Opinión

Todavía huele a humo

"TIRA POR AHÍ", me sugirió Ricardo Colmenero. Yo había comentado la posibilidad de escribir sobre el sabor a ceniza en el aire. El viento traía consigo desde los montes el miedo, la incertidumbre y la tristeza, pero también ese desagradable sabor seco y áspero que se pegaba al fondo del paladar y del resentimiento. "Esta noche lloverá -concluí-. Mañana olerá a tierra mojada y las cosas serán distintas". Estaba seguro de no ser capaz de escribir sobre los incendios mientras todavía oliese a humo. A Ricardo le pareció una buena forma de comenzar.

Al día siguiente aún permanecían activos algunos focos, pero la lluvia había logrado contener el desastre. Varias horas más tarde, la Xunta de Galicia enviaba una nota informativa a los medios de comunicación confirmando que ya no quedaba ningún incendio forestal activo en Galicia. Reconfortaba salir a la calle y encontrarse con un precioso día gris y nublado, repleto de chubasqueros y paraguas e incómodos charcos. Ni siquiera durante la tarde más soleada de la primavera hizo mejor tiempo que la mañana que nos despertamos sin incendios. A veces uno tiene la sensación de que la lluvia es capaz de limpiar y depurarlo todo. Sin embargo han pasado los días, continúa lloviendo en Galicia, y por desgracia todavía sigue oliendo a humo.

Huele a humo en los montes, ya empapados, donde el agua se lleva consigo el suelo fértil sin vegetación que la detenga, provocando una erosión difícilmente reversible. Más de treinta y cinco mil hectáreas quemadas se traducen en miles de animales que se quedan sin refugio ni alimento, perdidos durante semanas entre la ceniza.

Huele a humo en el cauce los ríos, donde se derraman los residuos calcinados arrastrados por el agua, contaminando el caudal y afectando a docenas de especies. Huele a humo en las rías, cuyos fondos se ven sepultados por esa capa negra de sedimento que desciende desde los montes, envenenando las aguas y arruinando unos bancos marisqueros actualmente muy mermados. Huele a humo en las casas de los pescadores y los mariscadores, colmadas ya de estrecheces, que se preparan para enfrentarse al invierno todavía con más inseguridad y preocupación.

Huele a humo en las viviendas carbonizadas. En pueblos enteros de los que no quedan más que unos cuantos escombros bajo la lluvia. Huele a humo en las granjas que han perdido sus pastos. En los negocios de vecinos que tuvieron que salir huyendo y al regresar han encontrado sus herramientas, sus mercancías, todo su modo de vida reducido a desechos. Huele a humo en las poblaciones en las que han tenido que empezar a repartir agua embotellada porque o bien las cañerías están obstruidas o bien de ellas no sale más que barro y ceniza. Huele a humo en la memoria de todos los que aquellos días dirigimos nuestra mirada una y otra vez hacia las llamas.

La noche del martes se puso a llover y el agua evitó que los bosques siguiesen ardiendo. Las calles recuperaron la normalidad, la actualidad informativa regresó a Cataluña y el aire perdió su amargo sabor a ceniza. El cielo, de la noche a la mañana, dejó de ser marrón. Pero todavía huele a humo. Y seguirá oliendo a humo durante meses. Me temo que aún es pronto para escribir sobre el olor a tierra mojada. Ricardo estará de acuerdo.

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