El concepto de persona

«AQUÍ HAY una cuestión, el concepto es el concepto, ésa es la cuestión». Esa difusa expresión utilizada por Manuel Manquiña en la desternillante película ‘Airbag’, que se estrenaba a finales de los noventa, puede explicar en parte, a pesar de su borroso significado, algunas de las cosas desagradables que están sucediendo en Europa. A diferencia de aquel largometraje, la conducta de determinadas formaciones políticas en relación con la gente que llega de fuera a sus países provoca cualquier cosa menos ganas de reír. Quizás, lo más preocupante no sea que un grupo de personas piense así, ni siquiera que esos individuos sean capaces de defender esas ideas en público o incluirlas en un programa electoral para concurrir a unas elecciones. Lo peor es que, con la ayuda de la crisis económica y del miedo que tienen los ciudadanos a convertirse en parias dentro de su propia tierra, ya no están solos. Han conseguido un importante apoyo popular y se han hecho fuertes en su extremismo.

La cuestión es el concepto de persona que tienen determinados individuos, hoy convertidos en líderes de formaciones políticas que empiezan a cortar el bacalao en sus respectivos países. Sin ir más lejos, los suizos acaban de votar a favor de limitar la «inmigración masiva» a su país. Un poco más de la mitad de los electores se ha mostrado a favor de una medida que el gobierno helvético tendrá que aplicar en un plazo de tres años. Tras conocer el resultado de ese referéndum, un miembro destacado del partido que ha promovido esa iniciativa explicaba su postura sin ningún tipo de complejo. Quiso aclarar que no está en contra de la emigración, ni mucho menos. Simplemente, está a favor de “escoger” a aquella gente “que le sirva al país” y, aunque no lo dijo claramente, expulsar o no permitir la entrada a los demás. Así de sencillo, ni más ni menos. Toda una declaración de intenciones.

Casi cuarenta mil gallegos son, todavía hoy, emigrantes en Suiza. En las décadas de los sesenta y de los setenta, el país helvético se convirtió en uno de los destinos elegidos por aquellos que se vieron obligados a salir de su casa para ganarse la vida. Buscaban una oportunidad, una tierra prometida que les ofreciese trabajo y un salario para sacar adelante a su gente. Familias enteras de Lugo cogieron las maletas para encontrar un futuro. Sencillamente, para salir adelante. Muchos se marcharon con lo puesto, con un equipaje cargado de necesidad. El camino que los abuelos habían emprendido hacía América a principios de siglo, sus nietos lo recorrieron en diferente dirección durante la última etapa del franquismo. Un caudal de mano de obra barata hacía la emergente Europa.

La medida que ha sido bendecida por más de la mitad de los suizos no afectaría, en principio, a los gallegos -muchos de ellos lucenses- que ya están residiendo en ese país. Sólo se aplicará a las personas que llegan de nuevo. A aquellos que, a juicio de los promotores de esta iniciativa, no sirven para mantener el nivel de vida que ya tienen los ciudadanos helvéticos y que podrían suponer una carga intolerable para su sistema social. Un peso muerto con el que la mayoría no quiere cargar. Lo más curioso de todo es que algunos de aquellos emigrantes, que llegaron con una mano atrás y otra delante al mismo punto de destino, están de acuerdo con esa idea.

En el fondo de esos comportamientos, que muchas veces derivan de forma peligrosa hacia la xenofobia, subyace una noción economicista de las propias personas. Tanto tienes, tanto vales. Una ideología que también representa la base de cierta cultura empresarial. Una visión de los individuos como mercancía. Seres reutilizables que se usan y se tiran. Pañuelos de papel. Engranajes de un sistema que los exprime mientras son útiles y los desguaza cuando ya no los necesita. Obreros al servicio de los que dirigen el cotarro. Sin ataduras emocionales, sin sentimientos. No hace falta viajar a otros países para entender el concepto. Ésa es la cuestión. Y el problema.

Un castigo ejemplarizante

Cada día surgen nuevos escándalos de corrupción y delitos relacionados con el expolio de las arcas públicas. Por aquí andamos a vueltas con la Pokemon y los supuestos sobornos a cambio de concesiones ruinosas para el interés general. En el ámbito nacional tenemos los casos Bárcenas, Gürtel, Nóos o los EREs andaluces. Sobran ejemplos. El que mete la mano tiene que pagarlo, en sentido literal. Enviar a los culpables a la cárcel sólo repara parte del daño. Habría que seguir el rastro del dinero para recuperar hasta el último céntimo.

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