Blog | Que parezca un accidente

El cura de Pexeiros

A VECES CREO que Galicia forma parte de un relato fantástico. Que se trata de un mundo imaginario superpuesto al mundo real, detenido para siempre en el tiempo, regido por reglas particulares, magias imposibles y supersticiones antiguas que, sin embargo, encuentran en esta tierra cierto anclaje a la cotidianidad.

Sus paisajes y sus gentes tienen algo de remoto e inalcanzable. Como si perteneciesen a un universo que coexiste en el mismo tiempo y espacio que este pero no es exactamente este. Sus historias de lareira son también lejanas e irreales. Todo parece la copia de una copia de una copia -la frase es de Chuck Palahniuk-. La peculiaridad de alguna de ellas puede atribuirse a su carácter centenario, casi legendario. Muchas otras, en cambio, sólo encuentran explicación por haber ocurrido donde ocurrieron. Como, por ejemplo, la del singular incidente del cura de Pexeiros.

Doña Felicita Gómez era una mujer estropeada. Tenía 84 años, padecía obesidad mórbida y hacía mucho tiempo que no podía caminar. Vivía en Pexeiros, en el municipio ourensano de Os Blancos, acompañada por su hijo David, un campesino de 57 años que se encargaba de sus cuidados. Su salud era muy precaria, como era de esperar, pero más de media vida labrada en el agro a golpe de sacho suelen garantizar cierta longevidad. Hasta que el viernes 13 de marzo de 1987 se encontró mal.

Al llegar a su casa, el médico del lugar advirtió que doña Felicita sufría varias hemorragias, ordenando que la llevasen de inmediato a la residencia sanitaria Nuestra Señora del Cristal, ubicada en Ourense, donde hoy se encuentra uno de los edificios del Complejo Hospitalario Universitario. Los facultativos hicieron todo lo posible por interrumpir el flujo de sangre, pero aquella misma madrugada doña Felicita falleció.

A la mañana siguiente su cuerpo ya se encontraba de nuevo en su casa, donde vecinos de Pexeiros y de los pueblos colindantes acudieron para dar el pésame a la familia y velar el cadáver, como es tradición. Poco antes de la hora del funeral acudió también el cura, don Eladio Blanco Vila, quien, según la crónica del diario ABC del miércoles 18 de marzo de 1987, se mostró nervioso en todo momento, no pronunció ningún responso y únicamente se limitó a decir: "¡Vamos todos para la iglesia!".

Una vez allí, y cuando parecía que la misa se desarrollaría con normalidad, don Eladio aprovechó el sermón para expresar su opinión sobre doña Felicita, afirmando que aquella mujer no era católica, ya que no asistía nunca a misa ni cumplía con sus deberes religiosos, y que no se merecía un entierro digno. Hasta tal punto estaba convencido de ello que, al final del funeral, cuando entre varios introdujeron el féretro en el coche fúnebre para trasladarlo hasta el pequeño cementerio que se encontraba en la entrada del pueblo, el cura se opuso a acompañar al cadáver.

A la ceremonia había asistido todo el pueblo, pero también gente de Loureses, Blancos, Covas y otras poblaciones vecinas. Al ver que el cura se negaba a unirse al cortejo fúnebre, algunos se aproximaron a él para hacerle entrar en razón y explicarle que doña Felicita no acudía a misa los domingos porque estaba impedida y era ya muy mayor. Fue entonces cuando don Eladio se levantó la sotana, sacó un revólver y comenzó a disparar a diestro y siniestro, hiriendo a Juan Rodríguez, de treinta y tres años y natural de Covas, quien poco después fue ingresado en la residencia sanitaria Nuestra Señora del Cristal.

Entre varios lograron arrebatarle el revólver al cura, quien, al verse en desventaja, corrió a refugiarse en la sacristía. Al cabo de un rato apareció de nuevo armado con un fusil de asalto CETME y amenazando a sus feligreses con matarlos a todos si no salían de la iglesia en aquel mismo instante. Por supuesto, todo el mundo huyó, pero algunos lo hicieron a Loureses, donde había un teléfono público desde el que pudieron llamar a la Guardia Civil.

Los agentes detuvieron a don Eladio esa misma noche y dos días más tarde fue puesto a disposición judicial en Ourense, decretándose la prisión preventiva. En enero del año siguiente fue condenado a pasar tres años recluido en el psiquiátrico penitenciario de Carabanchel.

Durante la investigación quedó claro -por si no lo estaba ya- que don Eladio sufría alguna clase de trastorno. En su casa, sumida en la inmundicia, la Guardia Civil encontró un verdadero arsenal formado por fusiles, escopetas y pistolas. El lugar estaba lleno de conejos y gallinas, de la cocina se desprendía un hedor insoportable y en su cama ni siquiera había colchón. Algunos vecinos relataron a las autoridades que en alguna ocasión se habían encontrado al cura paseando por el pueblo empuñando un cuchillo. En la sentencia, el tribunal opinaba que los 18 años que don Eladio pasó al frente de la parroquia de Pexeiros pudieron ser la causa de su deteriorada salud mental.

Hasta tal punto parecía ser así que muchos de los vecinos comenzaron a ponerse de parte del cura. Algunos incluso llegaron a aplaudirle cuando fue conducido ante el juez. Entendieron que su proceder tampoco había sido tan desproporcionado. Que no era para tanto. Al fin y al cabo, su único delito había sido negarse a asistir al entierro de alguien a quien consideraba indigno de ello y liarse a tiros con quienes no estaban de acuerdo. Una reacción que, por fortuna, en la Galicia de 1987 -y en la Galicia actual, por supuesto- cualquiera habría comprendido y disculpado. Después de todo, solo fueron unos disparos de nada, carallo... Ni que el cura le hubiese movido a alguien los marcos.

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