Aferrarse con fuerza a la vida

Mari Paz López (Foto: J. VÁZQUEZ)
photo_camera Mari Paz López (Foto: J. VÁZQUEZ)

SE LA HA BAUTIZADO como la enfermedad del siglo XXI, pero antes lo fue también del XX. El cáncer afecta en la actualidad a 1.500.000 personas en España, aunque la experiencia es diferente y exclusiva para paciente, al igual que las emociones y los miedos a los que se tienen que enfrentar.

Mari Paz López todavía se encuentra a tratamiento a causa del tumor de mama que le detectaron hace tres años, pero ella es muy positiva. Habla sin tapujos de una enfermedad que, asegura, ha marcado un antes y un después en su vida: «Me cambió para mejor, en el sentido de que ahora disfruto de cada hora del día junto a mi familia y amigos. Reservo todo el tiempo para mí y para la Asociación Española contra el Cáncer en Lugo, de la que soy secretaria».

Corría el mes de diciembre cuando un bulto de un tamaño considerable se dejó notar en uno de los pechos de Mari Paz. La biopsia dio negativo, pero como ella señala, las casualidades no existen. Aquello no era más que un simple aviso que indujo a los médicos a realizar un examen más exhaustivo, hallando entonces un tumor en la otra mama, esta vez maligno. Ira, miedo, rechazo... la invadieron entonces una mezcla de sentimientos contradictorios que acababan resumiéndose en uno solo: había que luchar y salir de aquello como fuera.

Mari Paz buscó el apoyo de su sobrina, médico en el Hospital 12 de Octubre, donde finalmente fue intervenida. «Mi deseo era que mi madre y mi hermano se mantuvieran alejados de esto», dice. Lo primero lo consiguió, porque un año y medio más tarde moría su madre sin haber llegado a conocer la noticia. A su hermano terminó contándoselo el día antes de entrar en quirófano. «Fue uno de los momentos más duros, pero era un peso muy grande para que mi sobrina lo soportara sola», aclara.

Tras una operación exitosa llegó el auténtico calvario: enfrentarse a las continuas consultas con el oncólogo y, cómo no, con el tratamiento, momento en el que se encuentra actualmente.

Haciendo balance de lo que ha tenido que superar, Mari Paz tiene claro que sin el apoyo de los suyos no habría sido posible. Pero, sobre todo, sin la gran labor de los voluntarios que, durante el tiempo que estuvo ingresada en el 12 de Octubre, le tendieron su mano y supieron comprenderla. «Ellos me dieron una fuerza muy especial», dice emocionada.

Ahora se atreve a aconsejar a otras personas que estén pasando por una enfermedad que tiene nombres y apellidos y que, asegura, no hay que tener miedo de nombrar. «Es inevitable pasar momentos de desesperación y de frustración -señala-. Yo le digo a todo el mundo que llore y que, cuando termine, coja el toro por los cuernos y siga adelante, porque merece la pena».

VARIOS TUMORES

A Angelita Gómez le sobran las ganas de vivir. Esta vecina de Guitiriz ha pasado un auténtico calvario desde que en 1999 le descubrieran un cáncer de mama que se reprojo dos años más tarde y que la ha obligado a pasar por cuatro intervenciones quirúrgicas. Después de todo eso, la mala suerte volvió a cebarse con ella. Un nuevo cáncer, esta vez de colon, la llevó de nuevo al quirófano en 2003. Su actitud positiva y su buen humor la ayudaron a sobrellevar esta enfermedad, que para ella ya es crónica.

Estos días disfruta en Benidorm de unas pequeñas vacaciones bien merecidas, porque si algo tiene claro es que hay que vivir la vida. Sus limitaciones físicas son muchas -tiene un brazo prácticamente impedido y vive con una bolsa de colostomía-, pero en su caso no suponen ninguna barrera para subirse a un avión. «Agora vivo día a día -asegura-. Xa non penso en ter máis ou menos, senón en afrontar a miña enfermidade”.

Angelita no ha podido olvidar el momento en el que le comunicaron que había sido atrapada por el cáncer. «Escoitar aquela palabra... Era como si se acabara o mundo, pero tiña que mirar cara adiante», dice muy animada.

Su familia, especialmente sus hermanas, fueron su principal apoyo. Ya no se trataba solo de superar las distintas operaciones a las que se tuvo que someter, sino el sinfín de sesiones de quimioterapia y radioterapia que fueron minando sus fuerzas. «Estiven moi coidada -señala agradecida-. Cando me vía moi mal o que me axudaba moito era cantar e así iba superando os malos momentos», recuerda.

