Opinión

Des-encuentro

LA VIEJA idea del amor romántico está por todas partes. Desde la amada nueva versión de 'La Bella y la Bestia' hasta los anuncios de la tele, pasando por el Quijote y Dulcinea y llegando prácticamente a fechas como la recientemente pasada Semana Santa. En esta última llegarás a creer que tu procesión es la mejor, tu imagen la más bonita y, si no practicas, tratarás de vivir unos apasionantes días de asueto entre tus amigos que son lo más, tu familia que es la perfecta o tu pareja, que claramente conociste a través de una idealización.

No en todos los casos, que generalizar no es bonito, pero la idea del amor así planteada, que lleva generaciones, décadas y siglos, parecía obsoleta a momentos modernos de la historia, pero no. Error. Hemos vuelto a caer, todos, del primero al último y en diferentes etapas y momentos de la vida. Han llegado a la radio en esa semana de vacaciones que no lo son tanto varias historias de reencuentros, de amores que volvieron, de amores que nunca se habían ido de la mente del otro y de amores que muchas veces no llegaron ni a serlo. Pero a pesar de todo, el concepto de un novio o de una novia en la adolescencia, por ejemplo, es casi siempre el mismo. Casi todos tuvimos una pareja guapa y popular cuando rozábamos los quince años. Casi todos eran muy majos, y casi todos se marcharon tal y como llegaron: siendo más bien nada. Recordemos que existen historias de amor que sí, que lo son, que se mantienen desde la edad del pavo y que son matrimonios o parejas de hecho o compañeros de piso unidos y fuertes, pero ahora hablamos de la otra versión de los hechos.

Hablamos ahora de aquel novio o de aquella novia con la que se paseaba de la mano, y dependiendo de la época que a uno le haya tocado vivir, ni de la mano, así, al ladito y sin mirarse mucho, o si avanzamos más en la línea del tiempo, ya en las parejas recientes, aunque adolescentes, con besos y demás asuntos físicos que no vienen al caso. Aquellas parejas eran ideales porque sí, porque no quedaba otra. Era el chico o la chica que te gustaba, era una relación que no era tal, eran paseos y pipas compartidas y quizás algún cine para los privilegiados. Era un disfrutar de un rato de ocio —que el otro rato era para los amigos y no había discusión posible— sin más responsabilidad añadida que llegar a la hora a casa. No había reproches, no había facturas que pagar y tampoco había reflexiones sobre el amor. Me gustas, te gusto, salimos. Y entonces aquellas historias se acababan. Unos se marchaban a la mili, otras volvían a la ciudad tras un verano en el pueblo, otros se marchaban a estudiar fuera y así iban rompiéndose parejas.

Y ocurre entonces que en algunas mentes sensibles, de carácter delicado, de naturaleza morriñosa, esas personas vuelven en modo de recuerdo omnipresente, vuelven en forma de "y si…", y vuelven para mostrar al que los piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor y sobre todo, que cualquier tiempo presente sería ideal con aquel ser a su lado. Pero olvidan estas mentes razonar que los quince no son los sesenta, ni tan siquiera los cuarenta, que no somos solo los que fuimos, que las mochilas empiezan a pesar e incluso a necesitar ruedas y que la vida de los paseos y las chuches tiene tan solo un momento: ya no hay idas y vueltas a la misma calle sin tener que hacer un recado, se acabaron a partir de los dieciocho los paseos porque sí.

Sigue siendo sorprendente la capacidad humana para pasar media vida o más teniendo en mente a una persona de la que muchas veces no se sabe ni el paradero, ni tan siquiera si su paradero es terrenal o ha pasado a ser otro. Sigue sorprendiendo la capacidad de callarse algo así en una sociedad que no para de hablar, o al menos, de hacer ruido.

Tampoco razonan las cabezas que aquellos seres amados no fueron sino espejismos, que no fueron amor verdadero en muchos casos, que los hay que no se llegaron ni a besar y que las circunstancias influyen de manera clara en esto de Cupido, aunque sea este dios de los que no tienen filtro ni tampoco paso de Semana Santa. Y cuando se dan los reencuentros, las expectativas son tan altas que no hay manera humana de alcanzarlas, y nos encontramos con alguien más mayor, más feo y, sobre todo, a quien ni reconocemos ni en verdad conocemos. Pero es duro, porque lo habíamos pensado en modo positivo, porque buscábamos cerrar el círculo con un corazón en el broche. Y porque esto no hace más que confirmar que existen más desamores que amores, lo que explica que haya más canciones, poesías y libros dedicados al primero que al segundo. Des-amas, des-recuerdas, desencuentras y des-idealizas, todo casi a la vez. Y eso merece cuanto menos unos versos.

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