Fallece Baldomero Pestana, retratista de la vida artística de Latinoamérica y París

Nacido en Castroverde en 1918, el fotógrafo y dibujante capturó con su cámara a Borges, Neruda, García Marquez y Polanski, entre otros
Baldomero Pestana.
photo_camera Baldomero Pestana.

Baldomero Pestana, fotógrafo y dibujante, falleció ayer en Lugo a los 97 años. Esta tarde, a las 18.00 horas, en ceremonia laica, Pestana recibirá sepultura en el cementerio de su localidad natal, Castroverde, de la que era hijo predilecto. El escritor Darío Xohán Cabana leerá un elogio en su memoria.

Gallego de nacimiento, argentino de adopción y peruano de nacionalidad, Baldomero Pestana, amparado tras el objetivo de su cámara de fotos, atravesó con idéntica facilidad los lugares y los rostros, solo fiel a las imágenes, sean sobre película, lienzo o papel: un encuentro casual con Jorge Luis Borges en las calles de Lima, la guarida parisina en la que Man Ray daba rienda suelta a su impulsividad artística, el apartamento donde compartía conversaciones y correcciones de ‘Cien años de soledad’ con su amigo Gabriel García Márquez. Neruda, Polanski, Vargas Llosa. El arte absoluto, expresado a través de unas facciones, de una mirada, de una pose repentina. No en vano, Pestana reconocía que el retrato, «sacar a la gente», era la suerte que definía a los grandes fotógrafos, dada su complejidad y su potencia expresiva. Quizás la inquietud le proviniese de los comienzos de su carrera, fraguados en el ingrato campo de la fotografía de bodas, donde demasiadas veces se le exigen milagros al retratista.

La plasmación de la esencia íntima del retratado, fruto de una complicidad innegociable, era una de las claves de sus imágenes

Hijo de la inmigración, instalado desde los cuatro años en Buenos Aires junto a su madre, Pestana dejaba atrás el trabajo en la sastrería de su tío y como camarero de un barco mercante. El oficio, prosaico, respondía las exigencias de su matrimonio con Velia Martínez, nieta de astorganos.

Después de la disciplina, llega la técnica, el lenguaje del talento. En 1957, Pestana se traslada a Perú por fuerza de la dictadura de Juan Domingo Perón. Allí captura la vida política del país y su cosmos artístico e intelectual, bajo la nómina de publicaciones como Time, Life o Square y organismos como la Onu, Unicef o la agencia publicitaria McCann-Erikson. Su primera muestra individual data de 1966, realizada en el Instituto de Arte Contemporánea de Lima.

Con su cámara Hasselblad para exteriores, y una Linhof en estudio, siempre arropado por la luz natural, Pestana organiza a partir de los cincuenta su colección de retratos. Algunas de sus instantáneas le aportan prestigio y capital para redondear su presupuesto, obtenido de la fotografía para publicidad. Sus directrices son sencillas, una consecuencia de la otra: contextualizar al retratado dentro de un clima que exteriorice su esencia íntima y que el fruto del trabajo agrade en primer lugar al fotografiado. La complicidad a ultranza entre artistas y hasta una relación de admiración mutua, supone un componente inexcusable en su obra, aun a riesgo de que incluso haya podido condenarla en ocasiones a la oscuridad inexpugnable de lo privado. Se resistió a comercializar sus retratos, y algunos de ellos tardaron cuarenta años en ser expuestos al público.

Pestana abandonaría la fotografía profesional en los ochenta para ceder protagonismo a otra forma de capturar esa realidad invisible que abarca al hombre, cultivada a partir de su estancia en París desde 1967. La fisicidad hiperrealista del lápiz sobre el papel dibuja un nuevo matiz en su visión de la figura humana; aquel que, reconocía, le aporta mayor satisfacción. Se trataba en realidad de la ruptura de una nueva frontera, marcada por las limitaciones de la fotografía. El lápiz, explicaba Pestana, ayuda a completar la perfección que le falta a la imagen de la cámara de fotos. La perfección del imperfecto toque humano, en definitiva.

Comentarios