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Pero qué hijo de p...

PERO QUÉ hijo de puta», comentó Manuel de Lorenzo levantando la vista del periódico. El hijo de puta al que se refería era yo, que me encontraba a su lado. Somos amigos y esta clase de afrentas no nos molestan. Él también es un buen hijo de puta. En realidad, Manuel podía haberse referido a cualquiera. A mí, a Simeone, a Rosa Díez, a Félix de Azúa, a Obama, al camarero del Torgal, qué más da. El tema es otro. No se trata de quién sea el hijo de puta, sino, en general, de qué es y qué no es hijo de puta.

Existe una confusión enorme, casi triste, pues hemos dejado pasar el tiempo sin proponer una aclaración, y unos hijos de puta se han ido superponiendo sobre otros hijos de puta, y ahora todos parecemos hijos de puta. Necesitamos un debate transversal, profundo. Todo está por aclarar. Cómo hay que reaccionar cuando alguien te llama hijo puta. Quién es ese alguien. Qué implica que te llamen hijo de puta. Hasta dónde conviene mostrarse paciente, y cuándo hay que reventar. Dónde se encuentran los límites. ¿Existen los límites? En qué momento es un insulto y cuándo un gesto de fraternización, equivalente a un «te quiero un huevo».

Dónde se encuentran los límites. ¿Existen los límites? En qué momento es un insulto y cuándo un gesto de fraternización, equivalente a un «te quiero un huevo»

La demostración de que el debate urge está en que todos conocemos casos en los que, después de mediar la expresión, el aludido invita a una ronda de cervezas, faltaría más. Entre los conceptos que a menudo expresan lo contrario de lo que significan, hijo de puta ocupa un lugar relevante. En ciertas circunstancias parece ser una expresión muy agradecida, como «qué aproveche» o «buenos días nos dé dios». Pero nunca hay que confiarse. Mucho cuidado. En la misma medida, constan casos en los que, después de esa manifestación -hijo de puta- se produce un crimen horrible. Un crimen no necesita muchos motivos, ni de peso. Tenga presente los ‘Crímenes ejemplares’ de Max Aub, donde se detallan brevemente homicidios para los que se precisaron menos pretextos que llamarle a alguien «grandísimo hijo de puta», o «hijo de puta» a secas. Cito un ejemplo: «Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes miré mi reloj seis veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es un atenuante muy de tenerse en cuenta».

Hay gente que se siente ofendida cuando le dicen «hijo de puta». Cada uno es cada uno. Respetémoslo. Pero sobre todo hay gente, y esto es lo realmente dramático, que no sabe a qué carta quedarse. Faltan referencias, consensos, como cuando hablas de la existencia de Dios. Baste decir que hasta sobran los casos en los que uno se refiere a sí mismo como hijo de puta. Tal vez hayan oído hablar de Thomas DeSimone. Eran un gánster italoamericano, socio de la familia Lucchese de Nueva York. Hacía migas con Henry Hill. Le daba un poco a todo: secuestros, extorsiones, fraudes y asesinato. Además actuaba como una persona violenta, con poca paciencia y modales más o menos toscos. No se confundía con uno de esos tipos que todo el tiempo estaban pidiendo las cosas «por favor, señor». El muy hijo de puta incluso fumaba. Su personaje fue llevado al cine en ‘Uno de los nuestros’, y lo interpretó Joe Pesci. El primer asesinato lo cometió a los 17 años. Iba por la calle con Hill, cuando se fijó en un viandante desconocido. «¡Ey, chupapollas!», le gritó, y sacó una pistola del calibre 38 y lo mató. Hill le recriminó el gesto, pues había sido un crimen a sangre fría, y DeSimone realizó una observación ligeramente autocrítica: «Bueno, soy un hijo de puta».

La evolución del término hijo de puta en el lenguaje coloquial suaviza la gravedad que lo revistió en el pasado. Hoy puede ser un insulto aunque también un apelativo, cuando no un saludo cariñosísimo

La evolución del término hijo de puta en el lenguaje coloquial suaviza la gravedad que lo revistió en el pasado. Hoy puede ser un insulto aunque también un apelativo, cuando no un saludo cariñosísimo. En el pasado, no. Para Joseph Roth, un «hijo de puta» tenía una consideración singular. Durante la Primera Guerra Mundial, el escritor sirvió al ejército austríaco en el regimiento de tiradores, y bajo ese contexto, sostenía que «en las trincheras, diez minutos antes de saltar y enfrentarme a la muerte, yo era capaz de darle una paliza a un hijo de puta que afirmaba no tener tabaco cuando era evidente que lo tenía. El fin del mundo es una cosa, y el hijo de puta, otra. No puedes excusar al hijo de puta aduciendo circunstancias adversas». Es decir, un «hijo de puta» era una cosa seria. No deja de ser seria en la actualidad, salvo que ahora también puede ser una cosa desenfadada, fresca, de mucha risa. Tal vez haga falta, por fin, un pronunciamiento esclarecedor de la Real Academia de la Lengua, donde seguramente hay especialistas en el tema.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso el sábado 28 de marzo de 2015. Se mantiene el idioma original.

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