Blog | Permanezcan borrachos

"Jódete"

Nunca hay que rehuir un improperio porque sí. En ocasiones sirven para respirar por el orificio que abren en la conversación



DURANTE UNA ÉPOCA estudié en un colegio privado, y desde esos días experimento un extraño y salvaje placer cuando alguien dice "Jódete" o "Vete a la mierda", incluso cuando lo digo yo. No son la clase de frases elaboradas que te permitían emplear los frailes para dirigirte a ellos con educación, aunque por dentro las pensabas todo el rato. Aquel exceso de buenos modales que nos enseñaban delataba, en el fondo, una falta absoluta de modales. Nunca hay que rehuir un improperio porque sí. En ciertas circunstancias sirven para respirar por el orificio que abren en la conversación. Si se pronuncian bien, y en el minuto adecuado, constituyen una modalidad de música, como el silencio.

Hace algunas semanas, en una fiesta de Navidad a la que me llevó un amigo, me presentaron a un señor de unos cincuenta años, cordialísimo, y algo antipático, que no dejaba de decir "hay que joderse". No costaba demasiado concluir que, en general, consideraba que el mundo era una puta mierda, aunque no le importaba en absoluto porque había bebida de sobra. Estaba ligeramente borracho, aunque me pareció una de esas borracheras perpetuas, tradicionales, equivalentes a la sobriedad total, en las que el tipo se manejaba con la naturalidad del que está en casa, durmiendo.

Sabía que no iba a encontrar una respuesta que lo dejase con la boca abierta y me hice el listo

En un momento dado nos quedamos a solas, frente a frente, rodeados de un montón de personas que no conocíamos ni de habernos acostado con ellas, y le pregunté a qué se dedicaba, afablemente, con buenos y absurdos modales. No tenía interés alguno en saberlo. Pero pregunté por preguntar. Yo habría preferido saber si quería otro gin-tonic, porque el mío estaba vacío e iba a ir a la barra a reponer, pero los dos teníamos el vaso lleno. Estábamos servidos. Me sentí acorralado y, en la desesperación, le pregunté por su trabajo. "Me ocupo de mis asuntos", me respondió. Sonó a "Yo no tengo trabajo. No me gusta. Un día tuve uno y lo maté". No olvidaré ese instante. En el momento, sentí que era la persona con más clase del mundo. Me podía haber dicho "por qué no te vas a tomar por culo", y en alguna medida me lo había dicho, pero no había sido necesario. Al principio me quedé sin gesto, templado, como si hubiese estado bebiendo para nada. Después de un par de segundos, sin embargo, volví por mis fueros y balbucí un "Ajá" y empecé a asentir. De repente, conocía a la perfección ese tipo de empleos, que hay que estar haciendo continuamente, porque nunca están hechos. Lo compadecí.

Tal vez para darme la oportunidad de resarcirme, a continuación me preguntó a qué me dedicaba yo. Su voz tenía la cualidad de resultar cercana a la vez que fría. Preguntaba por preguntar. Miré mi vaso, que se encontraba por la mitad, y lo maté de un trago, según los modales que había aprendido al salir del colegio. Me pareció que con esa maniobra ya le estaba diciendo, de algún modo, cómo me ganaba la vida. No se inmutó. En realidad, así se la ganaba cualquiera. Meneé el vaso, para que los hielos estirasen las piernas, y con una petulancia innecesaria, le dije secamente: "Soy escritor". En mi cabeza, al acabar de decir eso, pensé: "Jódete". Tampoco entonces se inmutó. Apenas dejó escapar un "Ahh", con doble hache, y a continuación anunció una segunda pregunta, durísima. El muy hijoputa sabía cómo hacerme daño. "¿Y qué clase de libros escribes?", añadió. Esta vez fue él quien bebió todo lo que quedaba en el vaso, y al acabar le movió el suelo a los hielos para que no se durmiesen.

Yo sabía que no iba a encontrar una respuesta que lo dejase con la boca abierta, admirado, y me hice el listo. Además, tampoco sabía exactamente qué escribía. Nunca había sabido de que trataban exactamente mis libros. "Nada", respondí. "A veces este es un oficio difícil, y escribir consiste en estarse quietecito. Un escritor es alguien que ya tendrá tiempo de escribir". Sonrió. Y después de decir "Hay que joderse", me propuso acercarnos a la barra a rellenar los vasos. Y ahí estamos todavía.

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