Opinión

El quién es quién

NO ME gustan nada las agendas. Y menos aún las de los móviles. Tengo fe ciega en una capacidad memorística de la que carezco, lo que me trajo más de un disgusto. Creo que fue hace dos años que olvidé mi propio cumpleaños hasta que me felicitaron, aunque esto quizás tenga una lectura más profunda. En este trabajo es frecuente tener que apuntar cosas a dos años vista. No consigo recordar ni una sola. Aún así, sobrevivo en este negocio. Sin agenda y sin Facebook. No estoy presumiendo: esto no me convierte en un prodigio, me convierte en un vestigio. Cualquier día esta casa traerá aquí un joven aseado y guapo con don de lenguas, 2.134 seguidores en Facebook y una agenda electrónica insertada mediante un microchip en el cerebro y recibiré una llamada en la que me agradecerán los servicios prestados. Prometo no montar una escena. Hace tiempo que tomé conciencia de ser un molesto residuo del siglo XX y como tal memorizo cosas, sobre todo números de teléfono. Esa agenda sí la llevo de fábrica. Las otras, además, me ponen triste. Mucha gente que sale allí está muerta y a otra querría matarla. Para eso sí están bien: ves los nombres y recuerdas quién es quién.

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