Opinión

Sobre los toros

EL AÑO pasado me preguntaron en una tertulia televisiva cuál era mi postura en relación a las corridas de toros, y respondí que tengo con ellas la misma relación que con el brécol: me gustan, pero sin entusiasmarme. Si los toros o el brécol desapareciesen de mi vida, esta no sufriría ninguna alteración, como ocurriría si se me privase del teatro, el tomate, el cine francés o las patatas fritas. Sin cine y sin patatas mi vida caminaría hacia el abismo. Sin brécol hervido y medias verónicas, todo seguiría más o menos igual.

Aclarado este punto, me alarma la obsesión relativamente moderna de cargarse la fiesta, porque el afán de suprimir las ‘touradas’ viene de la mano de supuestos amantes de los animales. Yo me pregunto qué será de los toros de lidia cuando dejen de protagonizar un espectáculo. Quién se ocupará de la carísima cría de una especie que no sirve para nada más que para morir en la plaza al son de los clarines. No conozco a nadie dispuesto a mantener durante años a un bicho —bellísimo— que no hace otra cosa que tumbarse al sol y comer estupendamente mientras llega su hora. Si de verdad les preocupa el toro, procuren mantener vivo el noble arte de la tauromaquia. El toro bravo existe porque existen toreros, capotes y monteras, estoques, banderillas, picadores y romances de valentía. En cuanto eso desaparezca, el toro será como un dinosaurio rex o un pájaro dodo: habrá que verlo disecado en los museos, y los más viejos del lugar contarán a sus nietos que hubo un tiempo en el que las dehesas extremeñas ofrecían el soberbio espectáculo de cientos de toros exhibiendo su trapío y dirigiendo miradas de sordo desprecio a aquel que los observaba. Sé que la buena intención preside las maniobras de los que se definen antitaurinos, pero quienes dicen proteger al toro lo están condenando a la extinción. No me parece muy buen negocio, pero allá los ecologistas y los cultivadores de brécol. Ya he dejado claro que esta no es mi guerra.

Comentarios