Opinión

Europa, por interés e ilusión

LA CELEBRACIÓN este sábado de los 60 años de la firma del Tratado, o tratados, de Roma (Comunidad Económica Europea y Comunidad Europea de la Energía Atómica) es más que la conmemoración de un aniversario. Ahí nace la Unión Europea que conocemos. El camino arranca ya de forma decidida con el Tratado de París (1951). Una mirada sobre las memorias de Adenauer da idea de su ilusionante voluntad de superar el pasado de enfrentamientos con Francia que encuentra igual posición por parte gala en Robert Shuman. Lo que parecía una utopía inalcanzable, con las ruinas de la guerra calientes en el suelo europeo, se empieza a construir por la primacía de la idea y de una acción política dedicada al objetivo de cambiar el trágico destino de Europa en la primera mitad del siglo. Una relectura de algunos de los testimonios de tal día como hoy en Roma dan idea de que los seis mandatarios que firman el Tratado son conscientes de que están construyendo ellos la historia. Quienes lo hicieron posible en la gestión diplomática y negociadora estaban dispuestos a llegar a donde sabían que era necesario. No los arrastran los acontecimientos, como parece que sucede hoy. ¿Podrán transmitir hoy las crónicas que lleguen desde Roma la ilusión y la confianza en el futuro que los europeístas expresaban hace sesenta años? Muchos de aquellos políticos fundadores dejaron memoria y testimonio. Una cierta recarga de europeísmos y de concepción de la política como avance puede encontrarse ahí. Es aconsejable. En nombre de un falso pragmatismo, —aceptar y resignarse ante lo que hay— no se puede justificar la ineficiencia política, la carencia de voluntad de hacer y transformar. Europa es interés cívico de paz, para ponerle las máximas barreras a la guerra; interés económico, defensa de unos logros de bienestar y afirmación y práctica de unos valores cívicos de convivencia y tolerancia ejemplares.

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