Pero a pesar de su actitud positiva, Angelita confiesa que vive con miedo. Recientemente le descubrían nuevos bultos en la garganta, que esta vez no parecen ser malignos, pero para ella son un indicio de que que nunca volverá a recuperar la tranquilidad en su vida.


A PAMPLONA

Loli Lage sufrió un cáncer de recto hace 22 años y cuatro años más tarde, otro de mama. Unos problemas intestinales la llevaron a realizarse un examen médico exhaustivo cuyo resultado fue tajante. Lo tuvo muy claro y cogió las maletas junto a su marido para marcharse a Pamplona, donde fue operada y recibió el tratamiento de quimioterapia y de radioterapia. Había que agarrarse a cualquier posibilidad que le ayudara a aferrarse a la vida. Además, todo era especialmente duro, porque ella era madre de dos niños muy pequeños por los que tenía que luchar.

El posterior tumor de mama la deprimió, pero no la hundió. Cuando le extirparon el pecho, lo único que tenía claro es que iba a superar aquella enfermedad. Muy pronto, esta maestra de infantil quiso recuperar su vida y su trabajo en las aulas, algo que finalmente fue una terapia que le ayudó enormemente.

Años después no ha logrado olvidarse de la forma en la que se enteró de la grave enfermedad que le había tocado de lleno: «Las formas quizás no fueron las más adecuadas, porque cuando tocó el momento de saber los resultados a mí me dijeron que abandonara la consulta y mi marido se quedó. Ahí ya supe que algo grave estaba ocurriendo». Un amigo de la familia fue el encargado de explicarle el alcance de su enfermedad. Hoy en día, Loli no se siente acomplejada por llevar una prótesis de mama. Desde un primer momento tuvo muy claro que ya había pasado bastantes veces por el quirófano y que no quería reconstruirse el pecho.

Ella no quiere ni plantearse la posibilidad de que sus hijos puedan heredar su enfermedad, aunque sí deben extremar las precauciones. «Han de realizarse una colonoscopia cada cinco años y, en el caso de la niña, pasar las revisiones ginecológicas pertinentes», dice.

El cáncer ha marcado un antes y un después, y hoy disfruta de cada pequeña cosa como si fuera la última vez. «Me he ido marcando metas a muy corto plazo -cuenta-. Primero pedía poder estar presente en la comunión de mis hijos, después ver como terminaban el bachillerato... y así he llegado hasta hoy». Y, por supuesto, no duda en enviar ánimos y palabras de aliento a todo aquel que esté pasando por este trance.


UN CAMINO ESPINOSO

A Virtudes Quintela no le tiembla el pulso a la hora de asegurar que le debe la vida al doctor Lago, facultativo del hospital Juan Canalejo de A Coruña. Su experiencia en la lucha contra el cáncer fue especialmente dolorosa. Un largo peregrinaje la llevó a pasar meses y meses de consulta en consulta hasta que finalmente le fue diagnosticado un tumor de mama. «Tenía unos bultos en un pecho, pero no me hicieron una biopsia -recuerda-. Decían que no eran nada y los médicos decidieron mandarme a un psicólogo. Fue terrible, pues entonces tampoco contaba con el apoyo de mi familia».

Esta vecina de Guitiriz asegura que fue en el hospital coruñés donde vio la luz. El más de año y medio de espera había merecido la pena porque sus sospechas se veían confirmadas: tenía un cáncer. «Recuerdo lo feliz que iba camino del quirófano», subraya. De allí salió sin un pecho, pero con la zona completamente ‘limpia’. Arropada por su familia en todo momento, Virtudes llevó de la mejor manera posible los seis meses de quimioterapia y las 25 sesiones de radioterapia. Todo merecía la pena.

Su especial fuerza de voluntad y las ganas de aferrarse a la vida fueron sus principales aliados. «Cada día me obligaba a bailar un poco frente al espejo para animarme y cuando estaba cansada, me sentaba para continuar», recuerda. El resto de las horas las llenaba con manualidades, teatro, excursiones...

A pesar de su fortaleza, Virtudes no pudo esquivar la depresión, que la llevó a hundirse algún tiempo. «La gente tenía poco tacto y no se daba cuenta del calvario por el que estaba pasando -dice-. Hoy le doy las gracias a mi psicóloga, Palmira, que me ayudó a salir de todo eso». Por eso, no duda en pedirles a las familias y amigos de los enfermos que los apoyen.

Hoy, Virtudes lo puede contar. Ella sabe que ha tenido mucha suerte, porque mucha otra gente ha luchado como ella y no ha podido sobrevivir. Ahora se enfrenta tranquila a las revisiones que le ayudan a prevenir una enfermedad que llega de forma inesperada, y que hay que aceptar tal y como es.

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