La isla de Lanzarote, tierra de contrastes

En la más oriental de las islas Canarias se fusionan los paisajes marinos y lunares, las aguas transparentes, las estampas desérticas y los oasis de palmeras
Paisaje de Lanzarote
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Si hay algo que marca el ADN de Lanzarote es el enorme contraste de sus tierras, en las que se intercalan paisajes de palmeras, playas paradisíacas, tierras áridas y volcanes a partes iguales. Este carácter geológico, junto a su variada oferta turística, conjuga la idiosincrasia de la isla.

Lanzarote tiene algo diferente que va más allá de lo que se pueda encontrar en cualquier destino de sol y playa. Una isla en la que la naturaleza y el arte van de la mano, un lugar en el que sus gentes sienten y viven el compromiso y orgullo de pertenecer a ella, en donde la comida sabe a mar y a campo, una isla cuya esencia deja huella.

Además del sonido, color y olor único que se respira al aterrizar en Lanzarote, lo primero que capta la atención de sus invitados es el contraste que existe en estas tierras ubicadas a 1.000 kilómetros de la Península. Y es que esta isla fusiona a la perfección los paisajes submarinos y lunares, las aguas transparentes, las tierra desérticas y los oasis de palmeras que garantizan una experiencia singular para cada tipo de turista.

ATRACTIVOS. La más oriental de las islas Canarias también destaca por albergar multitud de volcanes, que dejan un escenario diseñado por campos de ceniza, viñedos integrados en los cráteres y un paisaje lunar enmarcado "bajo los códigos del desarrollo medioambiental", según señalan desde Turismo de Lanzarote.

Y es en el medio natural donde esta pequeña isla paradisíaca, con más de 845 kilómetros cuadrados de superficie y declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco, deposita gran parte de su atractivo. Imprescindible es una visita al Parque Nacional de Timanfaya, una muestra de hábitat volcánico caracterizado por la ausencia de vegetación, la rugosidad de sus formas y la variedad cromática —con presencia de rojos, pardos, ocres, negros y naranjas—, junto a la silueta de los volcanes y la abrupta costa dotan el parque, de más de 50 kilómetros cuadrados de superficie, de una extraordinaria belleza. Por las impresionantes vistas que regala, este es, sin lugar a duda, el rincón ideal para la foto de rigor.

Y si la visita abre el apetito, se puede comer en el restaurante El Diablo, donde se aprovecha el calor interior que emana de la propia tierra de Timanfaya (recordemos que el Parque Nacional sigue manteniendo actividad volcánica) para cocinar los platos más típicos de Lanzarote.

Dignas de visita son también las hermosas calas y playas que salpican su litoral, de todas las formas y tamaños, que invitan a disfrutar de un chapuzón y a practicar deportes náuticos, como el buceo o el snorkel. Muy popular es, por ejemplo, la playa Dorada, en el núcleo turístico de Playa Blanca, de 300 metros de largo e ideal por su arena blanca y sus aguas cristalinas. A su alrededor se amontonan lujosos complejos turísticos y un paseo marítimo abarrotado de restaurantes y comercios en los que adquirir un recuerdo del viaje.

Imprescindible es una visita al Timanfaya, una muestra de hábitat volcánico caracterizado por la ausencia de vegetación, la rugosidad de sus formas y la variedad cromática


Hablar de la arquitectura de Lanzarote es hacerlo del artista César Manrique, cuya influencia ha forjado la identidad de la isla con una simbiosis perfecta entre arte y naturaleza. Parada imprescin dible son los Jameos del Agua, un espacio natural que alberga una laguna habitada por una especie endémica de la isla, los jameitos, cangrejos minúsculos, albinos y ciegos que dejan una estampa digna de contemplar.

Con el sello del artista cuenta también el Monumento al Campesino, ubicado en el municipio de San Bartolomé, con el que se homenajea el esfuerzo de los agricultores lanzaroteños que "se enfrentaron a las condiciones más adversas para dar vida al territorio".

El complejo está formado por distintas edificaciones que responden al estilo de la vivienda tradicional insular, con colores blancos en la fachada y verde para los elementos en madera, cuyo interior permite contemplar objetos y herramientas relacionadas con la cultura agrícola de la zona. El conjunto está abrazado por el Monumento a la Fecundidad, una escultura de quince metros de altura creada por Manrique a partir de antiguos tanques de agua de barcos y objetos de hierro y hormigón ensamblados, reflejo del arte de vanguardia, convertido ya en uno de los símbolos iconográficos de la isla.

Otra de las creaciones arquitectónicas más representativas del artista es el Mirador del Río, situado a 474 metros de altitud en el Risco de Famara, en la zona más septentrional de la isla, que alberga "el mayor número de en demismos botánicos por kilómetros cuadrados de toda Europa". Situado en las inmediaciones de los restos de una antigua batería militar que se remonta a finales del siglo XIX, y camuflado en una roca, este espacio ofrece una espectacular panorámica de la estrecha franja de mar que separa Lanzarote de isla de La Graciosa. En su interior, los turistas pueden disfrutar de los mejores atardeceres canarios mientras saborean una buena taza de café.

De obligada visita es también la Cueva de los Verdes. Situada en el entorno del Malpaís de la Corona, es un viaje iniciático a las entrañas de la tierra. El túnel formado por el Volcán de la Corona es uno de los más extensos e interesantes del planeta. A lo largo de su recorrido, existen al menos dieciséis jameos (abertura o boca del terreno que permite el acceso a las diferentes grutas). Los más de seis kilómetros conocidos se prologan desde el cráter del volcán hasta que se adentra en el mar.

Entre los reclamos más visitados se encuentra también el Jardín de Cactus, un espacio botánico de 5.000 metros cuadrados de superficie, que presume de albergar cerca de 7.200 ejemplares de más de 1.100 especies distintas de cactus originarias de Perú, México, Chile, Estados Unidos, Kenia, Tanzania, Madagascar, Marruecos o Canarias.

Despunta también el Museo Atlántico, "el primero submarino de toda Europa", ubicado a unos doce metros de profundidad en las claras aguas de la costa sur de Lanzarote, en la Bahía de Las Coloradas. Este enclave abarca una superficie de 2.500 metros cuadrados y en sus fondos se reparten distintas esculturas que pueden ser contempladas por buceadores y submarinistas.

Más de 15 museos y galerías de arte, un divertido paseo en guagua —autobús—, un día de compras, la animada vida nocturna, o los sabores de la tierra son otros de los alicientes que enriquecen la escapada turística. Y hablando de sabor, que nadie abandone la isla sin degustar la gastronomía autóctona, con especialidades como las papas arrugadas acompañadas con sus mojos, carnes ( cochino o conejo) y su repostería: desde los panes de maní hasta los roscos de alma. Un cóctel de propuestas que conquistan al viajero entre naturaleza, cultura, ocio y gastronomía y que prometen en el contraste de sus tierras un amplio abanico de experiencias turísticas.

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