Blog | Recto verso

El verano que llega

MAÑANA MISMO acaba junio y comienza esa época equívoca y golosa que llamamos verano. Los que somos hijos de otro tiempo apreciamos diferencias tan grandes entre los de ahora y los de nuestra niñez que cuesta creerlo. Una de las cosas que me asombra es la cantidad de tiempo y dinero que tenía antes la gente. O lo baratas que estaban las cosas. Una de dos.

Vivo en Ribadeo, de modo que pude ver desde siempre a veraneantes deambulando ante la puerta de casa. Sin embargo, los de hace treinta o treinta y pico años eran notablemente diferentes a los de ahora. La gran mayoría, por lo menos los que había aquí, llegaban para pasar la temporada entera. Y por temporada debe entenderse los meses completos de julio y agosto. En muchos casos esa estancia se prolongaba hasta pasadas las fiestas del pueblo, que caen el 8 de septiembre.

Vale que todos tenían una casa aquí y no se tiraban dos meses y medio viviendo en un hotel, pero aún así, es asombroso que se permitiesen esas mudanzas temporales de algo más de una sexta parte del año. En muchos casos el padre no aparecía hasta agosto y en lo que toca a la chavalería buena parte de ellos venían a casa de los abuelos, que seguían viviendo aquí.

Los cambios en la sociedad se reflejan en los hábitos de los veraneantes de A Mariña

En nuestro caso se daban paradojas curiosísimas, como por ejemplo la circunstancia de que la mayor parte de aquella gente apreciaba muchísimo más que nosotros mismos el mar o los placeres de la ría. Mientras nosotros manteníamos una relación de vecindad con esos dos elementos, ellos establecían una de adoración que nosotros casi nunca compartíamos. De ahí quedó aquella frase de que Ribadeo vive de espaldas al mar y que, aunque con el tiempo se fue corrigiendo, todavía sigue siendo cierta en alguna medida.

Ahora me da por pensar a veces cuánto se gastarían aquellas familias en irse durante dos meses fuera de casa. Puede que lo mismo que en casa, aunque lo dudo, porque es obvio que los bares y restaurantes que había (infinitamente menos que ahora) se llenaban hasta arriba de gente, que algo tomarían. O mucho me engaño, o esto ya no pasa. Es cierto que conozco gente de aquella hornada que lo sigue haciendo ahora, aunque están ya jubilados y por lo tanto disponen de tiempo de sobra para ello.

Hay algo en esto que me dice que las cosas cambiaron a peor en lo que a calidad de vida se refiere. Puede que ni los coches ni las carreteras para hacer los viajes fuesen tan lustrosos como ahora ni tuviesen tantos botones, pero eso es un indicativo de que tal vez no estemos avanzando en la dirección correcta.

Por razones que no vienen al caso conocía a un amplio grupo de una numerosa familia que veraneaba ‘de siempre’ en Ribadeo. La gran mayoría, muy buena gente. Ahora les sigo viendo, pero tanto ellos como nosotros caímos en la misma trampa de la vida moderna. Casi todos llegan ahora a Ribadeo a cuentagotas para pasar a veces una semana o dos. Se cuentan con los dedos de una mano los que se tiran aquí un mes entero.

Esto me da que pensar en las relaciones que establecerán sus hijos con los nuestros dentro de unos años. En nuestro caso muchos de ellos se fusionaron con la gente del pueblo en igualdad de condiciones, algo que será complicado en el futuro si solo se tiran aquí 15 días.

Muchos de ellos se fusionaron con la gente del pueblo en igualdad de condiciones, algo que será complicado en el futuro si solo se tiran aquí 15 días

Todavía recuerdo una familia en concreto que el 30 de agosto lo gastaban encerando muebles y engrasando las bicicletas de todos sus miembros que quedaban colgadas, de menor a mayor y cubiertas por una sábana en el garaje hasta el verano siguiente. Era casi un acto de amor.

Mi primer paseo en barca por la ría me lo dio una de esas familias, que todavía tiene ese mismo bote de vela latina, ahora confortablemente atracado en los pantalanes del puerto deportivo con agua corriente y electricidad justo al lado, pero entonces varado en la dársena como algunos otros. Allí hice mi debut y despedida como patrón de una embarcación, preludio de una relación con el mar que nunca fue la mejor, más o menos como si fuésemos la Xunta y el Concello de Ribadeo.

Con otra familia de aquellas me estrené en la sopa de almejas, que me pareció tan exquisita que no sospechaba que pudiese existir algo así.

El paso de los años fue sofisticando las experiencias compartidas hasta que un día debí de leer en alguna parte algo relacionado con el intercambio cultural y deduje que tenía que ser eso: un paseo por tu propio pasado buscando todo lo que te aportaron los portadores de unos veranos que ya no volverán.

EL GUSTO. La gran sorpresa de Elena Candia y de los mindonienses

LA NUEVA presidenta de la Diputación, Elena Candia, había llorado de lo lindo cuando tomó posesión de su cargo de alcaldesa de Mondoñedo hace un par de semanas. Quién le iba a decir que poco después le iba a tocar hacerse cargo nada menos que de la Diputación, cargo al que nunca ocultó que le gustaría acceder. Hay que darle la enhorabuena y también hay que barrer para casa y recordar que los tres candidatos propuestos eran de A Mariña: además de ella, Darío Campos por los socialistas y Antonio Veiga por los nacionalistas. Un día estos dos nos explicarán qué pasó ahí.

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