¿Es un truhán o es un señor?

UN EXCURA EN EL BANQUILLO► El sacerdote más mediático de la comarca de A Mariña, José Emilio Silvaje Aparisi, regresará a Lugo en 2017 para intentar limpiar su nombre en un juicio en el que le acusan de quedarse con objetos sacros de iglesias y capillas de la zona. Figura contradictoria y polémica, la Fiscalía le pide 4 años y medio de cárcel.
José Emilio Silvaje Aparisi
photo_camera José Emilio Silvaje Aparisi

Llegó un punto con José Emilio Silvaje Aparisi (Gandía, 1980) en el que resultó muy complicado saber qué era verdad y qué era mentira, o tratándose de él sería mejor decir qué hay de cierto y qué de leyenda en torno a este personaje que aterrizó en las parroquias de Ribadeo y Trabada en 2010 como cura. Tres años después, dejaría el sacerdocio acosado por denuncias de apropiación de objetos en sus templos que podrían costarle la cárcel si el juez atiende la petición de la Fiscalía: cuatro año y medio de prisión. Él opuso que lo dejaba harto de los vericuetos de la curia.

 Se dejó fotografiar en un salón por Inteviú, rodeado de opulencias de todo tipo como lo que él siempre dijo que era: un aristócrata desafiante: "¿Crees que teniendo todo esto necesito andar robando?". Quién sabe, ahora eso lo dirá un juez

Nada más llegar a A Mariña fue evidente que no se trataba de un cura al uso. Lo primero que se supo es que era de familia bien. Pero todo se enmarañó tanto que ni siquiera esto quedó totalmente aclarado, porque llegó un punto en el que se hizo necesario hasta saber cómo de buena era su familia. Al poco tiempo de dejar esta comarca el ya excura no se cortó e hizo una de sus travesuras preferidas: escandalizar. Y dónde mejor, tratándose de España entera, que en Interviú. Se dejó fotografiar en un salón de su casa de Valencia, rodeado de opulencias de todo tipo como lo que él siempre dijo que era: un aristócrata desafiante: «¿Crees que teniendo todo esto necesito andar robando?». Quién sabe, ahora eso lo dirá un juez.

Pero antes de llegar ahí se dijo que su familia fue una de las que financió la estancia de don Juan Carlos de Borbón en su exilio en Portugal y que por ello era capellán de la Casa Real. Hacía comentarios sueltos sobre el propio Rey y se mostraba en fotos en el móvil compartiendo un vuelo con Carolina Herrera sobre el ‘skyline’ de Nueva York.

Antes de llegar a Ribadeo, Silvaje había creado una ONG. A través de ella, trabajaba con su gran valedor, un viejo conocido en Mondoñedo: José Gea Escolano. Pese a sus diferencias formales, nunca se le oyó ni un asomo de crítica hacia el polémico antiguo obispo. Esa ONG recibió 48.000 euros de Benignitas para echar una mano en colegios de Perú, donde ya estaba residiendo Gea. Al instante, salió de Valencia rumbo a la diócesis de su mentor, que le había ordenado. En cuanto llegó no tuvo ningún tipo de feeling con el párroco ribadense, Jacinto Pedrosa, que era además su directo superior en la complicada y marcial jerarquía eclesiástica.

Silvaje durmió ascéticamente en el convento de las Clarisas y de ahí se trasladó a la casa parroquial que está enfrente, pero a la que le vio posibilidades. El jardín del que disponía enseguida lo adornó con una jaima y lo puso a su gusto. Allí dio fiestas por las que pasó mucha gente de todo tipo: invitados de Madrid, de Valencia, nobles británicos, gente de Ribadeo, gente de Trabada, un revoltijo en el que él siempre se sintió a gusto. Y no solo él. Todo el mundo lo estaba, porque José Emilio era un anfitrión extraordinario.

Sibarita por convicción, extendía esa condición a todo lo que organizaba, siempre con buenos modales, heredados de una educación clásica que hacía que la gente que estaba con él se sintiese especial.

