Blog | Apuntes a máquina

No hay elefantes en Dinamarca

LOS VIAJES al pasado suelen ofrecer una perspectiva interesante cuando se lleva años viviendo en una  ciudad en concreto. Y es que los recuerdos suelen moldearse acordes a la topografía. La memoria tiende a desatender las antiguas versiones del lugar en cuestión y reserva las evocaciones más intensas para las personas u objetos que ya no se encuentran en él.

Todo comenzó a las 4:21 la madrugada del pasado día 1 de agosto de 2014 en la rúa da Caldeirería, en Santiago de Compostela. Puedo detallar con tanta exactitud el momento y lugar de lo que pasó, no porque tenga una memoria de elefante, ni porque ocurriera durante las primeras horas de mis vacaciones de aquel año, sino porque así lo detalla una multa.

No pretendo aburrir con los detalles de aquel encuentro con la Policía Local, ni hacer de este artículo una crónica victimista de las que suelen dejar a los agentes como un par de ogros y a los que estábamos allí como a un grupito de indefensos ciudadanos a su merced. Sería tópico, aburrido y algo inexacto. Sí concretaré que ni antes, durante o después de lo ocurrido faltamos al civismo, que en todo momento nos dirigirnos a la Autoridad con la cordialidad con la que se le debe cuando no hay nada que ocultar, y que el supuesto botellón en la vía pública consistía en unos cinco mililitros de una mezcla de licor, refresco y hielo derretido en sendos vasos de plástico que nos habían dado a un amigo y a mí en el bar del que veníamos y en el que acababan de cortar la música.

Pero como este artículo no va de la multa que injustamente tendré que pagar, daré un salto adelante hasta hace solo unas semanas. Entonces, también estaba en un bar –esta vez dentro– y por casualidad me encontré a una chica con la que solíamos coincidir durante una temporada, unos siete años atrás.

Ella decía que se iba a ir a Dinamarca, a lo que contestó que al final no se fue porque se enamoró

No nos veíamos desde aquellas y no nos saludamos hasta que ella me reconoció. Lo primero que me  dijo fue lo mucho que yo había cambiado desde entonces. Ella seguía exactamente igual. Nos tomamos un par de minutos para ponernos al día sobre qué había sido de uno u otro conocido de aquella época. Le recordé que las últimas veces que coincidimos ella decía que se iba a ir a Dinamarca, a lo que contestó que al final no se fue porque se enamoró, aunque ahora se arrepentía. Luego nos confesamos que ni siquiera recordábamos el nombre uno del otro y nos despedimos diciéndonoslos, con dos besos, como si nos acabáramos de conocer. Fue al final de nuestro encuentro cuando realmente reviví algo que ya había olvidado, un deje pícaro que ella tenía, y es que cuando saludaba solía dar el primer beso en la mejilla muy cerca de la comisura de los labios.

El caso es que unos días después recibí la notificación con la que el Concello rechazaba la reclamación que mi amigo y yo habíamos solicitado por la multa de las primeras horas de mis vacaciones pasadas. La sanción podía ir de los 150 a los 600 euros. Nos la dejaron en 200. El baremo debe depender de las similitudes que haya con un botellón de verdad y de lo chulo que te pongas, así que nos debimos de portar bastante bien.

Interminables etiquetas de whiskys baratos caían como hojas del calendario

En todo caso, 200 euros ya me parece una sablada magistral. Incluso un ojo me saltó de la cara mientras leía la carta para salir disparado hacia una espiral temporal por la que cayó rodando de un modo frenético. A través de él pude ver los años correr de un modo invertido... 2010, 2009, 2008, 2007, 2006, 2005, 2004, 2003, 2002 y con ellos, interminables etiquetas de whiskys baratos caían como hojas del calendario: Loch Castle, Nikol's, Dyc, Queen Margot, Queen Margot 3, Scotish Grocer, Vat 69, Mackain o, en los días especiales, J&B. Resulta vertiginoso, casi dramático, pensar en la de litros y litros de whisky que durante casi una década nos habíamos soplado impunemente en el piso de alguien y lo barato que nos había salido.

Pronto comencé a recordar juergas, hazañas, bailes, anécdotas y personajes que conocimos durante aquella época como la chica que saludaba con un semi-pico y que no fue a Dinamarca por amor y me di cuenta de que podía elaborar una buena lista de ciudades solo jugando a localizar a mis antiguos estudiantes de la USC y compañeros de correrías: Glasgow, Mánchester, Dublín, Frankfurt, Berlín, Argelia; también al otro lado del charco: en Florida y Oklahoma. La mayoría de ellos trabajan ahora como investigadores para otras universidades y, en general, cobran bastante más de lo que cobrarían aquí si hubiesen encontrado trabajo.

Puede que lo de los 200 euros a algunos les parezca un robo o un abuso de autoridad, pero es mucho peor que eso, son políticas de ajuste. Si de verdad les preocupase que la gente se acabe la copa en la calle lo primero que harían sería colocar carteles, como se hace en otros países.

Así es como funcionan las cosas aquí. A menudo se oye hablar de recuperar ese colectivo del que forman parte todos mis amigos en el extranjero a la que se refieren como “fuga de talentos”, como si se tratase de una manada de elefantes que en la estación seca haya tenido que recorrer cientos de kilómetros en busca de una poza y que ya volverá con la llegada del monzón. Me pregunto cómo esperan que vuelvan si muchos no tienen siquiera derecho a votar en estas municipales sin coger un avión, pero sí tienen derecho a votar en el referéndum escocés, por ejemplo. O por qué creen que irían a renunciar a un trabajo estable y de calidad para venir a España, o cómo volvería alguien que se enamore de un danés o una danesa y tenga la oportunidad de ser un ciudadano del país con mejor calidad de vida del mundo.

En realidad, no van a importar los ajustes, cuentas, sumas restas o algoritmos que se puedan plantear para disfrazar la única realidad y es que no hay elefantes en Dinamarca.

Comentarios