"Tuve la desgracia de que me pasara esto, pero también la fortuna de poder superarlo"

Hortensia Rodríguez estuvo en coma un mes por un aneurisma
Hortensia, con la libreta que lleva siempre encima para que no se le olvide nada
photo_camera Hortensia, con la libreta que lleva siempre encima para que no se le olvide nada

Hortensia Rodríguez Díaz, empieza a contar muy rápidamente qué ocurrió una mañana de hace ocho años cuando, con cuarenta, sintió un tremendo dolor de cabeza y perdió el conocimiento en la ducha. "Lo que pasó es que mis padres me envolvieron en una sábana y me llevaron enseguida al hospital", explica. En ese momento, su padre, Artesino Rodríguez, extiende los brazos y agita las manos para detener la conversación. "Tengo que avisaros de que Hortensia tiene el don de la creatividad. Y no se calla nunca", advierte sonriendo. Esto quiere decir que, con ella, el relato no se detiene jamás. Hortensia rellena convenientemente sus lagunas de memoria, las compensa. Así aparece la escena de la sábana, que el padre enseguida cambia por lo que ocurrió en realidad: el aviso urgente a la ambulancia, la llegada al hospital de Lugo y el traslado al de Santiago, con su hija inconsciente.

Hortensia, que ahora tiene 48 años, sufrió esa mañana un aneurisma que le cambió la vida. Fue operada de urgencia e ingresada en la Unidad de Ciudados Intensivos del Clínico compostelano. Durante la primera etapa de su hospitalización, se le repitió una segunda y una tercera vez. Los médicos no daban a su familia demasiadas esperanzas. Hortensia se encontraba en esa delicada tesitura en la que se ven otros pacientes a los que le ocurre un accidente cerebrovascular: debía pasar por quirófano de nuevo pero los neurocirujanos temían que no lo soportara. Se postergó la intervención porque existía la posibilidad de que sucediera de nuevo y, de hecho, no fue hasta el tercer aneurisma cuando se decidieron. Fue una de esas decisiones que se toma a falta de una mejor. Se consideraba que no había ya tiempo que perder. 

"Llevo la libreta a todas partes y apunto lo que hago y todas las cosas que sé que tengo que recordar"

En total, Hortensia pasó un mes en la Uci en coma, una parte de ese tiempo estuvo en coma, la otra, en coma inducido, esa inconsciencia producida por los fármacos para la que se utiliza el mismo nombre pero que es un fenómeno, en realidad, muy distinto. En ese entorno, sufrió infecciones bacterianas, algo relativamente común en las Ucis, que la obligó a permanecer aislada.

Cuando la subieron a planta, su familia no percibió un cambio aparente. Hortensia no era capaz de sentarse sola, no se tenía de pie. Pasadas dos semanas, les dieron el alta y les costó asumirlo. No acababan de entender cómo es que no podía seguir hospitalizada, pero les dijeron que médicamente no se podía hacer nada por ella. Fue hasta el coche de su padre en silla de ruedas, no hablaba y no parecía reaccionar. Sin embargo, cuando llegó a su aldea y otros familiares salieron a darle la bienvenida se incorporó y dijo en alto dónde estaba. "En ese momento, al llegar, me acordé", dice. No resulta extraño que su padre califique ese comportamiento de "milagro". Qué otra palabra le puede ir mejor.

"Lo que he aprendido está muy claro: hay que vivir siempre el momento»


Conversar de ese período con Hortensia y con su padre supone hacer un ejercicio de imaginación. Casi resulta un tópico, pero hay que decirlo: parece mentira que la persona que se tiene delante haya estado casi paralizada. Hortensia es una mujer habladora y risueña, que no titubea al responder. Solo lo hace al principio de la entrevista y entonces su padre se extraña. "Te veo cobarde", le dice. "No todos los días te entrevistan".

Enseguida ella reacciona. "Lo que he aprendido de lo que me ha pasado está claro: hay que vivir el momento", dice. Ella misma, y también Artesino, confirman que le ha cambiado el carácter. "Solía ser muy preocupada, me preocupaba lo que le pudiera pasar a los demás: a mis padres, mis hermanas, mis sobrinos...", cuenta. Era, en fin, un poco agonías. Nada de eso queda ya. "Antes no era infeliz, pero sí, ahora estoy contenta", reconoce y, al momento, concluye que "no hay mal que por bien no venga". "Tuve la desgracia de que me pasara esto, pero también la fortuna de poder superarlo", añade finalmente.

"Antes no era infeliz, pero sí, ahora estoy contenta. Supongo que no hay mal que por bien no venga"


Trabajaba en una academia de inglés, como secretaria y estudiaba oposiciones a la Xunta. Salía con sus amigas a tomar algo o a cenar. Le gustaba muchísimo leer. Ahora echa una mano a su madre por las mañanas. Alguna vez va a la academia a ayudar unas horas. Pasó dos meses siguiendo terapia en el Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral y ahora acude a Adace a diario. Allí le aconsejaron que tomara por costumbre apuntar las cosas porque tiene afectada la memoria. Lo hace con un grado de detalle asombroso: la hora a la que llega al centro, quien está allí ya, quién llega después, qué hacen, cuántas fichas de cada color recibe para el primer ejercicio, qué tareas de matemáticas realiza... Es una contabilidad perfecta de sus días. "La llevo a todas partes y apunto lo que hago y todas las cosas que sé que tengo que recordar y que seguro que voy a olvidar", dice con feliz resignación.

Añora trabajar y la vida más autónoma que llevaba, pero dice que valora mucho lo que tiene. Además de ayudar en casa y pasar los fines de semana en la aldea, ese sitio que enseguida reconoció tras salir del hospital, queda con sus amigas regularmente. "Antes salíamos a cenar cuando podíamos. Desde que me ha pasado esto fijamos un día al mes, todos los meses, y nos juntamos para cenar", apunta. Va a la peluquería porque, además de arreglarse la melena, aprecia charlar con peluqueras y clientas. "Es que a mí lo que me gusta es estar con la gente", señala por si no resultaba ya evidente su carácter sociable.

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