Opinión

Derribos Lugo

El problema de O Garañón amenaza con demoler las arcas públicas si el Concello no reacciona rápido y sin soberbia

A MÍ tampoco me gusta O Garañón. Aunque ni más ni menos que otras aberraciones que salpican el urbanismo de la ciudad. Por ejemplo, algunas de las que volverán a perfilarse sobre las laderas lucenses cuando las dos estructuras ahora condenadas al derribo desaparezcan, y que en su momento para mucha gente también supusieron un impacto visual.

La gran diferencia con otras es que con esta hemos llegado a tiempo de arreglarla. Al menos parcialmente, porque la urbanización de las cuestas del Parque, con todos los cambios que sean precisos, sigue de momento con los cimientos bien firmes. Y tampoco estaría de más abrir el debate sobre cuánto están dispuestos a gastar los lucenses, que son los que pagan, en una fiesta que no tiene el mismo interés para todos.

De lo que se puede estar seguro es de que la solución más barata y rápida, como casi siempre, es el diálogo y la negociación, justo aquello que no se ha hecho en todo este tiempo y que posiblemente nos hubiera evitado esta situación. Cuando se piensa puede parecer hasta un poco infantil, pero fue precisamente la soberbia y la negativa a dar unas simples explicaciones el punto de partida que ha desembocado en las sentencias judiciales que determinan el derribo de las dos torres.


Si es como recuerda Bourio, Orozco, henchido entonces de sí mismo, no les dio más respuesta que el desprecio 


Cuenta Marcos Bourio, el peculiar y pertinaz líder de la asociación vecinal que ha puesto al Concello y al promotor contra las cuerdas, en una lucha sostenida casi sin apoyos pero sobrada de cabezonería y pundonor, que aquel día que fueron a hablar con el alcalde Orozco lo único que querían era que les explicasen qué les iban a levantar delante de sus ventanas y en base a qué proyectos. Si es como recuerda Bourio, Orozco, henchido entonces de sí mismo, no les dio más respuesta que el desprecio y un par de exabruptos, lo que no hizo sino espolear la desconfianza y alterar los ánimos. "Si nos hubiera dado alguna explicación", me dijo Marcos un día mientras fumábamos a la puerta del César, "seguramente no habríamos empezado todo esto. Pero aquello nos hizo estar seguros de que aquí querían tapar algo".

No tengo yo el ánimo guerrero de Bourio y los suyos, a los que se unió pronto el entusiasta tocahuevos Julio López Ferro, abogado con tendencia a la gresca contencioso administrativa, nulas capacidades para el asentimiento y una perseverancia impermeable al desánimo. Porque no tengo ese ánimo, digo, no seré quien asegure que efectivamente algo se quería tapar, pero nadie que conozca mínimamente la instrucción penal del caso Garañón puede ignorar el hedor que el asunto desprende.

No solo es falta de ánimo guerrero, es también falta de confianza en que, pese al hedor, toda esta instrucción vaya a desembocar en algo tangible, como una condena. Se ha alargado tanto, los vaivenes procesales han sido tan incomprensibles y el ansia de acumular investigados e investigaciones cruzadas lo ha enmarañado todo de tal manera, que cada vez es más difícil localizar de dónde viene exactamente la peste. Lo que tenga que llegar por esa vía, si llega, será por añadidura, porque la victoria se ha conseguido por la vía contencioso administrativa, mucho menos espectacular pero buena parte de las veces mucho más eficaz.

Lo que sí nos ha permitido saber sin ninguna duda es que la alergia al diálogo de los que eran responsables políticos entonces tenía carácter selectivo, y que en otras ocasiones su disposición a la negociación y el acuerdo era casi suicida. Por ejemplo, con la empresa promotora de O Garañón. El abogado de la misma se sentó un día delante de la jueza -por obligación claro, a la fuerza ahorcan- y le dejó muy clarito cómo se había negociado el convenio que ahora tenemos todos los lucenses como soga cuello: lo redactó él solito, con sus manitas, y se lo pasó a firmar al Concello, que en lugar de molestarse en leerlo prefirió acelerar trámites y exprimir plazos para firmarlo cuanto antes. Normal, quién podía sospechar que un convenido redactado por la promotora podría contener cláusulas que le permitieran salir beneficiada pasara lo que pasara. Hay que ser muy mal pensados.

Supongo que esos mismos responsables tan abiertos al diálogo con la empresa se estarán arrepintiendo ahora de no haber tenido la misma consideración con los vecinos, la de problemas que podían haber ahorrado. O estarán quizás preguntándose en que coño estarían pensando aquel día de 2007, recién iniciadas las obras, cuando llegó Patrimonio y las paralizó porque necesitaban un informe previo. Como lucenses creo que tenemos derecho a que nos expliquen quién y en base a qué decidió en ese momento despreciar el diálogo y la negociación con Patrimonio y ordenó seguir las obras de unos edificios que ahora tenemos que tirar precisamente porque faltaba ese informe de Patrimonio.

Sí, ya sé que muy probablemente nadie nos va responder a estas preguntas. Lo único que espero es que al menos todo esto haya servido para que nuestros responsables municipales hayan adquirido experiencia y reducido avaricia y soberbia, porque cada minuto que pasan sin sentarse a dialogar con todas las partes nos cuesta un dineral que puede dejar los cimientos de las arcas públicas en situación de derribo.

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