La hermana menor de la playa de As Catedrais

El banco de Loiba no es el único que es el mejor del mundo, aunque algunos tesoros es mejor mantenerlos ocultos

NO HAY fenómeno más paranormal para un ribadense que el despegue sin final aparente de As Catedrais. Es un orgullo facilón, de los que se tienen a cambio de nada, porque casi ninguno la visita, salvo para llevar a algún conocido y contemplar el éxtasis en sus caras. Los vecinos de estas tierras se deleitan en milagros pedestres pero igualmente conmovedores, como sus hermanas menores, las playas de As Illas y Os Castros. Desde un banco sobre esta última es de una sencillez insultante convertirse en un poeta sin mucho que decir a los demás pero con un gran reflujo interior.

Los mismos gigantes que tallaron los arcos de As Catedrais debieron probar primero tres o cuatro kilómetros más atrás, suficientes para que no vaya por allí mucha más gente de la estrictamente necesaria como para no crear un parque temático de rarezas geológicas. Estas son más de andar por casa y en marea baja el mar permite nadar entre las islas que dan nombre a la playa y atravesar túneles y pasadizos en los que el agua está helada de verdad, incluso cuando a finales de agosto en otras partes el mar acumula ya el sol del verano. Pero da igual, porque si el agua que te hiela es azul turquesa el proceso de congelación es más llevadero y, al final, te aguarda un banco desde el que ver un mundo mejor.

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