Yo vi a Hitler en Samos

Sirviéndose, delante de otra talla suya.
photo_camera Sirviéndose, delante de otra talla suya.

Forcarei, Lugo, La Orchila, tres etapas en la fabulosa vida de Julio Barreiro (II) Las dudas sobre la autenticidad de los cadáveres de Adolf Hitler y Eva Braun son constantes desde los últimos días de abril de 1945 hasta hoy. Al contrario de lo ocurrido con los cuerpos de Benito Mussolini y Clara Petacci, de cuyos ultrajes se dice que llega a tener información el canciller alemán en su búnker, los de ellos pasan por ser cenizas irreconocibles, o ni siquiera eso. Prueba de la falta de seguridad en su identificación que subsiste entre los aliados tras la caída de Berlín y el hallazgo de los cadáveres, es el encargo que formula el Servicio de Inteligencia Militar británico, los famosos MI5 y MI6, al agente/historiador Hugh Trevor-Roper con el fin de que investigue la muerte de Hitler. Los testimonios de lo vivido en 1945 por el pontevedrés Julio Barreiro Rivas, residente hoy en Venezuela, abren un camino apasionante en el campo de las especulaciones sobre lo ocurrido.

EN LA PRIMERA PARTE de la entrevista publicada ayer, Julio Barreiro Rivas recuerda los años de juventud que pasa con dos de sus tíos dedicado a la construcción de pequeñas casa aisladas en el noreste de Lugo. El trabajo se desarrolla en penosas condiciones, pero un día...

¿Qué buena noticia le comunica uno de sus tíos?

Me dice que había logrado un contrato de trabajo que por sus dimensiones e importancia nos mantendría ocupados toda una temporada sin necesidad de movernos del mismo punto.

¿De qué se trata?

Hay que levantar la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Samos. Un edificio de dos pisos, lo suficientemente grande como para albergar el cuartel y las familias de los guardias destinados allí, como es costumbre en el cuerpo.

Un notición.

Efectivamente. Me llevé una gran alegría, puesto que ya estaba cansado de deambular de pueblo en pueblo.

¿Dónde se instalan?

Mis tíos habían alquilado un segundo piso en un pequeño restaurante a la entrada del pueblo. Era una única pieza que servía de dormitorio a unos 18 o 20 canteros. Cada uno tenía una cama hecha de tablas con una colchoneta rellena de paja o follato (las hojas del maíz). El piso de esta estancia era de madera. Recuerdo que las pulgas eran tantas que rebotaban contra la mano cuando se sacaba fuera de la cama.

¿En qué consistía su trabajo?

Mi ocupación consistía en ayudarles en los replanteos, supervisar las obras y otros menesteres de la empresa. El misterio de ese contrato es que yo nunca supe con quién se había establecido; si había sido el capitán de la Guardia Civil, el abad del convento o el alcalde de Samos. Lo único que yo sabía, era que de acuerdo con ese mismo contrato tendríamos que hacer dentro del convento un trabajo especial, algo así como un búnker. Un laberinto de túneles entre unas paredes muy anchas y muy difícil de romper por estar pegadas sus piedras con un pegamento antiguo. Se decía que había sido hecho con sangre de toro.

¿Eran los mismos lo que hacían un trabajo y otro?

No, los obreros que fueron elegidos para el trabajo del convento fueron los más amigos y de mayor confianza de mis tíos, puesto que tenían órdenes estrictas de no comentar con nadie lo que se estaba haciendo.

¿Qué supo de este trabajo?

Que se trataba de un apartamento clandestino para ser habitado por un grupo de italianos y alemanes. Entre ellos se decía que estaba Adolf Hitler. Los cuatro canteros que mi tío destinó para este trabajo tendrían que vivir dentro del convento; y los únicos que entraban y salían todos los días, éramos mi tío y yo, que siendo niño, tenía acceso a los pasajes secretos del convento.

Dice ignorar quién les había contratado para las obras de Samos, pero ahora, con el paso del tiempo, ¿quién supone que era? ¿El Gobierno?