Volvió solo para declarar en el juzgado con la misma gabardina que Bárcenas ponía entonces de moda. Un guiño consciente con el que se moría de risa

En sus pequeñas parroquias, Silvaje fue ganando adeptos rápidamente. Era un cura joven y guapo que no hablaba como un cura y que inesperadamente comprendía bien a la gente sencilla. Se implicó a fondo con ellos en algunas de sus reivindicaciones como mejoras en carreteras en el barrio de A Ponte, en la parroquia de Arante e hizo favores personales que no se pueden negar. Esto le granjeó una popularidad instantánea que al mismo tiempo hizo que los rumores sobre su persona, sus orígenes, su familia y su relación (o no) con la Casa Real, corriesen como la pólvora.

Con todo, a José Emilio Silvaje lo sacó del anonimato este diario a cuenta de un hecho singular y, este sí, no buscado en absoluto: una plaga de pulgas en uno de sus templos le dejó fuera de combate. Lejos de contrariarle, parecía disfrutar con esa exposición mediática y se reía con gusto y sinceridad de lo que pensaría su madre, allá en Valencia, de a dónde habrían destinado a su hijo.

Un ejército de voluntarios llegados de no se sabe dónde y con supuestos antecedentes nobiliarios desembarcaron gracias a él en Ribadeo para echarle una mano en el adecentamiento de un par de iglesias. Eso también le salió a la perfección y también con eso disfrutó a fondo.

Fue más o menos por entonces, ya avanzado 2011, cuando empezaron los problemas. Los comentarios sobre sus fiestas se exageraron casi con total seguridad. Pero lo que de verdad caló fue que poco a poco los vecinos fueron viendo cómo sus capillas, ermitas e iglesias se iban vaciando de objetos sacros que Silvaje se llevaba sin disimulo de ningún tipo. En principio, a su casa de Ribadeo. Cuando le preguntaron por ellas y no estaban allí, alegaba que las había mandado a restaurar a Valencia, donde al parecer tenía contactos con profesionales del ramo que le hacían el trabajo de forma totalmente desinteresada e incluso dijo que lo pagaba de su bolsillo. Pero a los vecinos eso les olía a chamusquina y comenzaron a moverse en el Obispado. Pero la velocidad de reacción de la Iglesia Católica a la hora de atajar sus problemas internos es legendaria, y la gente, harta de esperar mientras les desaparecían objetos para ellos realmente sagrados, dio el siguiente paso: la Guardia Civil.

Fin de las bromas.

José Emilio Silvaje seguía con su apariencia de dandi y su discurso incendiario. No ocultaba que en su opinión había que reducir las misas porque la gente iba por ir, y prefería un solo oficio semanal, pero sentido, que cinco hechos por cubrir el expediente.

Cuando se le preguntaba por qué, con sus antecedentes, no había recalado en el Vaticano, su respuesta dejaba helado al más puritano y ni tan siquiera debe reproducirse aquí. Su gentileza e ironía siguieron intactas hasta el final, pero las denuncias a la Guardia Civil surtieron efecto y la jueza de Mondoñedo de entonces abrió causa contra él. La Iglesia, al fin, se movió. Silvaje había pisado en falso. La mayoría de objetos sagrados fueron reapareciendo. Los vecinos dicen que no todos y que algunos de los que volvieron no son exactamente los que se fueron. Nunca se podrá probar, porque a raíz de su caso se supo que el Obispado no tenía un inventario de sus bienes. Comenzó a hacerlo a todo correr por aquel entonces.

Cuando la acusación se formuló formalmente, Silvaje tiró la toalla y lo hizo a lo grande: dejó Ribadeo y el sacerdocio. Volvió solo para declarar en el juzgado con la misma gabardina que Bárcenas ponía entonces de moda. Un guiño consciente con el que se moría de risa. Ahora le piden 4 años y medio de cárcel. Hacia primavera se verá si todavía le hace tanta gracia todo lo que ocurrió durante su estancia en A Mariña.

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