solo voy por los 150.000 metros», decía para referirse a la página 150.

Pero García Hortelano no es nadie, en materia de cuartos de baño, al lado de Somerset Maugham. Hay personajes en el baño en ‘Servidumbre humana’, ‘El filo de la navaja’, ‘Antes de la fiesta’, ‘La puerta de la oportunidad’, ‘El collar de perlas’ y ‘Mackintosh’. Eso, en obras que yo haya rastreado. Pero la obstinación por transitar por el baño no se acaba ahí. Un domingo, después de regresar de la iglesia, Somerset acudió al váter, se acomodó, y allí sufrió la indisposición que le causó la muerte.

Todos conocemos a alguien que pasa cantidades exageradas de tiempo en el baño


Todos conocemos a alguien, que a veces somos nosotros mismos, que pasa cantidades exageradas de tiempo en el baño, acicalándose, o leyendo. Hace algunos años, viviendo de alquiler en Santiago, estaba yo en el baño con una novela de Vargas Llosa, cuando oí que mi vecino me llamaba a su vez desde su baño. «Tallón, ¿estás ahí?», preguntó. «Sí», respondí, de pronto incómodo por el diálogo. «Me da apuro pedírtelo», confesó, y se quedó en un silencio horizontal y mortecino que duró como cuatro o cinco puntos y aparte, antes de que yo lo rasgase preguntando a qué se refería. Me temía lo peor, pero no conseguía imaginar qué era lo peor. «Me he puesto a leer una revista -me explicó a gritos a través del patio de luces- y resulta que se me han dormido las piernas y no puedo moverme. ¿Tú me echarías una mano?».

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