Opinión

Buenos días

NO SUPERAN las siete de la madrugada. Pero, allí está. Ha vuelto a pasar otra noche en el mismo rincón de una céntrica calle de Pontevedra. Donde los cajeros escupen billetes mientras no abren las puertas del banco. Así de paradójica y caprichosa es la realidad cotidiana. Solo un puñado de metros marca la diferencia: dormir en el frío suelo o acomodado por el tupido colchón del capitalismo. No parece haber más opciones. La exclusión social se amotina en ese lugar. Se hace fuerte. Reivindica un escenario propio para representar la función diaria en el teatro de vida. Al oscurecer el día llega el toque de queda. La soledad golpea con el mazo de la indiferencia. Y la solidaridad huye en paradero desconocido. Un hombre arropado por una vieja manta, desgastada por el uso y el lógico maltrato, busca dar rienda suelta al sueño. Que lo consiga o no parece importar poco. Es un fiel oyente de radio; de hecho, suele escuchar la emisora de la competencia. Y, a pocos centímetros del receptor, con las castigadas manos protege una pequeña caja metálica en la que conserva cigarrillos que todavía pueden tener una segunda oportunidad. En ocasiones, algunas personas le saludan mientras introducen su tarjeta y sus claves para sacar una pequeña cantidad de dinero. Él se muestra agradecido y devuelve el gesto con un fuerte tono de voz: «Buenos días». Un hecho que se repite y repetirá todo el año. Una y otra vez. Ya se sabe que, hasta la fecha, la pobreza no conoce el descanso.

Comentarios