Opinión

Los nervios del honrado

POR CURIOSO que pueda parecer, investigadores de una universidad valenciana han encontrado evidencias científicas de que el personal se pone más nervioso cuando hace lo correcto que cuando se pasa al lado oscuro, absorbido por el reverso tenebroso del dinero. Un estudio desarrollado por esa institución académica ha puesto de manifiesto que rechazar una propuesta de soborno provoca una «excitación fisiológica mayor» entre aquellos que deciden actuar en contra de su propio interés económico que en los que deciden aceptarla. Hablando en plata, que se queda más preocupado el que actúa de forma honesta y opta por no mancharse las manos que aquellos que aprovechan su posición para lucrarse de forma personal con prácticas corruptas. Es lo malo de tener conciencia. Si no está tranquila, se duerme peor por las noches. Para los que carecen de principios éticos que frenen su propia ambición, la cosa debe ser más fácil. Además, está demostrado que la vergüenza sólo se pierde una vez. A partir de ahí, los mangantes de cuello duro no acostumbran a ponerse colorados.

El caso es que los resultados de esa misma investigación revelan que existe por parte de la gente una tendencia mayoritaria a actuar de forma ética. Ahora bien, el estudio también incide en la efectividad que tiene la posibilidad de sufrir un castigo a la hora de frenar actitudes corruptas. Por simplificar, y sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos establecer una clasificación de los individuos en tres categorías. Por una parte, las personas honestas, las que no meten la mano por convicción, por principios éticos. En un segundo grupo podríamos meter a aquellos que si no caen en la tentación es por miedo, por temor a que los descubran y acaben por emplumarles. Luego estaría la congregación de los chorizos, un gremio formada por tipos y tipas sin escrúpulos ni dilemas morales, siempre dispuestos a hacer el egipcio para engordar su cuenta corriente. Sujetos que no tienen mayor problema en rebozarse en el fango y que sólo duermen mal cuando no trincan lo suficiente.

Un estudio prueba que se estresa más el que rechaza un soborno que el que lo acepta

Bien es cierto que el mismo estudio aprecia en la gente «valores intrínsecos» que, con carácter general, frenan a los individuos de caer en actitudes corruptas. Una conclusión que no deja de ser también un poco desconcertante. A pesar de todos esos diques que, supuestamente, marca la propia conciencia del ser humano, en España hay actualmente más de 1.900 sujetos imputados en causas abiertas por supuestos delitos de corrupción y al menos 170 han sido condenados por ese tipo de conductas en la última legislatura. Son pocos en un país con cuarenta y tantos millones de habitantes, pero unos pocos más si tenemos en cuenta que sólo un porcentaje muy limitado de la población tiene la posibilidad, por su posición, de meterse en esa clase de tejemanejes. Además, se contabilizan únicamente personas que están siendo investigados por la Justicia, pero nadie es tan inocente para pensar que el asunto se queda ahí.

El cabreo de la población por los casos de corrupción que día tras día saltan de los juzgados es palmario. Según nos cuenta el Centro de Investigaciones Sociológicas, es el segundo motivo de preocupación después del paro, que son palabras mayores. No ayuda la sensación de impunidad que se traslada a la opinión pública. Los procesos se dilatan de forma interminable en el tiempo y las sentencias tardan en llegar. Además, muchos de los condenados en la última legislatura tampoco han dado con sus huesos en la cárcel. En algunos casos porque no se les impuso pena de prisión y en otros porque siguen con recursos pendientes de resolución.

El malestar de los ciudadanos hace más incierto que en otras ocasiones el resultados de las dos convocatorias electorales que tenemos a la vuelta de la esquina. No vendría mal otro estudio académico que permitiese vaticinar con relativa exactitud la tolerancia de la mayoría de los electores a ese tipo de excesos. De forma concreta, la de aquellas personas que se pondrían nerviosas, o incluso sufrirían un cuadro de estrés, al rechazar una mordida.

Ninguna sorpresa

No ha sido ninguna sorpresa. Más de 3.000 personas presentaron solicitudes para acceder a alguno de los 248 contratos por un año que oferta la Diputación. El gobierno provincial hablaba de un «aluvión» de peticiones. No es raro que exista demanda cuando hay necesidad. Los empleos son un bien cotizado en Lugo, una provincia con unas 25.000 personas en paro. Cualquier iniciativa que ayude a que la gente pueda trabajar tiene que ser bien recibida, pero a la vista está que todo lo que se está haciendo sigue siendo poco.

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