El Mustang GT, todo músculo

El Ford Mustang GT no solo es un coche que no permite pasar desapercibido sino que es la muestra más evidente de que en la América de Donald Trump las cosas se siguen haciendo a lo grande.

En un mercado en el que la eficiencia se ha impuesto a las prestaciones, el Mustang es un soplo de aire fresco para los nostálgicos del sonido de un V8 y el empuje de un motor políticamente incorrecto en el que para sacar todo el potencial del que es capaz hay que saber domar esos 421 caballos, que van directos al eje trasero.

Ford Mustang GT
La espectacular estampa de este modelo recuerda a sus míticos antecesores, pero suma la modernidad de unas formas agresivas y casi intimidatorias, que delatan las intenciones de un coche, que se defiende bien en una conducción diaria, pero que se transforma en una verdadera fiera en el momento en el que su conductor decide explorar unos límites que van mucho más allá de lo legal.
La versión protagonista de esta prueba es la denominada Fastback, con caja de cambios manual, que sorprende no solo por la fuerza que es capaz de generar sino también por lo dosificable que resulta y, a medida que el conductor le vaya cogiendo el punto a las reacciones, se dará cuenta de lo fácil y divertido que puede llegar a ser controlar los movimientos de la zaga.
En todo caso, el Mustang no es un deportivo a la europea, en el sentido de que no es tan efectivo ni sus reacciones tan lineales. Cuando se descoloca la parte trasera lo hace siempre de forma progresiva, fácil de controlar, aunque sin olvidar que los 530 Nm de par recomiendan no pasar ciertos límites y, mucho menos, en carreteras abiertas al tráfico.
Además, los permisivos controles electrónicos hacen que la conducción pueda llegar a resultar muy divertida desde dentro y espectacular desde fuera. Pero, sobre todo, llama la atención de como empuja, desde apenas 1.000 vueltas, el espectacular V8 atmosférico, que nada tiene que ver con los turbos de baja cilindrada que se imponen entre los deportivos actuales.

Interior. Desde el puesto de conducción llama la atención la estética eminentemente americana, que ni los guiños a la modernidad, como la pantalla táctil de ocho pulgadas, que integra el sistema multimedia Sync de Ford, logran disimular.
Al volante, la instrumentación ofrece abundante información sobre el funcionamiento del vehículo. Tanto el tacto del volante como el del cambio también invitan a una conducción decidida y, con relación a la mayoría de los modelos actuales, llama la atención la visión que desde el volante se tiene del largo capó, casi como si se estuviese conduciendo un deportivo de mediados del siglo XX.
La versión de pruebas estaba equipada además con unos excelentes asientos Recaro que recogen perfectamente el cuerpo del conductor y el copiloto, mientras que las plazas traseras, configuradas para otros dos pasajeros, no son recomendables para que un adulto pase en ellas demasiado tiempo.
Con unas medidas de 4,78 metros de largo y 1,92 de ancho, que obligan a ser cuidadoso en algunos maniobras en ciudad, el Mustang hace girar cabezas allí en donde se encuentre.
Llama la atención su frontal, con rasgos afilados y una calandra de gran tamaño presidida por el mítico caballo emblema de la marca y la zaga, que evoca a las generaciones pasadas con los reconocibles pilotos fragmentados en vertical dentro de una franja negra brillante que aumenta la sensación de anchura.
Pero además de por todos esos rasgos estéticos, el Mustang también sorprende por un precio que lo sitúa como uno de los deportivos más asequibles, ya que esta versión 5.0 con opciones como los asientos Recaro cuesta poco más de 50.000 euros.

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