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¡Quiero el divorcio!

Philip Roth le prometió a su pareja que se casaría con ella si abortaba. Lo hizo y él, en un nuevo error, cumplió su palabra

ESTA SEMANA me llamó una amiga y me anunció que se había separado. Estaba muy triste, pero por encima de todo, muy feliz. Dos días después salimos a celebrarlo, y le conté la historia del matrimonio de Philip Roth, que acababa de leer, para hacerle ver la suerte que había tenido al divorciarse año y medio después de la boda. Naturalmente, la relación entre Roth y Maggie Williams tuvo un comienzo feliz. Él tenía 25 años y había firmado un contrato para escribir su primera novela, ‘Deudas y dolores’, que cosecharía críticas como «es la clase de libro malo que solo podría haber escrito un buen escritor», y «el mejor libro malo del año». Entretanto, regresó del Ejército, y con lo que le pagaron y lo que se sacó escribiendo críticas de cine, se compró un traje con estampado príncipe de Gales y un coche de segunda mano. Y comenzó a cortejar a Maggie. Ella era una joven inteligente que había entrado en la universidad a los 17 años y había tenido que dejarla un año después, al quedarse embarazada. La primera parte era mentira. Maggie jamás había ido a la universidad, aunque sí estaba divorciada, y tenía dos hijos. Cuando Philip la conoció trabajaba de camarera.

La relación tuvo numerosas rupturas. En una de ellas, después de que él aceptase un empleo de profesor en Chicago, se echó una novia nueva, llamada Susan Glassman. Un día se fue con ella a una lectura de Saul Bellow. Susan se acercó a saludarlo, pues lo admiraba, y para desgracia de Roth, acabó convirtiéndose en la tercera esposa de Bellow.

Philip puso rumbo a Nueva York, para alejarse de Maggie, y después a Europa. Tal vez porque se sentía culpable por dejarla, la ayudó a conseguir un trabajo temporal en Esquire, en Nueva York, mientras él se iba a París. Error. Cuando el contrato con Esquire se extinguió, y se quedó sin trabajo y sin un techo, se presentó en el apartamento de Roth. Él la dejó entrar. Error otra vez. Retomaron la relación, y los problemas. Maggie llegó al punto de empeñar su máquina de escribir. Le aseguró que la habían robado, pero él encontró en uno de sus bolsillo el resguardo de una casa de empeños.

Todo iba mal, y un día Maggie le anunció que estaba embarazada. No la creyó, aunque hubo «algunos encuentros carentes de emoción y prácticamente anónimos», como reconoce en el libro de Claudia Roth Pierpont, ‘Rothdesencadenado’. Para convencerlo, ella llevó una muestra de orina a la farmacia que después él fue a recoger. Dio positivo, y con ese resultado, Maggie le dijo que o se casaban o abandonaría al bebé delante de la casa de sus padres. Era una amenaza creíble, y Philip le hizo una ‘contraoferta’: se casaría con ella si abortaba. Y abortó. Y, en un nuevo error, él cumplió su palabra.

Después de la boda, sin embargo, evitó ser un hombre fiel. Incluso llegó a salir con una de sus alumnas. Durante esa aventura, decidió que esta vez sí dejaba a Maggie. Esta amenazó con suicidarse. De hecho, lo intentó. Él llegó a casa a tiempo de hacerle vomitar la mezcla de pastillas y whisky que había ingerido. Fruto del atontamiento, la infeliz le confesó que nunca había estado embarazada, y el día que se supone que había ido a abortar, se había metido en el cine. La muestra de orina se la había comprado a una indigente embarazada. Tras ese episodio, pasaron a dormir en habitaciones separadas, y al poco, él volvió a dejarla. Ella bloqueaba toda tentativa de divorcio. A lo más, cuatro años después de la boda, él consiguió una separación legal, a condición de suministrarle 150 dólares a la semana, lo que era la mitad de su sueldo.

En ese tiempo, escribió ‘Cuando ella era buena’, que pasó sin pena ni gloria, y se publicaron algunos extractos en revistas de su futura novela, ‘El lamento de Portnoy’, que insinuó ser el éxito arrollador en que acabaría convirtiéndose. En previsión de ello, Maggie acudió a los tribunales para exigirle más dinero. Roth estaba hundido, pero una mañana recibió una llamada diciéndole que su mujer había muerto. Solo unos días después, la novela se convirtió, en efecto, en un boom de ventas, y un mensajero le entregaba de parte de su editor un primer cheque por valor de un cuarto de millón de dólares.

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