Uno de los domingos en que yo había ido de visita a Samos, mi tío me ordena que le ayude en un replanteo de las obras del cuartel. Fue entonces cuando me confiesa que con este trabajo y el del convento tendríamos, no para una, sino para dos temporadas. En ese momento me sentí contento, pues como digo, veía en ello la posibilidad de no viajar por un tiempo. Me comenta que el trabajo en el convento era pequeño, pero muy delicado. Para ello, ya digo, destina a los cuatro canteros mejores del grupo.

Perdone que le insista, pero ¿recuerda con más precisión esa conversación?

La recuerdo muy bien, especialmente cuando me dice: «Lo más delicado de este trabajo es que nadie puede saber que lo estamos haciendo porque es pagado con el mismo dinero del cuartel en colaboración con el convento». Yo entendí que como los curas siempre son unos pedigüeños, se trataba de una comisión, puesto que mi tío tenía muy buenas relaciones con el convento. Casi todos los años le hacía trabajitos gratis. Al no ser yo exactamente un socio de mis tíos, nunca me interesé en saber quién lo había contratado. Supuestamente tendría que haber sido el Gobierno.

O el Estado. Pero sigamos con las precisiones, ¿qué tipo de obras se realizaban en el monasterio?

Un día, aprovechando la ausencia de mi tío, entro en el convento para ver lo que allí se estaba haciendo. Lo cierto es que no entendí nada de nada, ni los canteros que allí trabajaban creo que lo supiesen. Yo recuerdo haber visto unas paredes muy anchas, aquello parecía un laberinto misterioso.Y desde luego, algo secreto. Nunca supe de qué se trataba.

¿Supervisaba el padre Mauro, el prior del monasterio, la marcha de las obras?

Supuestamente en el convento el padre Mauro, que era amigo de mis tíos, se encargaba de todo.Yo lo conocí. Lo he visto varias veces hablar con mis tíos a las afueras del convento.

Sus tíos le aconsejan silencio, ¿nunca se sinceran con usted más allá de lo que acaba de contarnos?

Cuando mi tío se entera de que yo había entrado en el monasterio, me dice: «Si alguien te pregunta qué trabajos se están haciendo en el convento, di que nada de importancia, porque estos trabajos los paga el mismo patrón del cuartel y no conviene que se sepa».

¿Qué pensó usted al escucharle?

Que era algo secreto. Lo recuerdo bien, entre otras razones porque me lo dijo todo en verbo, que para nosotros los canteiros, el verbo es como un segundo idioma. Una jerga en la que, por ejemplo, ‘ranga’ es ‘Policía’; ‘billardo’ es ‘cigarro’ y ‘canfrós’ es ‘reloj’. Me lo recalcó bien, y lo entendí claramente. Comprendí que se trataba de un secreto de Estado y acrecentó en mí el deseo de saber qué era lo que se estaba haciendo en el convento, puesto que mi tío nunca me lo dijo con total claridad.

¿Qué pasa a partir de entonces?

Después de ese día yo entraba más frecuentemente en el convento. Al ser el sobrino del jefe, confiaban en mí. Algunos días comía en la misma mesa de los canteros, que estaba ubicada en un pequeño cuarto al lado del comedor principal. Fue así cómo pude ver al grupo de comensales. Muchos monjes vestidos con sus hábitos. También había muchos italianos y alemanes, todos vestidos de monos y pijamas.

¿Cuándo llegan a Samos?

Los italianos y los alemanes ya estaban en el convento antes que se empezaran las obras. Desconozco si se fueron o se quedaron después de nuestra partida.

Y un día... ve a Hitler. Recordemos que estamos hablando de fechas posteriores al 30 de abril de 1945, día de su supuesta muerte.

Sí. Yo me quedé sorprendido cuando vi a Adolf Hitler sentado en la mesa vestido de monje. No tenía bigote. Yo lo conocía muy bien, porque mi padre siempre usó bigotes de su estilo. En mi casa había una foto muy grande de Hitler. A mí me llamó mucho la atención ese monje, por la cara de enfadado que tenía.

¿Se fijó en algo que lo distinguiese?

Nunca hablaba con nadie. Sin embargo todos estaban muy pendientes de él. Era como el líder o el jefe del grupo allí refugiado.

¿Había una mujer entre ellos?

