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Aquello era periodismo

Mark Twain explicaba que su deber era hacer un periódico entretenido. Él no podía faltar a este con toda una comunidad de suscriptores para no herir sensibilidades individuales

En el siglo XIX el periodismo vivía uno de sus mejores momentos y Mark Twain, ascendido a redactor jefe del Daily Enterprise de Virginia City, desafió a un duelo a muerte al director del otro periódico de la ciudad, un tal señor Lord. El resultado fue que Twain duró una semana en el cargo. Al parecer, Lord se había molestado por algún comentario que Twain, cuando solo era reportero, había vertido sobre él en su diario. "Supongo que le llamé atracador, ladrón de cadáveres, idiota o algo parecido. Yo estaba obligado a hacer un periódico entretenido, y no podía faltar a mi deber con toda una comunidad de suscriptores solo para no herir la sensibilidad extrema de un individuo", se explicó en un relato que años después publicaría en el Every Saturday, cambiando algunos nombres, y que la editorial Alba recupera ahora en El duelo de honor, una antología sobre el tema que incluye textos de Casanova, Pushkin, Dickens, Turguénev, Chejov, Conrad, Dumas, Nabokov, Schnitzler, Borges o Vargas Llosa, entre otros.

La respuesta de Lord, airada, no tardó en llegar. Twain se vio obligado a desafiarlo. Eran otros tiempos. El honor aún representaba un asunto por el que merecía la pena exponer la vida. "Aquella forma de reparación, tan plástica, tan teatral, permanece en el imaginario colectivo asociada a rígidas reglas de pertenencia a una clase", explica Francisco Solano en la introducción a la antología. Twain admitía en su relato que matar a un hombre en un duelo despertaba más admiración que matar a dos hombres por las vías habituales. El espíritu de la época hacía difícil escapar a una ofensa. No podías agachar la cabeza, o distraerte en otros asuntos, y más si la ofensa llegaba a través de un periódico. Caías en cierto descrédito si recibías un insulto, o un agravio, y a continuación no mostrabas interés por acabar con tu rival según las costumbres.


Twain ensayó sin descanso en un descampado, junto a sus compañeros periodistas, disparando con un Colt Navy. Nunca consiguió hacer diana


En realidad, Twain desafió a Lord con la esperanza de que este rehusara. Después de todo, en aquellos días vida solo había una, como ahora. En eso se nota que las épocas cambian mucho, pero no demasiado; en lo esencial, nada. Al principio, Lord mantuvo el tipo e hizo oídos sordos. Hasta cierto punto, y en secreto, eso satisfacía mucho a Twain. Pero en la redacción del periódico sus compañeros no hablaban de otra cosa. Deseaban ese duelo. Alentaron a Twain a ser más violento e implacable en el desafío, hasta que al final Lord lo aceptó. Ahí constató que el director del periódico rival no era alguien en quien se pudiese confiar.

A partir de ese momento, Twain ensayó sin descanso en un descampado, junto a sus compañeros periodistas, disparando con un Colt Navy primero contra la puerta de un granero, y después contra una calabaza. Nunca consiguió hacer diana. Era desolador. "Me habría desanimado por completo si no hubiera herido por casualidad a uno de los muchachos, lo que me devolvió la esperanza", confesó Twain. Su rival tenía mucha mejor puntería. Daba en el blanco en trece de cada dieciocho disparos. Eso no daba mucho margen para sobrevivir a Twain, que a esas alturas empezaba a arrepentirse de las decisiones que lo habían llevado hasta allí. Empezando por hacer un periódico entretenido. Por suerte, en uno de los ensayos, su padrino, Steve Gillis, disparó a un gorrión que acababa de posarse en unas salvias, a treinta pasos de ellos, y lo mató a la primera. Los periodistas de Lord, que lo entrenaban a solo unos metros de allí, se acercaron y vieron el pájaro muerto. Quedaron fascinados. Empezaron a hacer preguntas sobre la distancia del disparo y su autor. Gillis dijo que, naturalmente, había sido Twain, y eso lo cambió todo. Cuando llegó a casa se encontró una carta de Lord, que rehusaba batirse en duelo con él.

Después de aquel episodio, muchas cosas cambiaron en la vida del autor de Las aventuras de Huckleberry Finn.

Twain renegó de los duelos, desaconsejando su celebración. De hecho, añadía al final del relato, si alguien lo desafiase a uno, "me acercaría a él, le cogería de la mano, lo llevaría a un cuarto tranquilo y solitario… y lo mandaría al otro mundo".

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