Opinión

¡Ojo, spoiler!

A VECES UNA historia es su final. Su última escena. Todo lo anterior se transforma de repente en un pretexto más o menos hábil para llegar a ella. Una vez alcanzado el desenlace, la narración toca tierra, se asienta y se construye de nuevo hacia atrás, convirtiéndose en otra sutilmente distinta en la que las piezas encajan igual, pero de otra manera.


Cuando uno ve por primera vez el final de Thelma y Louise, ese impecable salto al vacío en el Gran Cañón con las protagonistas cogidas de la mano en su Ford Thunderbird descapotable, comprende que toda la película es esa escena. Otro final habría hecho de la misma película una película diferente.

En El niño del pijama de rayas, toda la narración parece flotar errática -quizá demasiado- hasta que los niños son empujados con el resto de los prisioneros. Es ahí donde cae a plomo. Aunque el relato fuese exactamente el mismo, sería una novela distinta si conociésemos desde un principio el destino de Bruno y Shmuel.

Por eso es importante no adelantarse al final. Abstenerse de intentar predecirlo. Porque, de lo contrario, sin darnos cuenta, no sólo estamos reventando la historia, privándola de tensión narrativa, sino que la estamos convirtiendo en otra distinta.


Mi madre me contó estos días que hace algunas semanas recibió una llamada de mi tío avisándola de que unos ladrones iban a robar su casa. En la barra del bar que regenta había dos tipos cuchicheando sobre un lugar determinado. Se trataba de un chalé junto a un bosque por cuyo lateral pasaba un camino. Mencionaron el cruce que había frente a la fachada, el pueblo al que conducía la carretera y cómo era la finca. Su intención, al parecer, era entrar en el chalé aquella misma noche.

"Por la descripción -le dijo mi tío a mi madre-, estoy convencido de que es tu casa". Mi madre se angustió profundamente y llamó de inmediato al cuartel de la Guardia Civil, donde se quedaron atónitos al escuchar a una señora afirmar que un par de desconocidos iban a asaltar su casa aquella noche. El brigada, como es natural, no le hizo mucho caso, y le comentó que lo mejor sería que se pusiese en contacto con la Comandancia, cosa que mi madre hizo con tal insistencia y terquedad que obtuvo el compromiso de que una patrulla rondaría la zona durante la noche "para pillar a los cacos in fraganti".

La narración tocó tierra, se construyó de nuevo hacia atrás


La historia era estupenda. Gracias a una conversación en un bar descubres que van a desvalijar tu casa y das el aviso a las autoridades para que sorprendan a los ladrones en plena faena. A medida que la iba escuchando, estaba más seguro de que tenía que escribirla.

Sin embargo, cuando le pregunté a mi madre cómo había acabado la cosa, me explicó con cierta decepción que no se había producido la detención porque los asaltantes no habían aparecido. Que seguramente se habían percatado de que los estaba esperando una patrulla y se habían marchado por donde habían venido, frustrando el desenlace.

"Pues te está bien empleado -le contesté-. Eso te pasa por avisar a la Guardia Civil y reventar el final de la historia. Los ladrones se libraron porque tú destripaste la trama. Así aprenderás a no hacer spoiler".

La narración tocó tierra, se construyó de nuevo hacia atrás y el relato se convirtió en otro distinto. Ya no era la historia de una detención, sino la historia de un spoiler. Con más razón tenía que escribirla.

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