Opinión

15.000 euros

RECONOZCO QUE a veces me dan cierta envidia los nacionalistas. Cualquiera de ellos, centralistas o periféricos. Debe de ser reconfortante disponer de un sentimiento tan fuerte en el que refugiarte, que te llene y te defina de un modo tan rotundo que no haya nada de ti que quede fuera, a la intemperie.

Me pasa también con sus símbolos, sus himnos y sus banderas. Creo que es porque a una parte de este país nos han arrebatado esos símbolos, nos los hemos dejado por el camino. Probablemente también por dejadez nuestra, porque durante las décadas de trayecto hacia la democracia renunciamos a dar la batalla por ellos y se los cedimos sin discutírselos a quienes los enarbolaban como estandartes con el mismo sentido patrimonialista que tenían del poder, que tenían del país entero. Tampoco es una tragedia, si hay que pelear por algo, mejor por un país que por una bandera.

Y menos por las banderas tal y como las hemos utilizado siempre por aquí, como arma arrojadiza. Cada vez que sacamos una bandera a la calle, es contra algo o, sobre todo, contra alguien. Recuerdo mosaicos rojigualdas en fechas señaladas de los nostálgicos del franquismo; las recuerdo en los cuellos y en los relojes y en las muñecas de los pandilleros de polo de Lacoste, cadenas y puño americano; las recuerdo, más recientemente, en los piquetes contra las huelgas por derechos laborales, en las manifestaciones contra la ley del divorcio, contra el aborto, contra los derechos de los homosexuales... Cada una de las protestas contra alguno de los derechos sociales que como españoles hemos ido conquistando ha estado teñida de banderas rojigualdas, representando una manera de entender el país que no es la mía.

Y no deja de darme rabia que muchos hayamos dejado que nos arrebaten banderas y patrias para encerrarlas en nacionalismos casposos. Ganamos, entre casi todos, la guerra por el país, también la hubiéramos podido ganar por los símbolos. Solo que no la dimos, no plantamos cara.

En los últimos años, con el retroceso de los nostálgicos a sus mausoleos, llegué a sentir que también podíamos arrancarles eso que no les pertenecía y convertirlo en nuestro, de todos. Los triunfos deportivos, los avances sociales, la normalidad democrática, ayudaron a encender el orgullo de tribu. Por un momento estuvimos muy cerca...

Pero ahora las calles vuelven a llenarse de banderas, todas en contra. Dicen que no, que es a favor, pero se las arrojan unos a otros, esteladas contra rojigualdas, todos patriotas de patrias que no son la mía. Y me vuelve a pasar como antes, que cada vez que veo una me protejo la cabeza y me palpo la cartera.

En el paroxismo patriota de pacotilla que vivimos estos días, un tipo ha colgado la bandera de España más grande nunca desplegada. Lo ha hecho sobre un edificio en construcción de su propiedad, en Valdebebas. 731 metros cuadrados de bandera para "expresar el deseo de permanecer unidos", aclara el promotor inmobiliario, César Cort, que se ha gastado 15.000 euros en este enorme trozo de tela. Miles de trabajadores de este país, entre ellos seguro que muchos de los empleados de Cort, se las ven mal para llegar a los 15.000 euros anuales de salario. A él le ha parecido que lo que más necesitaba su patria en este momento era tapar su edificio en construcción con 731 metros de tela.


En este país cada vez que sacamos una bandera a la calle es contra algo o, sobre todo, contra alguien

No creo que este hombre sea imbécil, así que no me imagino que piense que ninguno de los independentistas catalanes que dice querer integrar vaya a ver semejante puesta en escena y a pensar: "Ah, bueno, con este gesto cambia todo, con este señor sí queremos permanecer unidos". Es, evidentemente, un gesto de reafirmación propia, es eso tan español desde siempre de "a mí a huevos no me gana nadie". Es un acto en contra de, sin ningún ánimo de reconciliación.

Y es también, sin haberlo pretendido, toda una metáfora. Porque el grupo empresarial de la familia Cort, por ejemplo, acaba de librarse de pagar los 112 millones de euros que les reclamaba la Agencia Tributaria por fraude fiscal, y esto solo en el ejercicio de 2009. Curiosamente, un juzgado retrasó tres meses la admisión a trámite presentada por la Abogacía del Estado, tiempo suficiente para que prescribiera la deuda y no se le pudiera reclamar. Sí sigue adelante la querella por otros 1,2 millones supuestamente defraudados en 2010.

Yo creo que un ejercicio de patriotismo mucho más convincente y un acto de integración más eficaz sería pagar esos 112 millones y los demás que nos ha chuleado a todos los españoles, incluidos los catalanes. Y que los catalanes reclamaran a sus propios empresarios y políticos que hicieran lo mismo. Seguro que de ese modo entre todos podríamos construir un país mejor en el que todos nos sintiéramos más cómodos. Uno en el que gastarse 15.000 euros en un trapo no fuera un acto de patriotismo, sino una prueba de estupidez, y en el que las banderas sirvan para mostrar orgullos y no para tapar vergüenzas.

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