Un viaje a las tripas de la cueva de El Soplao

Situada en el oeste de Cantabria, atesora algunas de las formaciones geológicas más singulares de la península. La cavidad puede visitarse en tren minero
Cueva El Soplao
photo_camera Cueva El Soplao

CANTABRIA ALBERGA bajo tierra unas 6.500 cuevas, lo que supone más de una por kilómetro cuadrado. Entre ellas, El Soplao se lleva la palma. Esta gruta, la más espectacular de la comunidad, abre sus puertas a un paraíso geológico apto para todos los públicos y que permite visitas sin necesidad de cargar con el equipo de espeleología.

El Soplao debe su belleza a las formas caprichosas que el agua comenzó a labrar hace 240 millones de años en el interior de esta cueva de 17 kilómetros de longitud, conocida desde siempre por lugareños y mineros, pero cuyas maravillas geológicas habían permanecido ocultas hasta 1975.

Ese año exploraron por primera vez la cueva ocho miembros del Espeleo Club Cántabro (SCC) en un recorrido de apenas dos kilómetros que les llevó por dos galerías, las mismas que 40 años más tarde pueden visitar las personas que se acerquen a esta gruta situada en la comarca del Nansa, en el extremo occidental de Cantabria.

El Soplao se localiza entre los municipios de Herrerías, Valdáliga y Rionansa, en lo alto de la sierra de Arnero, a 540 metros sobre el nivel del mar, y con una vista privilegiada sobre la sierra de Peña Sagra, los Picos de Europa, el valle del río Nansa y el mar Cantábrico.

La cueva está situada a 60 kilómetros de Torrelavega y a 83 kilómetros de Santander, cerca de enclaves como San Vicente de la Barquera, Comillas, Santillana del Mar, el desfiladero de la Hermida o Cabuérniga.

El acceso, para los viajeros que accedan desde Galicia, se realiza desde la autovía A-8, en la salida de Los Tánagos-Pesués-Puente Nansa, pocos kilómetros después de rebasar el cartel que da la bienvenida a la comunidad autónoma de Cantabria en Unquera.

Antes de llegar al núcleo urbano de Pesués, es preciso tomar la desviación a Puente Nansa hasta alcanzar el pueblo de Rábago. A partir de ese punto, únicamente hay que seguir la carretera hasta El Soplao.

El recorrido de la visita arranca a bordo de un tren minero, que introduce al visitante bajo la montaña a través de la galería de la mina conocida como la Isidra. Esta desemboca a las puertas de La Gorda, la primera de las grandes salas que el público va a poder visitar.

Una vez allí, se realiza un circuito a pie a través de las galerías y salas de La Gorda, Los Fantasmas, Mirador de Lacuerre, Centinelas y Ópera. La narración explicativa introductoria, la iluminación, los colores, los efectos acústicos y musicales acompañan un recorrido de una hora en que que se conjugan las explicaciones sobre la geología del lugar y sobre su pasado de explotación minera.

A los pocos metros de bajarse del tren, el visitante se topa con una enorme bóveda recubierta de estalactitas, estalagmitas y columnas, algunas gruesas como troncos y otras finas como agujas de tejer, y ve por primera vez las excéntricas.

Ahora, 600 puntos de luz resaltan las bellezas de la cueva y casi un kilómetro de caminos y pasarelas de hierro facilitan el tránsito por la gruta, pero esta se muestra el visitante como lo que es: una cueva donde la temperatura no pasa de once grados y el agua que la mantiene viva sigue filtrándose por todos los lados.

Esta exploración está adaptada para personas de movilidad reducida —el 90% del recorrido se puede realizar en silla de ruedas— y se facilitan mochilas portabebés para los más pequeños. Se recomienda, asimismo, el uso de calzado cómodo y de ropa de abrigo, ya que la temperatura interior es de unos 12 o 13 grados durante todo el año.

Además del recorrido del tren minero, El Soplao permite realizar una ruta de espeleoaventura en su interior, que lleva a conocer las galerías de El Campamento, El Órgano, El Bosque o La Sirena. Se trata de un recorrido de dos horas y media de duración, para el que la organización proporciona el equipamiento adecuado para la visita: casco con luz, buzo y botas de agua.

En este caso, la actividad es exclusiva para personas mayores de doce años, y los adolescentes de entre 13 y 16 años solo podrán disfrutar de la expedición acompañados por un adulto y con el correspondiente consentimiento informado firmado por los padres. El precio de las entradas oscila entre los 9,5 —la reducida de la visita sencilla— y los 32 euros —la ruta de espeleoaventura para una persona adulta— y es imprescindible reservar con antelación debido a la atracción que la cueva ejerce sobre los viajeros que se acercan a Cantabria.

Las denominadas estalactitas excéntricas cubren en El Soplao techos enteros y también algunas estalactitas comunes, creando figuras que recuerdan a erizos, corales o pequeños bosques de espinos y cardos después de una helada, porque el blanco es el color predominante en todas ellas, debido a la pureza del carbonato cálcico del que están formadas.

Son precisamente estas formas de calcita o aragonito las que hacen de El Soplao una cueva única, porque en pocas grutas pueden verse. Y si en la mayoría las excéntricas son una rareza o su presencia se cuenta por algunas decenas, en El Soplao las hay a miles. Las galerías fueron bautizadas durante los años ochenta por los exploradores del Espeleo Club Cántabro.

El entramado de grutas convive con un patrimonio de arqueología industrial minera de más de 20 kilómetros de galerías, que fueron horadadas desde mediados del siglo XIX por el grupo minero La Florida. Se extraían de este paraje las calaminas —carbonatos mixtos de zinc— para después aprovechar los sulfuros de plomo y zinc. Los primeros mineros que se adentraron en La Florida se encontraron con las magníficas salas de espeleotemas: estalactitas, estalagmitas, coladas, columnas, perlas de las cavernas o dientes de perro. La hoquedad formaba extraordinarias corrientes de aire. Lo que en la Cantabria del Nansa se dice "un soplao".

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