'La aldea del sida', un gueto para seropositivos en Camboya

Vivir hacinados en pequeños habitáculos de chapa metálica dentro de un gueto en las afueras. Ésta es la solución del Gobierno camboyano para unas cuarenta familias de Phnom Penh afectadas por el VIH, a las que ha desahuciado de sus casas.

El nuevo barrio, conocido ya por los vecinos como ''la aldea del sida'', se encuentra en Tuol Sambo, un descampado rodeado de arrozales a más de veinte kilómetros de Borei Keila, el céntrico distrito de la capital donde vivían y en el que las autoridades planean desarrollar un complejo urbanístico y comercial.

La nueva ubicación ha dejado a los enfermos de VIH sin acceso a los centros sanitarios, además de cortarles la fuente de ingresos, basada en la venta ambulante, la recolección de basura o la construcción.

''Aquí no tengo oficio ni puedo pagar el transporte hasta la ciudad para ir a trabajar. No gano nada de dinero y tampoco puedo comprar comida'', explica Vanna, uno de los vecinos de Tuol Sambo.

Afectados por el VIH
La peor parte se la llevan los afectados por el VIH como Sok Trau, de 38 años, que convive desde hace seis con un virus que le ha dejado los huesos sin movilidad.

''No me quedan casi medicinas'', dice Sok, tumbado en la cama, mientras su madre lamenta que su hijo ''no puede caminar ni trabajar''.

El Gobierno camboyano se ha comprometido a garantizar el suministro de retrovirales, pero las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la zona lo niegan.

En una carta dirigida al primer ministro, Hun Sen, un centenar de estas instituciones dedicadas a la lucha contra el sida en todo el mundo denuncian que el Gobierno ''ha dejado en manos de las ONG el acceso a los medicamentos y el coste de los traslados a los hospitales de la ciudad''.

Según Médicos Sin Fronteras, la vida en Tuol Sambo agravará el estado de salud de los enfermos, pues el lugar ni siquiera alcanza las condiciones de vida mínimas de un campo de refugiados.

Pabellones sin servicios básicos
Un cable de la red de suministro eléctrico y un pozo de agua son los únicos servicios con los que cuentan los seis pabellones divididos en una decena de habitáculos de diez metros cuadrados.

''El pozo está contaminado. Sólo sirve para lavar la ropa. Para beber, tenemos que recoger el agua de la lluvia'', asegura Suon Dahvy, una mujer de 42 años que comparte el lecho con su marido y sus seis hijos.

Los vecinos emplean una botella de plástico a modo de embudo para recolectar la lluvia del tejado, que guardan en unas tinajas de barro o cubos.

La pesadez del calor
El calor también es un problema. La chapa de las paredes convierte el interior de las casas en un horno, al salir el sol.

''Es sofocante, no puedo estar dentro de casa'', se queja Lay Aan, una mujer de 68 años que duerme sobre camastro de bambú sin colchón.

Otros moradores de la aldea, los últimos en llegar, sólo disponen de una esterilla para amortiguar la rigidez de la base de cemento donde se sustenta la estructura metálica de sus nuevos hogares.

Entre los pabellones hay una especie de calle de poco más de un metro de ancho en el que el barro se mezcla con lo que parecen ser deshechos de una cloaca.

Escasa alimentación
Ahí es donde los vecinos improvisan sus cocinas en las que hierven algo de arroz y asan lo que encuentran por los arrozales.

Al igual que ocurrió en los tiempos del régimen del Jemer Rojo, la fauna que habita en los campos de arroz se ha convertido en la principal fuente de proteína para los vecinos de Tuol Sambo.

Cangrejos, ranas y algún pez minúsculo cuya captura se convierte en el único entretenimiento de los niños, dan sabor a los guisos de arroz.

Kon Pisey, madre de dos hijos, muestra un bol con una docena de cangrejos. ''Esto es todo lo que tenemos para comer hoy'', dice.

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