"Me arrepiento, la droga me ha arruinado la vida"

Un hombre de 32 años, consumidor de hachís desde los 15, cuenta cómo la adicción le llevó a desarrollar esquizofrenia
El protagonista del testimonio prefiere que no se le conozca
photo_camera El protagonista del testimonio prefiere que no se le conozca

"Me arrepiento muchísimo de haber tomado drogas, cómo no me voy a arrepentir si las me han traído esta enfermedad y me han arruinado la vida. Pienso que si hubiera sido más listo de joven, ahora tendría estudios, un trabajo, una vida fácil, equilibrada", dice Lucas. Cuando se le recuerda que todas las vidas tienen momentos que no son fáciles, enseguida replica: "Tú ya me entiendes". Y sí, se le entiende.

Lucas es el nombre ficticio de un joven de 32 años, que tiene una esquizofrenia a raíz del consumo de drogas y del que enseguida se nota que está entregado a recuperar la vida que debiera haber tenido y no tuvo. 

En las instalaciones de Alume, la asociación de pacientes con enfermedad mental, cuenta que empezó a hacer botellón los fines de semana con 12 años. A los 14, además de beber viernes y sábado, fumaba porros. Él y sus amigos invertían toda la paga semanal en comprar alcohol y hachís. Puntualmente, caía alguna otra cosa: tripis, cocaína, setas alucinógenas, speed, MDMA...Pasó la adolescencia «desconectado, como sin noción de la realidad, me parecía que nadie me entendía, ni mi familia, ni mis amigos", señala.

Dejó de estudiar, no trabajaba, pero se las apañaba para seguir consumiendo drogas. Junto a un amigo pedía dinero en la calle, a veces uno tocaba la flauta y otro la guitarra. En cuanto conseguían suficiente, compraban hachís, lo fumaban, deambulaban... así hasta el día siguiente, cuando todo volvía a empezar. Vivía en casa de su madre, con sus hermanos. Discutía con todos. A Lucas se le nota el trabajo introspectivo que lleva hecho porque se explica con precisión, echa la vista a atrás y es capaz de desentrañarse. "Me frustraba la vida que llevaba. No tenía trabajo, ni estudios, ni novia... me parecía que la culpa era de la sociedad por no darme una oportunidad", apunta. 

Sus sensaciones fueron empeorando mediada la veintena. Tenía la sensación de que todo el mundo estaba en su contra, de que le vigilaban, que le perseguían. Fumaba porros como quien fuma tabaco: no le parecía que le hiciera efecto alguno, pero no podía dejar de fumar. Tomaba cocaína y sentía una alegría inmensa para a los dos días caer en una depresión dolorosa. A veces no comía porque temía que su propia familia le estuviera envenenando, llegó a pensar que eran de otro planeta.


"Me frustraba la vida que llevaba. No tenía trabajo, ni estudios, ni novia... sentía que no se me daba una oportunidad"


Un día aporreó la puerta de su vecino porque tenía la televisión demasiado alta. Lo hizo a gritos y sin detenerse y cuando su madre intentó cerrar la puerta del descansillo la empujó y la tiró. La mujer llamó a la Policía y lo llevaron al Xeral, donde una psiquiatra le dijo que ingresaría en Calde.

Huyó vestido con el pijama del hospital y se cambió en la calle. Se presentó ante la Guardia Civil para denunciar que lo querían ingresar "en un manicomio. La Policía lo encontró cuando se detuvo a descansar camino del juzgado, a donde le había remitido la Benemérita.

Cuenta que ingresó en Calde muerto de miedo, con la imagen de las películas de terror de que la enfermedad mental solo se trataba con lobotomías y electroshocks. No quería tomar el tratamiento ni hacer terapia, pero al final sucumbió y ahora cree que era "un gran sitio" y que el personal logró darle "mucha ayuda". Salió al mes con un diagnóstico y unas pautas muy claras que cumplir: tomar la medicación, no consumir alcohol ni drogas.

"Los chavales no saben todos los efectos de las drogas. Yo creía que era mejor fumar porros que cigarrillos"


Pasados unos meses, volvía a beber y fumar porros. Cambió a un amigo las pastillas de su tratamiento por unas setas alucinógenas. Con el tiempo, se convenció de que una enciclopedia que había en su casa eran tan pesada que echaría la vivienda abajo y ese pensamiento lo angustiaba día y noche. Volvió a ingresar, esta vez en el Hula y estuvo una semana.

"Pasé menos tiempo porque en Calde, al principio, no quería hacer terapia ni tomar el tratamiento, no reconocía nada de lo que me pasaba. Allí sí lo hice", explica.

Ahora Lucas trabaja y estudia las asignaturas de Bachillerato que le quedan. Vive con su madre, con la que dice que se lleva bien. "Es que mi madre es muy buena", apunta. Bebe una clara un par de veces al año, no fuma porros. Tiene reconocida una incapacidad del 56% a causa del daño cerebral producido por las drogas, que era del 62% la primera vez que la Xunta le hizo un reconocimiento. Con el tiempo su tratamiento se ha ido reduciendo y aspira a poder vivir sin pastillas, explica con todo el candor.

Cuenta su caso porque cree que los chavales que empiezan a consumir drogas no se imaginan "todos sus efectos". Lo sabe porque a él le pasó, no tenía ni idea de que una enfermedad mental crónica estuviera entre las posibles consecuencias de su consumo. "Creía que el hachís era mucho mejor que el tabaco, que era más natural, que tenía menos aditivos, que si ibas a fumar era mejor fumar porros que cigarrillos", dice, negando con la cabeza.

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