Opinión

Los verdaderos culpables

POR ENCIMA de los liderazgos y las personas están el sentido de Estado y la viabilidad del país. Por encima de las ambiciones y del poder están el bienestar de los españoles y la credibilidad del sistema. Por encima de los partidismos y los personalismos están el interés general y el bien común. Luego: ¿Quién cree usted que no entiende estas normas básicas de la democracia y la convivencia? ¿Se le puede poner nombre a la culpa o es culpa de todos?

La primera respuesta es obvia: de quien no es culpa es de los ciudadanos. No es culpa de esta sociedad generosa, bondadosa, que acepta el bloqueo de España con resignada paciencia en espera de que nuestros políticos resuelvan la caza del pokémon de la gobernabilidad. La segunda respuesta puede tener legítimas explicaciones en uno y otro sentido, si bien en la presente sesión de investidura actualmente en desarrollo la llave de la gobernabilidad la tiene Pedro Sánchez. Y es Sánchez el líder que dice NO con inestimable y reiterada contundencia y convicción, dando lugar a una agónica prolongación de un Estado en funciones al que se ve abocado este país necesitado con urgencia de Gobierno.

Si de lo que se trata es de devolverle a Rajoy el golpe humillante de la investidura frustrada hay una pequeña diferencia: Sánchez no había ganado las elecciones cuando recibió el encargo del Rey de formar Gobierno y topó de frente con la realidad de su derrota electoral. Sin embargo, Rajoy no sólo ganó el 20-D, sino que venció e incrementó la diferencia respecto a sus rivales en la segunda convocatoria electoral del 26-J. En consecuencia, puede suceder que en unas terceras hipotéticas elecciones se reproduzca el mismo esquema pero con una ventaja aún mayor del PP, por lo que no se entiende la osadía de impedir un Gobierno legítimo respaldado por 170 escaños tras los pactos de investidura. A la otra opción de un Ejecutivo de perdedores encabezado por la izquierda (PSOE y Podemos) parece faltarle credibilidad y viabilidad por el rechazo que ambas formaciones se profesan culpándose una a la otra de su pérdida de representación.

En la hipótesis de que se consume la no investidura de Rajoy, no se puede descartar un plante mediático y ciudadano que limpie las malas hierbas de lo que se supone es una gran democracia. De lo contrario, los españoles se verán de nuevo abocados a la incertidumbre de la indefinición y la parálisis que debe avergonzarnos a todos. En dicho supuesto, si tras las elecciones vascas y gallegas no hay una solución viable que permita la investidura del ganador legítimo de las elecciones generales, España debe replantearse el voto en los comicios de Navidad, porque Navidad es ya a todos los efectos el 18 de diciembre. Por no utilizar palabras gruesas, esta obstrucción y atragantamiento nos puede costar caro. Pero realmente, como el tiempo es sabio, pagará o pagarán los verdaderos culpables: aquellos que piensan en sí mismos antes que en el conjunto de lo público, verdadera razón de la política.

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