Opinión

Del rechazo a la aceptación

AL PENSAR en aquello que unas líneas más abajo les voy a relatar me acordé de ese chiste de Caperucita y el lobo feroz, que tras pasar un buen tiempo fuera de su bosque y regresar le hace la pregunta de rigor a la niña: ¿A dónde vas Caperucita? La respuesta es una grosería de tomo y lomo, momento en el que el lobo dice eso de «como ha cambiado el cuento».

Hagamos un ejercicio de memoria. Vayamos al año 1978. Numerosos muros y paredes de casas de Monforte aparecieron llenos de pintadas de rechazo a la llegada de agentes de la Policía Nacional a la ciudad, siendo la más suave de todas «Policía fóra». Se decía que sus autores eran militantes de partidos a la izquierda de la izquierda, pero la animadversión hacia la Policía Armada de la época de Franco fue creciendo entre los ciudadanos más jóvenes con diferentes sensibilidades políticas por las maneras con las que eran tratados por este cuerpo de seguridad del Estado.

Me acuerdo de que si veían a un grupo un poco grande de mozos en la calle, hablo de siete u ocho personas, enseguida se dirigían a ellos y les decían que no podían estar juntas más de tres personas, por no hablar de las recurrentes peticiones para que se les enseñase el carné de identidad sin haber sucedido absolutamente nada para que fuese necesario identificar a alguien.

El rechazo fue en aumento, sobre todo hacia un cabo que aún es recordado en la ciudad por su celo a nivel laboral y ciertos desmanes, pero también hacia otros agentes que, quizá por ser la época que era, se permitían el lujo de, por ejemplo, tomarse una copas en una cafetería de la zona de A Compañía atestada de gente sentada en su terraza, salir uno de ellos y, como el otro no se decidía a salir del local, usar la megafonía del coche patrulla para, en repetidas ocasiones, conminarlo a abandonar el bar y así poder continuar la ronda. No es broma. Yo estaba allí.

Y en eso llegó el rechazo total. Ocurrió en agosto de 1979, cuando la Policía Nacional cargó contra diestro y siniestro una noche de las fiestas patronales porque un reducido grupo de personas se manifestaban contrarias a que hubiese actuaciones musicales a puerta cerrada por las que había que pagar. El resultado de aquella carga fue decenas de contusionados por pelotas de goma y porrazos y un fallecido que, finalmente, no se probó que su muerte se debiese a algún golpe mal dado.

Poco a poco, las relaciones entre la Policía y los vecinos se fueron suavizando hasta llegar a un momento en el que se la consideró imprescindible, necesaria para tener una ciudad segura, y comenzaron los contactos con el Ministerio del Interior para que construyese una comisaría, pues se creía, por lo menos nuestros representantes políticos, que ello garantizaría la permanencia del medio centenar de agentes adscritos a la ciudad del Cabe. Desde el Ayuntamiento llevan unos 20 años intentando convencer al Ministerio del Interior y se han dado pasos como ceder la antigua nave del cuerpo municipal de bomberos, situada en la Rúa Duquesa de Alba, para el nuevo edificio de la comisaría. De eso hace ya un tiempo, un buen tiempo, pero el Ministerio de Interior no dijo ni mu.

Con el mismo objetivo, garantizar la permanencia de la Policía Nacional en Monforte, días atrás se le ofreció a los altos cargos de Interior el antiguo edificio de Sanidade, situado en la Avenida de Galicia, que ha pasado a manos municipales tras ser desafectado. Vinieron unos técnicos del ministerio a verlo y le dieron su visto bueno, pero de ahí a que se decidan finalmente a reformarlo y ocuparlo habrá, seguramente, un largo trecho. Mientras, seguirán en un edificio de la Avenida de Galicia alquilado por el que se paga una renta mensual de 2.500 euros.

¿Ha cambiado o no ha cambiado el cuento? El paso del tiempo es lo que tiene. De aquel rechazo se ha pasado a la aceptación, al acogimiento.

Las recientes tareas llevadas a cabo por la Confederación Hidrográfica Miño-Sil para arreglar unos desperfectos en el puente medieval de Monforte causados por una empresa que contrató el pasado verano para retirar material de arrastre almacenado en el pilar principal del viaducto han vuelto a poner sobre la palestra la necesidad de una actuación rehabilitadora integral en este Bien de Interés Cultural.

Es uno de los emblemas de la ciudad del Cabe, junto al colegio del Cardenal y al antiguo monasterio benedictino que hoy es Parador de turismo, que necesita un nivel de protección alto.

La Consellería de Cultura debería redactar un plan director para eliminar la abundante maleza que tiene el puente y proceder al sellado de las juntas existentes entre los sillares, algunas de ellas de tal tamaño que las palomas las usan como nido.

La asociación Amigos do Patrimonio de Lemos lleva años reclamando estas actuaciones sin, hasta el momento, ningún éxito.

Días atrás recogíamos en este diario las quejas de los vecinos de Monforte que, por los motivos que sean, no tienen domiciliados en el banco el pago de impuestos y tasas municipales, como la basura, el agua o el Ibi. El malestar venía dado tras saberse que la entidad con la que tiene un contrato el Ayuntamiento para el cobro de estos recibos, Abanca, decidió que todas las personas que acudiesen a satisfacerlos lo hiciesen a través de un cajero automático, algo que, cualquiera con un poco de sentido común, sabrá que para una persona mayor es todo un mundo desconocido.

El alcalde, Severino Rodríguez, dijo enterarse por este diario de lo que sucedía. Fue a la oficina principal de Abanca y, por lo que sabemos, los puso firmes. Y es que en el contrato firmado en su día con la entidad se especifica claramente la obligatoriedad de cobrar en ventanilla, durante todo el horario de oficina, los recibos municipales, quedando las nuevas tecnologías, como el cajero o la banca electrónica, como alternativa.

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