Mujeres a la conquista de la muerte

El de sepulturero es uno de los oficios donde la mujer está más subrepresentada. "Se ve como un trabajo de hombres", afirma Concepción Cousiño, una de las pocas que ha desempeñado este empleo en Galicia. Con el tiempo, dice, la gente esperaba a su turno para que atendiese ella, con mano femenina, las necesidades de su duelo
María José García
photo_camera María José García

Paradójicamente, poco se prodiga la mano femenina en un territorio íntimo, de sentimientos a flor de piel, como es el de la muerte y los sepelios. De acuerdo con los informes sobre la mujer trabajadora de la Xunta, el de sepulturera es uno de los empleos con menor presencia de mujeres.

En Galicia, María José García es una de estas excepciones a la norma. Su trabajo como enterradora en el cementerio de Santa María A Nova, en Noia, es resultado de un proceso paulatino: tras dos décadas a cargo del mantenimiento del camposanto, María José comenzó a auxiliar al sepulturero titular, ya mayor, hace apenas "uns dous anos". No fue una tesitura agradable, pese a que sus inicios en la conservación del cementerio ya le habían exigido un severo esfuerzo de adaptación mental. "¡A primeira vez que vin un cadáver foi horrible!", admite. "Aínda que levase cincuenta anos traballando, íame a impoñer igual".

El aspecto psicológico, por tanto, es uno de los principales retos a los que María José hace frente día a día. No es un problema de género, ni de falta de costumbre a trabajos duros: esta noiesa de 49 años ha cubierto prácticamente cualquier vacante ofrecida por el Ayuntamiento, desde jardinera a albañil, pasando por barrendera. Y, según su experiencia, ninguno de ellos le prepara a uno lo suficiente como para enfrentarse cara a cara con los dominios de la Parca. Sobre todo cuando "morre xente nova" o una persona "que coñeces", sin duda los trances que más le afligen. Es decir, que este conflicto no reside en modo alguno el miedo a los muertos, —"que xa morreron e que descansen en paz"—, sino que es una cuestión de empatía humana elemental.

Así, este contacto íntimo y cotidiano con la muerte, que iguala al ser humano sin distinción y que es ajeno a conceptos de justicia o misericordia, ha hecho de María José una escéptica. "Non creo no Máis Alá nin nesas cousas", asegura. No obstante, todavía acierta a relatar episodios anecdóticos capaces de sembrar la incertidumbre hasta en los más incrédulos, especialmente el caso de tres miembros de una misma familia que fallecieron todos ellos el 27 de noviembre... de años distintos. "Hoxe estiven coa dona das lápidas e comentoume que ademais morreron os tres á mesma hora", agrega la fosera. "É de calafrío". No acaba ahí la confesión: una sobrina de la dueña dio a luz a dos niñas gemelas en la misma fecha. Con razón, los días 27 de noviembre, la señora, que regenta una pescadería en Noia, prefiere no viajar hasta la lonja para comprar producto, explica María José.

CUESTIÓN PROFESIONAL. Con todo, hallar a una mujer entre tumbas no ha sorprendido a los vecinos de Noia. "É un sitio pequeno e aquí coñécenme todos", aclara María José, quien matiza que en su día mayor extrañeza les había provocado en cambio verla subida a un andamio, otro sector profesional escaso en mujeres.



Es una situación similar a la de Concepción Cousiño, quien tras un largo peregrinaje por el empleo precario trabajando en "40.000 cosas" —hostelería, panadería, rotativas de prensa, clases de aeróbic...—, encontró en unas oposiciones al puesto de oficial sepulturero en Vigo la solución a sus problemas. En 2003, obtuvo el cuarto lugar en el concurso municipal. A partir de ahí, encadenó interinidades hasta que, en 2011, conquistó definitivamente la plaza. "Mucha gente me preguntaba si trabajaba allí, a pesar de verme con el uniforme puesto", recuerda. "Sentían más curiosidad que rechazo", aclara para desmentir faltas de respeto. Solo en el cementerio de Beade, un hombre de avanzada edad insistía en espetarle "a min non me vas a enterrar" cada vez que se cruzaba con ella.

Ahora, desde hace un año, Concepción es liberada sindical. La conciliación familiar obliga, ya que su horario es más flexible y le permite compartir tiempo con su hija de dos años. De hecho, pasó su embarazo entre lutos y lágrimas en el cementerio de Pereiró. La vida y la muerte conformaron entonces una extraña alianza.

"Preferiría estar en el trabajo", confiesa Concepción. "No es que me disgustase". Para ella, su desempeño como fosera se reducía a una cuestión puramente profesional, cuya "exigencia psicológica" debía resolverse "procurando evadirse de la tristeza" que implica el duelo de cada entierro, refugiándose en las necesidades del trabajo. Una sensibilidad innata que, advierte, aumentó exponencialmente durante la gestación de su hija. "Afecta más", asegura.

No obstante, su ocupación aún le reservaba gratificaciones personales, como la posibilidad de "ayudar" y "solucionar los problemas" a personas en un momento de absoluta vulnerabilidad, aunque fuese mediante algo aparentemente nimio como localizar en el registro la ubicación exacta de un sepulcro o lograr su levantamiento para, ejemplifica, reunir los restos de una madre y un padre. Ese "gracias" tan honesto y sentido, subraya Concepción, era capaz de hacer buena la jornada.

"Aquí se aprende a darle menos importancia a tonterías y a respetar todo tipo de ideas, porque cada uno vive la muerte de manera diferente", avisa la sepulturera. "Con este trabajo, la muerte se valora de otra forma, no se tiene ese miedo, ese tabú, porque se toma conciencia de que a todos nos llegará ese momento", concluye. "Le doy más valor a la vida". Si de todo se aprende, nada como observar a diario la finitud de la existencia humana para extraer incalculables lecciones acerca de la vida.

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