Blog | Patio de luces

Minifundismo

TENGO LA impresión de que las cosas ya no son lo que eran. Aún así, comienza la Feria Internacional de Turismo (Fitur), que se celebra en Madrid, y vemos como un montón de representantes políticos, de todos los niveles de la Administración pública, preparan sus maletitas para darse una vuelta por la capital. La disculpa es conocida. Todos aseguran que van a trabajar, porque se trata de una cita de referencia para el sector y es casi una obligación estar ahí, para ver y para dejarse ver. En tiempos pretéritos, en la época de vacas gordas, se producía a estas alturas del año una auténtica peregrinación de alcaldes, concejales, diputados provinciales y parlamentarios, con su correspondiente cuerpo de asistentes. Servidores de lo público siempre prestos para arrimar el hombro a favor de un sector que, a pesar del supuesto potencial que atesora y de esa importante labor de promoción que hicieron todas esas personas, sigue sin dar ese salto cualitativo que se espera como agua de mayo en una provincia en la que no sobra de nada, y mucho menos puestos de trabajo y posibilidades para ganarse la vida de una forma decente. Algunos solo viajaban, por supuesto a gastos pagados, para pasear un poco por allí, saludar a unos cuantos conocidos, comer bien, tomarse unas cañas o unas copas en un sitio diferente y volverse para casa con la satisfacción del deber cumplido. Eso sí, después de haberse hecho la correspondiente fotografía en el lugar de autos, prueba fehaciente y fidedigna para acreditar lo imprescindible que resultaba su presencia en tan destacado evento. Parece que la recesión ha venido a poner cierto freno a tan saludable práctica. La concurrencia ya no es tan numerosa, pero no conviene bajar la guardia. A fin de cuentas, la cabra tira al monte.

Sin despreciar la labor de que los viajaban a Fitur para trabajar, porque evidentemente alguno había, estos días me contaba su experiencia un tipo que estuvo hace algunos años metido en el sarao, aunque solo fuese de perfil. Eran buenos tiempos. El hombre se fue hasta Madrid con la sana intención de conseguir unas perrillas para su empresa. En la feria se encontró con muchos más conocidos de los que esperaba. De hecho, más que un encuentro de profesionales del sector turístico, dijo que parecía, por lo menos en lo que a Galicia se refiere, un acto social. Una reunión de políticos locales a muchos kilómetros de distancia de casa. Invitado a una comida institucional que organizaba precisamente la delegación gallega, se sorprendió al encontrarse sentado a la mesa a medio batallón de alcaldes y cargos públicos de todo pelaje y condición, pero más bien pocos representantes de turoperadores o agencias de viajes. En definitiva, un cónclave de amigos, allegados y afines, con pocos réditos, al menos en apariencia, para vender lo nuestro a los de fuera.

Dando por hecho que ese tipo de historias ya no suceden y que la mentalidad del personal ha cambiado, aunque sea mucho decir, si algo pone en evidencia nuestra presencia en Fitur es el minifundismo con el que estamos acostumbrados a trabajar en este lugar del mundo. Nuestra incapacidad para colaborar y para desarrollar proyectos conjuntos, ambiciosos y con altura de miras. La facilidad que tenemos para mirarnos el ombligo, dispersarnos y ser absolutamente ineficaces a la hora de fijar y de conseguir unos objetivos concretos y tangibles. Cada uno de los presentes viaja con la intención de vender lo suyo. Quiere, a toda costa, hablar de su libro, pero no se para a pensar que en un mundo globalizado y con una oferta tan grande y tan diversa, un pequeño municipio de la provincia de Lugo no es más que una gota de agua en un inmenso océano. Seguramente, muy poco podrá hacer para atraer la atención de las empresas del sector y, consecuentemente, de los potenciales turistas, si no es capaz de integrar su oferta en un paquete más grande.

El presidente de la Diputación, Darío Campos, ponía el dedo en la llaga antes de emprender viaje hacia Fitur. Recordaba que en el año 2015 pasó por Lugo un millón de turistas. El problema es que no se quedan demasiado. De hecho, de media, permanecieron en la provincia menos de dos días. Sigue siendo un lugar de paso, no de destino. Aumentar el número de pernoctaciones y prolongar la presencia de toda esa gente en nuestro territorio tiene que ser el objetivo de la promoción turística. Ahora bien, para eso hay que tener las cosas medianamente claras. Olvidarnos de chorradas. No se puede ir a una feria internacional con veinticinco lemas para un mismo territorio. Hay que ser realistas, dejar a un lado los localismos y desarrollar una estrategia provincial, integrada a su vez en la oferta gallega. Tenemos que incidir en todo lo bueno que tenemos y abrir la mente. A estas alturas ya deberíamos tener claro que, por ejemplo, la buena gastronomía ayuda, pero salvo contadas excepciones, el cliente que buscamos no va reservar una semana de hotel solo para ponerse morado. Por muy buenas que estén las cosas que encuentre en su plato.

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