Opinión

Odiar

¿POR QUÉ amas? ¿Por qué odias? ¿Por qué desprecias a otra persona, a otro ser humano? ¿Por qué lo haces, por el color de su piel? ¿Por su raza?, ¿por su religión? ¿Por su condición sexual? ¿Por sus conductas? ¿Por su éxito? Vivimos en sociedades abiertas, plurales, integradas y a priori, multiculturales. Ninguna raza, ni credo, ni cultura es superior ni mejor que otras. Somos lo que somos. Lo que hemos sido y seremos para otros. Siempre esto último que nos recuerden. Nada hay más frágil que la vida humana, que el paso del tiempo para el ser humano, pues solo el tiempo es eterno en su infinitud. Nosotros no. Pero odiamos, pero despreciamos, pero somos así, cobardes y mezquinos, negando para otros lo que queremos para nosotros. Insultando. Denigrando. Humillando al pequeño niño o adulto que es de otro color, de otra condición, de otra religión. No queremos saber nada de ellos. No nos importan. Cómo y en qué condiciones vinieron a nuestras sociedades occidentales, probablemente más hueca, vacía y hedonista que las suyas. No queremos ni ponernos por un instante en su situación, en lo que han o no sufrido, en cómo nos ven ellos, en cómo nos ven que nosotros les vemos. Hagan la prueba. A lo mejor su forma de mirarles cambia. Es fácil insultar, despreciar, descalificar, pero es mejor amar, confiar, abrazar, creer. Es fácil proferir descalificativos, insinuaciones peyorativas. Ese negro, el negrata, el que vino en patera, el moro, el judío, el latino, el panchito, el musulmán de…, el sirio, el gay, el homosexual, la lesbiana, el ateo, el cura…, pues todos sabemos el tono, el énfasis, la forma en cómo se profieren al pronunciarlos. Cuándo significan insulto y cuándo forman parte del lenguaje.

Todavía hoy en 2017 hay mucho racismo. Mucha visceralidad, demasiada falta de educación. Abundante estupidez, o si lo prefieren, estulticia, algo más culto y no tan vulgar para que los oídos sensibles no se alteren o mustien. Mucho odio, mucha miseria humana y moral. Estados Unidos, entre otros países, no es capaz de cerrar sus peores fantasmas. Sus demonios atávicos. Como ellos otros muchos países, y muchas sociedades que miran para el lado de la indiferencia, la falsa culpa, la hipocresía. Como escribió Nelson Mandela en su autobiografía en Rhode Island, cárcel-símbolo del odio, la miseria y la maldad humana, en su libro Long walk to freedom: "Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario."

El odio nos destruye, nos conduce a un abismo de inmoralidad, vacío, cinismo e hipocresía que erosiona al final nuestra propia libertad, nuestra existencia, nuestra forma de ser parte de una sociedad y para la sociabilidad. Es una forma de violencia que destruye el ser. Que lo envilece, que lo encierra en una cárcel propia y envolvente. A él y a su familia, a sus amigos, a sus vecinos.

En Charlottesville, en el corazón profundo de Norteamérica, algunos se creen superiores. La supremacía blanca. La gran impostura. Los prejuicios corroen. Es una forma de fanatismo. Pero prueben una cosa, intenten ponerse en la mirada de cada uno de ellos, de esos que son despreciados, odiados; a lo mejor descubren que ellos no les miran de ese mismo modo. A lo mejor son más humanos que usted y que yo.

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