Lo cierto es que nunca vi a una mujer en el convento. Sin embargo me llamó mucho la atención la cara que tenía uno de los monjes, al que pude ver dos veces. Siempre estaba al lado del que pudiera ser Hitler. Tenía cara femenina sin que se le notase el pelo ni los pechos. Tal vez los escondía entre los ropajes.

¿Sabe cuánto tiempo pudieron estar allí?

No, porque la temporada siguiente fui a trabajar con otro contratista que me ofreció un mejor salario, y nunca más volví a Samos.

¿Habló con alguna persona sobre lo acababa de ver o sobre lo que sospechaba?

Yo nunca le di mayor importancia a este pasaje de mi vida, especialmente desde que un día se lo comento a mi padre y éste me dice que no lo hable con nadie, puesto que podría comprometer a mis tíos. Y ellos mismos me lo dejan muy claro: «¡No repitas nunca más eso, porque nos pueden quitar el contrato!».

Pero seguramente no ha cesado de plantearse conjeturas y explicaciones a ese episodio.

Claro. Además mi historia de Hitler y Lugo no acaba aquí.

Pues adelante.

En cuanto a las conjeturas, después de aquella conversación con mi padre, imaginé que podía tratarse de la construcción de unas catacumbas para enterrar a Hitler y a su esposa. Como quiera que a la Iglesia Católica siempre le gustó pagarse y darse el vuelto, y autonombrarse santos, llenando los altares de las iglesias de curas, frailes y monjas, puesto que nunca se vio en una iglesia a un político por bueno que sea. ¿Se imaginan al presidente Fraga, o, a Franco, de santos?

Aclaremos al lector español que «pagarse y darse el vuelto» es una expresión usada en Venezuela que equivale a propio beneficio, o sea, a beneficiarse uno mismo de una decisión económica. Dicho lo cual, volvemos a Samos. ¿Cómo es que piensa en el monasterio como tumba del Führer?

Como la mayoría se entierran en los patios de los conventos, en el piso y altares de las iglesias, y considerando que Francisco Franco era un ferviente católico aliado de Hitler, no me extrañaría nada que le ayudara dándole el exilio aún después de la muerte.

Una cosa es darle refugio y otra muy distinta es darle sepultura.

Sí, o las dos cosas. Franco le debía muchos favores a Hitler. Gracias a él y a Mussolini ganó la guerra en España. Nunca se debe de subestimar a nadie. Yo no creo que si Hitler tuvo la inteligencia homicida para declararle la guerra al mundo entero, se haya matado de un tiro y se haya mandado incinerar, como cuenta la historia. Tampoco creo que cuando manda construir el búnker no le haya dejado un túnel de escape. Es decir, que se hubiese construido para él una ratonera. Fueron todas estas circunstancias las que me llevaron al convencimiento de que Hitler está enterrado en el convento de Samos. A nivel histórico y turístico sería muy interesante que fuera así. El convento de Samos pasaría a la historia del mundo entero, pero creo que a la iglesia no le conviene mucho este destape.

¡Quién sabe! Se dice que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Pero usted nos anunciaba que su historia con Hitler y Lugo no acababa aquí.

Y no acaba, es cierto. Cuando llego a un pueblo llamado Córneas para construir un horno, lo primero que encuentro es un avión alemán de tres motores, igualito a los que hacía años había visto aparcados en Lavacolla.

¡Caramba! ¿Me quiere decir que también se encontró con el avión que utiliza Hitler para llegar a Samos? Eso necesita un relato más detallado.

Lo entiendo. Recuerdo muy bien que yo estaba trabajando en un pueblito llamado Hospital. Hacíamos la reparación de un cementerio. Fue en este pueblo donde me contaron que por allí habían pasado Hitler y otras personas a caballo. Que iban rumbo a Triacastela por una carretera que estaba en construcción.

Eso quiere decir que otras muchas personas estaban al tanto de la presencia de Hitler en tierras lucenses.

Eso parece.

¿Cómo continúa la historia?

Días más tarde salimos con nuestras maletas para construir el horno en Córneas. Pasamos por el Cebreiro, tomamos agua en su fuente y llegamos a Pedrafita. Luego tomamos la carretera a la derecha y a unos dos kms entramos por un sendero muy a la izquierda. Seguimos caminando otros cinco kilómetros más, aproximadamente. Y allí se encuentra el pueblito del avión alemán. Esto es tan cierto como que yo me llamo Julio Barreiro.

