Opinión

La realidad sobre ruedas

EN LA VITRINA dedicada a la carne hay cuatro estanterías. La más baja queda justo por donde tiene un cuerpo medio español la altura del muslo. A las siguientes se llega estirando el brazo, pero a la última no se llega si uno no lo estira hacia arriba. Esto es así desde antes de ayer, cuando aquel chico se puso a buscar pechuga de pollo en bandeja. Antes, para mí, esa parte del supermercado era solamente la pared dedicada a la carne, pero justo mientras trataba de pesar unas cuantas manzanas, descubrí a un chico moreno, guapo, con coleta y un jersey verde tratando de mirar dónde estaba la carne que le interesaba. Iba en silla de ruedas. Después vi que se manejaba con absoluta destreza en los pasillos pero en ese instante era una persona sentada tratando de alcanzar una bandeja a la que no llegaba y de la que tampoco podía mirar el precio.

No puedo decir que a su lado pasaran otros clientes y que nadie reparase en él, ni tan siquiera puedo enarbolar un discurso de lo poco solidaria que es la ciudadanía, tampoco puedo decir que el chico se acercase a alguien para pedir ayuda. No ocurrió nada. La única acción en aquel momento fue que él, que podría llamarse Pedro o Carlos o Martín o Juan, siguió haciendo la compra. Cuando le pareció que alguna de las bandejas de pollo le servía, la cogió estirando mucho el brazo izquierdo mientras sujetaba la puerta de la vitrina (además de altas están cerradas) y la colocó sobre sus piernas. Al lado llevaba un bote de zumo, y siguió avanzando por el supermercado mientras cogía alguna cosa más. No era más que un joven haciendo la compra. No llevaba lista, eso es lo que se puede añadir al respecto.

Yo no hice nada, ni tan siquiera acercarme cuando lo vi mirando de reojo las estanterías altas. Unas cuantas cajas de fruta lo separaban de la báscula donde yo pesaba la fruta mientras veía a un chico autosuficiente. De hecho, ese hombre haciendo la compra, en un acto tan cotidiano que hay a quien le resulta ordinario, es la definición de autosuficiente que debería explicar la RAE. Autosuficiente: válido, capaz, superior. Quedan ridículas las agonías de las señoras repasando la lista de la compra, de los señores protestando porque hay demasiada cola, de los chavales queriendo comprar lo que no deben más allá de las diez, y de los cajeros y cajeras mirando el reloj para ver cuándo se da por terminado su turno. Quedan ridículas porque pierden en la comparación pero son otras realidades. La realidad del chico sin nombre es que además de no alcanzar las estanterías de arriba del super tiene que vérselas a diario con lugares inhóspitos a los que tiene derecho a acceder pero no puede ejercer ese derecho. Desde las aceras hasta las tiendas de ropa, desde los ascensores de los edificios hasta su propia casa. Se vuelven héroes silenciosos e intrépidos, que aprenden a base de no tener más remedio que hacerlo porque el mundo lo ha querido así. Que un chico de apenas treinta años esté en silla de ruedas es una injusticia. Que no pueda entrar en los mismos sitios que yo no solo es una injusticia, es una vergüenza. Y que muchas de las soluciones que se proponen desde las otras sillas de ruedas, esas que son forradas de cuero y están tras una mesa de despacho, sean soluciones verticales, también es vergonzoso.

Él no pidió nada en el supermercado: ni que le dejaran pasar, ni que le alcanzaran aquello a lo que no llegaba, ni tan siquiera intentó pasar por las cajas rápidas (donde su silla no cabe). Se puso en la cola de los carros, esperó su turno atusándose la coleta y pagó para después perderse en la acera con su bolsa de la compra colgada en la silla. No pidió nada porque no necesita más que los que no nos desplazamos sobre ruedas: necesita exactamente lo mismo que nosotros. Y ocurre que a veces, demasiadas veces, no lo tiene.

No conocemos su historia, ni las razones por las que está en silla de ruedas. Tampoco sé por qué lo está él y no yo, o el vecino de enfrente. Ni merece la pena hablar de destinos, de casualidades, de creencias… La realidad de cada uno es la que es, y esos instantes de verdad que van formando la vida son los que todos debemos tener la oportunidad de disfrutar de la mejor manera posible, que es la que cada uno, dentro de nuestro cuadro de posibilidades, elijamos. Y mi no amigo del que desconozco el nombre no puede entrar en la tienda en la que yo acabo de comprar unas botas porque hay que bajar escaleras y no tiene ascensor ni rampa. Y el dueño de la tienda, que es un pequeño negocio del barrio, tampoco creo que pueda acometer esa reforma sin una subvención. Y el que puede dar la subvención no está a eso porque hay crisis o el dinero se empleaba en otros menesteres: escúchese y/o léase estos días esas declaraciones que hablan de confeti en fiestas, viajes sin condición y coches de lujo en el garaje.

Aún sigo pensando en ese hombre cocinando ese pollo.

Comentarios