Opinión

Más bichos que personas

"COMO SIGAMOS así, no medio rural vai haber máis bichos que persoas". La frase la pronunció hace poco un alcalde de la zona de Os Ancares y no es una opinión excepcional, no solo en esta comarca sino en la práctica totalidad de la provincia de Lugo, desde A Mariña a la Ribeira Sacra, porque mientras disminuye la población humana, los ejemplares de fauna salvaje, especialmente los jabalíes y los lobos, son cada vez más y actúan en zonas en las que antes ni se atrevían a poner una pata. Destrozan plantaciones y se comen reses, causando daños que en la mayoría de los casos son cuantiosos y que asumen los agricultores y ganaderos, como si ya no tuvieran suficiente con subsistir como pueden de unos sectores económicos en crisis y con la cada vez más acentuada pérdida de servicios.

Los ataques de los lobos ocupan, día sí y día también, espacio en la prensa, con actividad cada vez más cercana a las casas. Desde A Mariña, en Ribadeo, en O Valadouro o en A Pontenova, hasta la Ribeira Sacra, sobre todo en Quiroga, y con especial incidencia en Terra Chá (Abadín, Xermade o A Pastoriza), los lobos han causado cuantiosos daños en ganaderías en los últimos meses. En algunos casos, sus ataques han sido reiterados, como en una granja de Moreira, en la parroquia de Donís, en Cervantes, donde actuaron en siete ocasiones en lo que va de año, la última hace pocas semanas, matando a una novilla a cien metros de las casas, o en otra de Friol, donde atacó dos veces en un solo mes.


La cuestión que algunos se plantean es quién está realmente en peligro de extinción


Los daños que ocasiona el lobo son mayores de los que se puede imaginar a simple vista. Por una parte, está el valor del animal, que ya de por sí es considerable porque una vaca, por poco que cueste, ronda los 1.000 o 1.200 euros y no hablemos ya si se trata de algún ejemplar de alto nivel genético, de los que afortunadamente cada vez hay más en las granjas lucenses. Por otra, está el problema que ocasiona en el propio funcionamiento de la explotación, ya que cada vez son más los ganaderos que prefieren incrementar su cabaña con ejemplares nacidos en su propia granja, porque siguen unos cánones genéticos determinados, importantes a la hora de producir, y cuando sufren bajas inesperadas se ven obligados a comprar ejemplares de otras explotaciones, con los problemas y riesgos sanitarios que conlleva. Además, en el caso de las vacas de leche, está demostrado que cuando se produce un ataque, al margen de las que son devoradas, también perjudica al resto, porque reducen considerablemente su producción.

En cuanto al jabalí, por el fenómeno de la saturación informativa, es decir, cuando un suceso se produce muy a menudo durante mucho tiempo, las destrucciones de plantaciones ya no son noticia y solo salen pequeñas reseñas cuando los animales atraviesan carreteras y provocan accidentes de tráfico con heridos, porque si los ocupantes de los vehículos salen ilesos, ni eso es noticia ya.

Aunque las indemnizaciones que paga la Xunta no sean la panacea y ni tan siquiera una contraprestación acorde a los daños, son las únicas compensaciones que reciben los ganaderos y el problema es que las cobran con años de retraso. Los afectados por la actividad de los lobos todavía están recibiendo ahora las ayudas por ataques denunciados a finales del 2014 y en el caso del jabalí, aún hay expedientes del 2009.

Sin entrar en cuestiones tan complejas como si la población de lobos y jabalíes es excesiva o si el número de batidas autorizadas por la Xunta es suficiente, temas en los que ecologistas y ganaderos no logran ponerse de acuerdo y la Administración mira para otro lado, porque decida lo que decida será polémico, lo evidente es que los únicos que están pagando el pato son los habitantes del medio rural. Los daños que causan lobos y jabalíes no son una broma ni mucho menos, convirtiéndose muy a menudo en un problema económico más en un sector, el agroganadero, que sufre una crisis endémica y que, al descenso de los precios de venta y subidas de los costes de producción, tiene que añadir unas pérdidas inesperadas por la fauna salvaje. Lo mínimo que se puede pedir es que las indemnizaciones, aunque solo supongan una parte de las pérdidas, se paguen de forma urgente y no varios años después.

Mientras tanto, el medio rural sigue despoblándose de personas a un ritmo agigantado, al mismo tiempo que la fauna salvaje crece libremente y parece que aspira a recuperar un territorio en el que no hace muchas décadas campaba a sus anchas. La cuestión que algunos se plantean es quién está realmente en peligro de extinción.

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