Opinión

Un portero en mi memoria

JOSÉ JUAN podría haber cambiado mi vida mucho antes de haberlo conocido en persona y de haber disfrutado de su talento. José Juan podría haber hecho que mi hija no hubiera nacido, que yo estuviese viviendo en cualquier otro lado o ejerciendo otra profesión.

Jamás olvidaré la primera vez que lo vi. Fue un domingo de mayo en 2003. Había quedado con mi mujer —novia incipiente en aquel momento— en el Bar La Liga de Santiago. Daban un Celta-Rácing de Santander.

Con medio cerebro en la conversación —a mi señora no le gusta el fútbol— y otro en el partido, vi que expulsaban a Cavallero en el 53 con 1-0. Salió un tal José Juan, un tipo del B.

Observé su cara. No era muy distinta a la actual, a pesar del contexto. Era una expresión de tranquilidad, como el que se acaba de levantar y no nota el aterrizar en un estadio con 20.000 personas. Encajó a los tres minutos. Edú hizo el 2-1 en el 85 y, cuando yo saboreaba la victoria, Gustavo López perdió un balón en el 93. El Rácing acabó forzando un córner que cabeceó Diego Alonso tras una cantada antológica de José Juan. En ese momento se acabaron las risas. Solo hubo silencio el resto de la tarde. Mi mujer debió pensar que era bipolar hasta que se dio cuenta de lo que era salir con un tipo del Celta.

Una década después, Diego Rivas le dejó su puesto a aquel portero que casi arruina mi futuro matrimonio. Cuando Carlos Mouriz confirmó su llegada aquel error se me pasó por la cabeza. Deseé que no hubiera ningún Gustavo López que perdiera el balón y que aquel fallo fuese una rareza de un arquero de carrera amplia. El destino cumplió mi deseo para ver a un profesional intachable, un
mago capaz de salvar cualquier balón, un tipo cercano y humilde, incapaz de rendirse ante la adversidad. La grada se lo premió
con un cariño inagotable y yo, con un matrimonio.

Comentarios