Opinión

Intolerantes y violentos

La agresión a una pareja gay por neonazis en Madrid ya lleva la condición de fascismo en la definición de sus autores. La agresión en Granada a una monja católica, por "ser monja", es fascismo intolerante de la misma factoría que el de Madrid contra unos homosexuales, aunque la etiqueta del embalaje y la marca comercial de uno y otro parezca diferente. En el mismo paquete va el incendio provocado en la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid. El laicismo, la aconfensionalidad o la independencia de la ciudad secular frente a toda religión o autoridad religiosa guardan la misma relación con estos hechos violentos que la velocidad con el tocino o, aunque la RAE lo entienda como mal sonante, supone exactamente confundir el culo con las témporas. Algunos a lo mejor lo están confundiendo en el discurso que envían a la sociedad, tanto en la intolerancia frente a la libertad sexual como en la ceguera frente a la religión. El anticlericalismo rancio, de tan raigambre hispana como pudiera ser el machismo más burdo, aflora hoy de cuando en cuando bajo discurso encubierto de pesudomodernidad laica —cristianofobia, sí, también— sobre el que conviene estar tan prevenido como ante la intransigencia religiosa que se pretende introducir bajo hipotéticos valores morales universales. Son graves los hechos de Madrid —la agresión a la pareja gay y el incendio en la capilla de la Universidad— y el suceso de Granada —la agresión a una monja por su condición religiosa—. Y es, o debería serlo, muy preocupante que el discurso público de condena sea selectivo: no sea el mismo y con idéntica procedencia. Por la derecha y la izquierda en todos los casos. Frente a la intolerancia, y si esta además ya se acompaña de violencia, no cabe comprensión ni silencio. La metástasis de esta enfermedad puede penetrar rápidamente en el cuerpo social y dañar la convivencia y la paz.

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