Debemos entender que en aquellas tierras tan montañosas aterriza un trimotor alemán.

Sí. Córneas está ubicado en el punto más estratégico de la zona, en una hondonada profunda. Por la parte del este existe una gran montaña que no permite que el sol entre en el pueblo hasta después del mediodía, esta circunstancia, añadida a las propias de Ancares, hacen de él el lugar más intrincado de toda Galicia. Su paisaje era diferente al de todos los pueblos de Lugo por mí conocidos. No existían caminos para carros y todas las comunicaciones entre casa y casa eran a través de unos senderos estrechos y pedregosos. Las praderas estaban llenas de manzanos y de fincas de sembradíos sin excepción formaban una pendiente muy pronunciada.

¿Y allí estaba el avión?

La única finca que existía en todo aquel paraje del valle de Córneas estaba ocupada por un avión alemán. Era una finca sembrada de patatas de aproximadamente cien metros cuadrados, totalmente plana, pero rodeada de carballos y castaños. Lo insólito e inexplicable es cómo pudo aterrizar en este paraje solitario un avión trimotor, uno de los más modernos y potentes que tenía Alemania en aquellos tiempos, posándose en la finca sin sufrir sus cinco tripulantes ni un solo rasguño.

¿Vinieron en él cinco pasajeros?

Así fue. Cuando los lugareños intuyen el aterrizaje en medio de un ruido aterrador, se percatan de que el avión, antes de tocar tierra, frena en el aire y se arrastra sobre las ramas de los árboles. Solo troncha algunas de ellas y después comienza a posarse. En el momento de tomar tierra, el aparato da sobre sí una vuelta de 360 grados, con lo cual su morro queda exactamente en la misma dirección que traía.

¿Qué hacen los vecinos de Córneas?

Corren en auxilio de los ocupantes del avión. Un total de cinco pasajeros, que se comunicaban en alemán, bajan sin un rasguño del aparato. Unos visten de civil y otros llevan uniformes militares alemanes. Una de estas personas era Adolf Hitler con bigote y todo. Así me lo cuenta un simpático gallego que cruza unas palabras con él, aunque sin entenderse, claro. 

Su relato sobrecoge al más templado y yo me tengo por tal.

La impresión es que todo ha sido fríamente calculado. Fíjese, al poco tiempo del aterrizaje llegan al lugar unos guardias civiles con un arreo de mulas, donde son colocados los equipajes y los cinco viajeros alemanes se montan en unos caballos. Tanto ellos como los guardias civiles se despiden tranquilamente de los aldeanos. Al dueño de la finca le fue encargada la custodia del avión, al tiempo que le anuncian que le serían pagados sus sembradíos de patatas. Me dijo el dueño de la finca que a los pocos días llega al pueblo otro grupo de guardias civiles. Le pagan las patatas al dueño y protegen los motores del avión con unas fundas de cuero, tal y como estaban cuando los veo en el año 1947.

¿Y cuándo se supone que tiene lugar el aterrizaje?

El 1º de mayo de 1945, un día después de la caída de Berlín y de la supuesta muerte de Hitler y su esposa.

¿A dónde se dirige la caravana?

Los alemanes y los guardias civiles se trasladan por los más intrincados caminos hasta Pedrafita, donde toman un pequeño refrigerio previamente ordenado por la Guardia Civil. Después se trasladan al Cebreiro, pasan por Hospital y bajan a Triacastela, donde los están esperando unos frailes del convento de Samos, a donde son trasladados, según pude saber años después; puesto que por casualidad yo también estuve en esa población, trabajando en la casa del médico, el cual me contó que los alemanes llegados en mulas en el año 1945 fueron llevados al convento de Samos por la Guardia Civil en un autobús militar.

Ha estado usted en todos lugares donde se desarrolla esta fabulosa historia, tanto que parece predestinada para su biografía.

La verdad es que soy un amante del misterio y a lo largo de mi vida me ha coincidido rozar de cerca alguno de ellos, cuando no protagonizarlos.

De esos otros nos ocuparemos mañana.

De acuerdo.

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