Opinión

Osman

EL PEQUEÑO tiene la condición de refugiado porque así lo han marcado las cartas de su vida. A temprana edad se habituó a afrontar una parálisis cerebral en medio de la nada. Tras una travesía endiablada por la frontera de Macedonia con Grecia; huyendo de la pobreza, de un país trastornado por la letal mano de occidente como es Afganistán, él y su familia acabaron atrapados en el campo de Idomeni. Ahí, se detuvo su peregrinar a la búsqueda de una oportunidad. En una inhóspita tienda de lona, de tres metros cuadrados, ahora intenta resistir al frío y al calor. A la falta diaria de agua y comida. A la ausencia de una atención médica, en su caso, imprescindible. Tiene ocho años. Nació sano hasta que las complicaciones de una meningitis, al cumplir el año, frenó en seco su desarrollo infantil. Desde entonces, la lucha por convertir cada día en una experiencia única es admirable. Hasta tal punto que miembros de la ONG Bomberos en Acción reconocen estar cautivados por su historia. Tanto que montan guardias de 24 horas (día y noche) para tratar de actuar en caso de una crisis nerviosa. La abnegación les ha llevado a realizar una campaña en la red para que el niño pueda ser acogido en España. De momento, superan las 150.000 adhesiones. Pese a ello, el tiempo avanza convertido en el peor enemigo. Y mientras tanto la salud de Osman titubea, como una bombilla vieja, a la espera de la llamada de un ministro que nunca llega.

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