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Cambiar las cosas

Los hábitos demasiado interiorizados conducen a cierto adormecimiento. Y quizá también a la melancolía. Por eso es comprensible que de vez en cuando queramos escapar

HARTOS DE la vida que llevamos, que nos sabemos de memoria, por la que a veces podemos caminar con los ojos cerrados, quién no sueña que la cambia de un día para el otro. Al tiempo que las rutinas, tan sabidas, nos proporcionan comodidad, nos causan también un viejo desaliento. Solo en puntualísimas ocasiones pueden las cosas sobre las que actuamos de memoria despertar una emoción. Kurt Vonnegut, que conducía sus automóviles de manera muy particular, contaba que una vez cerró los ojos en la carretera 95 Norte durante ocho segundos seguidos. "Ocho segundos es mi mejor marca hasta el momento", escribió.

Había llegado a cerrar los ojos hasta seis segundos en carreteras comarcales llenas de curvas, que conocía, si bien por allí "apenas vas a 50 o 55 por hora". En las autopistas se ponía a 110 antes de cerrar los ojos. En línea recta, por supuesto. Todas las líneas rectas son iguales, así que el riesgo es relativo. Vonnegut, con su facilidad para parecer simultáneamente un señor sensato y un chifl ado, reconoció que había llegado a cerrar los ojos durante cinco segundos con  acompañantes. "Basta con esperar a que se amodorren".

Fuera de estos casos veloces, exóticos, los hábitos demasiado interiorizados conducen a cierto adormecimiento. Y quizá también a la melancolía. Resulta comprensible que de vez en cuando aspiremos a escapar de ese círculo que nos lleva y nos trae por el mismo camino a todas horas. Esos días emerge el deseo de tener otra vida, en un sentido brusco, imprevisto, radical, tras acometer un giro de ciento ochenta grados que haga desaparecer de nuestra vista el paisaje habitual, y de pronto casi no sepamos quiénes somos, dónde estamos.


Quizás los grandes cambios se agazapan sobre el ejercicio de los pequeños


En los momentos de mayor frustración y cansancio, en los que todo sabe a chicle masticado, quisieras hacer la maleta y dejar este sitio para siempre. Te dices que podría vivir lejos, en cualquier lugar en el que encontrar un trabajo que no sepas hacer con los ojos cerrados, como el anterior. Solo se trata de empezar de cero, un cero total, profundísimo, virgen, desde el que deshacerte de las losas de otros tiempos. Lamentablemente, la vida misma va domesticando estas aspiraciones desbocadas. Sabe bien cómo frenarte. Cuando abres los ojos después de soñar, constatas que estás donde estabas, que no hay maletas ni otro lugar que el de siempre, así que puedes cerrarlos de nuevo para vivir de memoria.

Entonces un día empiezas a pensar que quizás los grandes cambios, las otras vidas, se agazapan  sobre el ejercicio constante de los cambios pequeños, que generen efectos ópticos. Eso ya es algo. Por ejemplo, un día sustituyes el televisor. No sabes qué vas a hacer con el viejo, que has ido empujando al pasillo a la espera de perderlo de vista del todo, y que alguien, aunque sea un pariente, te libere de él. Es una vaga variación. Tal vez otro día puedas cambiar el colchón, o descolgar un cuadro, o poner una lámpara donde solo había una bombilla, incluso tirar el sofá, deformado por los años de tanto sentarte y levantarte, sentarte y levantarte.

Liberado de los grandes cambios, que conducen a la frustración cuando no se producen, una tarde dejas de ir a tu taller mecánico, donde sospechabas que te cobraban demasiado y no te arreglaban el coche, y pruebas con otro. Antes empezaste a visitar un bar diferente, desertando lentamente del de la esquina, al lado del trabajo.

Llega una mañana en que también cambias de peluquería, y de boutique, y de carnicería, y de gimnasio. Otro día descubres una librería de la que no sabías nada y la frecuentas todas las semanas, o te interesas por el ensayo, o te suscribes a una revista colombiana, o te apuntas a yoga, o abandonas a tu psicoanalista, o dejas de salir tanto por la noche, o te pasas a otro champú, o empiezas a escribir una novela de amor, o conoces a otra persona, o retomas el contacto con una que ya conocías. A estas alturas ya estás convencido de que los cambios suaves te proporcionan una felicidad fugaz, y te permiten ser el de siempre.

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