Blog | Que parezca un accidente

El fin del fútbol

EN UNA SOCIEDAD gobernada por el pragmatismo, de ritmos furiosos y días de vértigo, todavía se mantiene a flote el último reducto del pensamiento y la reflexión. Una institución ubicua y transversal, cercana a la utopía, que encuentra en el debate su razón de ser: el bar.

Porque los bares no se inventaron para beber -eso puede hacerlo uno en su casa-. Se inventaron para discutir. Y ni siquiera sobre cualquier tema, ya que no todos son admisibles. Sin ir más lejos, en un bar no se puede hablar de literatura. Ni de cine. Ni de derecho. Tratar allí esa clase de asuntos es una grosería. Los bares están hechos para acoger cuestiones de relevancia capital. Temas clave que no pueden quedar en manos de intelectuales, expertos o estadistas. Temas como el fútbol, por ejemplo.

Ayer por la tarde, como tantas otras veces, mi hombre detrás de la barra era Isaac Pedrouzo. Las grandes batallas dialécticas en los bares se producen siempre con el barman, porque en el fondo un barman lo sabe todo. Su vida transcurre de debate en debate, en una versión moderna del diálogo socrático. Discutíamos sobre fútbol analizando las posibilidades del Bayern de Múnich en el partido de vuelta de semifinales de la Champions League y las opciones del Real Madrid de derrotar a la Juventus, cuando Isaac formuló una tesis devastadora. Una de esas reflexiones que te obligan a darle vueltas durante dos o tres días mientras sales a fumar un cigarrillo y vuelves a entrar. "Las combinaciones para la final son cuatro -dijo Isaac-, y una de ellas podría suponer el fin del fútbol".

Si el Bayern no logra remontar el marcador en casa y los italianos caen en el Bernabéu al día siguiente, el fútbol asistiría a la primera final entre el Real Madrid y el FC Barcelona en toda la historia de la Champions. Un acontecimiento único que eclipsaría todo cuanto hasta el  momento ha sucedido en el mundo del balompié y todo cuanto a partir de entonces sucederá, curvando el espacio-tiempo futbolístico hasta el infinito como una singularidad gravitacional. No quedará nada de aquellos doce goles a Malta y su olor a mascarada y serrín. Tampoco de los seis títulos de Guardiola en una misma temporada, ni del récord de 100 puntos del Madrid en 2012 ni de la réplica del Barça en 2013. Desaparecerán Kempes y Mágico González y Maradona. El Liverpool de Benítez nunca habrá remontado el 0-3 al descanso del Milan en la final de la Champions de 2005. Ni Pierluigi Collina habrá certificado jamás los dos goles en tiempo añadido que dieron el título europeo al Manchester United para cerrar el siglo XX. Una final entre el Barça y el Madrid lo es todo. Poco podría suceder ya después.


El 25 de agosto de 2012, día en que Neil Armstrong falleció, Manuel Jabois reflexionaba en su obituario sobre la parte más complicada del viaje a la Luna, señalando con gran acierto que no había sido la ida lo más difícil sino la vuelta. Qué puede hacer un hombre que ya no puede hacer nada. Qué haces con tu vida cuando ninguna otra meta puede compararse a haber sido la primera persona, después de los más de cien mil millones que han vivido en la Tierra, que pone sus pies en otro lugar del universo. Después de semejante hito histórico, ningún objetivo terrenal tiene demasiado sentido. Lo único que puedes hacer, y así lo hizo Neil, es sentarte a esperar el fin.


En el planeta fútbol, volar a la Luna es asistir a una final de Champions entre el Barcelona y el Real Madrid. Ningún otro partido, torneo o fichaje podría despertar interés alguno una vez se haya celebrado un encuentro así. A quién podría importarle ya un Manchester City - Borussia Dortmund o un Argentina - Brasil. Ni siquiera el siguiente Barça - Real Madrid. Mi recomendación es impedir ese partido a toda costa, y si para eso hay que ir a la huelga, se va. Porque aunque muchos se quejen de que los futbolistas quieran hacer huelga -ganando todo lo que ganan no van a tener encima los mismos derechos constitucionales que los demás- y aunque otros, futbolistas incluidos, reclamen que en caso de huelga sí se jueguen los partidos de Champions -huelguistas sí, pero no tontos-, en el fondo estoy convencido de que toda esta pantomima laboral se ha orquestado para frenar el fin del fútbol.


Y si no es así, es una lástima, pero algo hay que hacer. Por ejemplo, en el partido de vuelta de la semifinal, alguno de los dos equipos podría sacrificarse por el bien de su deporte y dejarse perder. Y quien dice alguno de los dos equipos dice el Barça, claro. No va a ser el Madrid.

* Artículo publicado el domingo, 10 de mayo de 2015, en la edición  impresa.

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