Opinión

¡Boza!

NUEVA ENTRADA de centenares de personas a través del Tarajal en Ceuta. En uno de los puntos fronterizos que separan a España de Marruecos. Nada nuevo en una de las primeras madrugadas del mes de agosto. Lo hicieron por el método habitual: burlando los controles policiales en una imparable carrera contra la insolidaria política migratoria practicada por ambos países. Apurando unos metros decisivos con el deseo en el corazón y la mente de conquistar un territorio donde, dicen, reside la esperanza. No será la primera, ni parece que será la última ocasión en la que se pueda escuchar el eufórico grito de “¡Boza, boza!” en un tono elevado. Una de esas palabras que el fenómeno de la inmigración ha logrado convertir en una inapelable expresión universal. Uno de esos términos cargados de rabia contenida. Que repetido un par de veces supone el final del tortuoso camino. El éxito de una peligrosa travesía que emprendieron más de los que llegaron: a veces, a Europa. A veces, a Marruecos. Entonar ese alarido es una insustituible terapia para expulsar gran parte de la tensión acumulada durante semanas y meses en los que ha sido más fácil morir que vivir. Se trata de un desafío al destino. De una reivindicación para derribar muros. De invocar una nueva oportunidad tras dejar atrás unas raíces, en ocasiones, irrecuperables. Pero, en este último caso, también hubo que soportar golpes, patadas y malos tratos de las fuerzas policiales por el mero hecho de cruzar de un país a otro careciendo del pasaporte o visado en regla. Agresiones que son un incomprensible comportamiento de los cuerpos de seguridad que se producen con demasiada frecuencia a pesar de que colisiona de manera frontal con los principales supuestos de los Derechos Humanos. Incumplimientos reiterados en las formas y en el tiempo. Y, pese a las denuncias públicas y judiciales, las consecuencias suelen derivar en una leve repercusión administrativa, que no penal, para quienes se abonan al radicalismo en el denominado Control Fronterizo. Ahí termina todo. Ya se sabe que violencia llama a más violencia. No obstante, para llegar hasta la frontera, ha sido preciso recorrer medio continente africano (guiados en numerosas ocasiones por redes organizadas) atravesando países con enorme inseguridad y desiertos carentes de recursos tan básicos como agua o comida. Aun así, al conversar con ellos y con ellas, en diferentes lugares en los que se encuentran a la espera de una leve sonrisa de la vida, reconocen que lo volverían hacer. Que fugarse de escenarios repletos de pobreza extrema, de persecución política o de discriminación de género justifica el elevado riesgo y el enorme sacrificio. Por eso lo volverían hacer. Y cualquiera de nosotros, en su lugar, sin meditarlo dos veces, también obraría de la misma forma; eso sí, soñando durante el retorcido recorrido pronunciar al final del camino algo tan humano como “Boza, boza”.

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