Opinión

Fatiga

"Fatiga" es toda una calificación desde Bruselas para la posición del Gobierno de España en las recomendaciones de primavera. Se producía mientras el comisario de Economía, Pierre Moscovici, elogiaba el esfuerzo portugués en la reducción del décifit, que sale del procedimiento, la vigilancia y control en la que España sigue por un déficit excesivo. El panorama laboral y de empleo que se describe sobre España es sombrío. No se niegan los avances dados, pero se ha producido la parálisis y en algunas materias ni se han iniciado reformas. Las políticas sociales frente a la pobreza son deficitarias. Mientras, el control y la eficiencia del gasto público, la innovación y los desequilibriuos regionales continúan como asignaturas pendientes. En materia de corrupción "no se han adoptado estrategias preventivas". Lo dice Bruselas. Hay más, la facilidad que sigue existiendo para la prescripción de estos delitos y una contratación pública que continúa con carencia de transparencia. Esperan reformas en materia social, no solo liberalización, en regeneración democrática, en control y eficiencia del gasto público.¿Qué se hizo para acabar con la superposición de administraciones en una misma materia? La fatiga reformista llegó inmeditamente después de realizado el arreglo de o para la banca, la reforma laboral y la palabrería sobre el gasto público. La deuda es a medio plazo un alto riesgo, según aviso de Bruselas y del sentido común. Más que mirarnos al espejo y vernos como modelos únicos de sabiduría y belleza -esa autosatisfacción permanente que se traduce en discursos de autoelogio para envidia de Europa- sería conveniente convocar cada día a la ciudadanía a las reformas pendientes, a la racionalización del gasto, y, sin temores electorales, liderar política y socialmente esa apuesta. Es un camino necesario para asegurar la estabilidad política de este país al hacer así inviables sobresaltos populistas o radicalismos mágicos, que amenazan.

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