Blog | Permanezcan borrachos

"Le compramos el pelo, señora"

La melena, de un blanco como recién nevado, que si lo tocabas se hacía invierno, le caía por la espalda con un estilo antiguo

MI ABUELA era una mujer arisca. Para bromear también se ponía seria. Su risa, para dentro, producía el extraño efecto de las personas que caminan hacia atrás. Si estabas un rato a su lado en silencio, como si no estuvieses, llegabas a escuchar su escepticismo, que desencadenaba unos finos silbidos en el pecho. Vivió 95 años. Creo que se ganó el derecho a decir que ya lo había visto todo. Vestía siempre de negro y tenía la melena más blanca y lisa que yo haya conocido nunca. Ni al pasar de los noventa amarilleó. Era un blanco recién nevado. Si lo tocabas se hacía invierno. Rara vez se dejaba ver con su pelo suelto. Lo enroscaba con tanta habilidad que la melena desaparecía siguiendo la estrategia de esos trucos de magia en los que meten a uno dentro de una caja, la cierran, la candan, y cuando vuelven a abrirla no está.

En un pueblo pequeño, a su manera, las esquelas iluminaban las conversaciones

Una tarde de verano salió a pasear, y como siempre, se detuvo a leer la esquela. Las funerarias las grapaban en la puerta de una casa céntrica, cuya planta baja estaba abandonada. Cada dos o tres días ponían una nueva. Era una forma de entretenimiento. En cierto modo, la muerte también era para leer. En un pueblo pequeño, donde la vida no trepidaba precisamente, las esquelas iluminaban las conversaciones. A su manera, constituían una pequeña alegría, aire fresco. Ese día, mi abuela había salido de casa con la melena suelta. Le caía por la espalda con un estilo antiguo, casi medieval. De pronto, a su altura se detuvo un coche, del que se bajaron un hombre y una mujer jóvenes. La saludaron, y ella les devolvió el saludo con su tono escéptico, aunque educado. Le preguntaron si vivía en aquel pueblo, a lo que ella asintió, y cuántos años tenía, si no era mucho preguntar. Mi abuela, sin especificar demasiado, y con un lejano interés en hablar de sí misma, aunque sin coquetería, respondió que más de ochenta.

"Tiene usted una melena blanquísima", observó la mujer. "¿Nos la vende?". Mi abuela se sintió desconcertada. "¿Venderles el pelo?", preguntó para asegurarse de que había entendido bien. "Sí, el pelo. Se lo compramos, señora. Nos encanta". En ese momento fue mi abuela quién comenzó a hacer preguntas. Quiénes eran, qué pintaban en Vilardevós, a dónde se dirigían. Las respuestas no le permitieron sospechar nada raro, más allá de lo extraño que ya resultaba que dos desconocidos se bajasen de un coche y le propusieran a una anciana, ya viuda, que les vendiese su melena blanca.

"¿Y cuánto pagan?", quiso saber, adentrándose en un terreno desconocido. Mi abuela era una señora sin miedo, que ya lo había visto todo, menos aquello.

La pareja se miró entre sí, y después a la anciana. "Cinco mil pesetas", aseguró el hombre. Mi abuela tradujo la cifra a duros, y sintió cierto vértigo. Representaba mucho dinero por algo que, en su razonamiento, carecía de valor de mercado. Solo era pelo. Pelo blanco. Pelo blanco cortado. Para qué podía servir su melena. No era algo que ella fuese a perder, es decir, no irreparablemente. Con el tiempo le crecería de nuevo y seguiría siendo blanca. La pérdida se repararía. En el fondo, pensó, era como si le entregasen cinco mil pesetas a cambio de nada. Tonta sería si no aceptaba. Y aceptó. A cambio, solo les pidió que no se la cortasen entera. Era muy larga, tendrían suficiente con una parte. A la pareja le pareció bien, y en ese mismo instante le entregaron el dinero. "Si le parece, venimos la próxima semana y se la cortamos". Semejante actitud derribó las últimas reticencias. Pagaban por adelantado. Si cabía alguna traición, esta ya solo podía cometerla mi abuela.

Pasaron los días y nadie llamó a la puerta de su casa para reclamar el pelo. Encima de los días cayeron las semanas, que con el tiempo se convirtieron en años. Mi abuela murió. Falleció con una larga melena, blanquísima, que daba pena enterrar. Y tampoco entonces vino nadie a exigirla. En la familia siempre nos hemos preguntado si todo aquello pudo ser una "cámara oculta". Algunos días nos gustaría saber qué paso, pero otros creemos que la historia es más bonita así, sin final.

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