Opinión

Justicia y dinero

HE HABLADO otras veces de mi tía Marina, la bibliotecaria de noventa años y salud de hierro que murió tras ser arrollada en un paso de peatones. Recuerdo como un mal sueño los días que siguieron al atropello, las noches de dolor de la anciana, su angustia por la hermana que dependía de ella. Y recuerdo también el silencio clamoroso de la compañía de seguros que se desentendió de la accidentada: fue su familia quien se hizo cargo de los artículos de ortopedia que hubo que comprar y de pagar la obra que necesitó la casa que volvió a habitar sólo unos días, porque se murió. Sus herederos demandaron a la aseguradora, cuyo comportamiento inhumano es difícilmente comprensible. Durante el juicio, tuvimos que escuchar cosas tan delirantes como que la muerte de mi tía –buena salud, autonomía, vida normal– nada tenía que ver con un atropello que hizo necesaria una operación larguísima y una semana de hospital, y que la postró en una silla de ruedas. Este viernes, la compañía de seguros –la misma que se desentendió de una anciana que había quedado inválida– echó en cara a la familia "que habían pedido mucho dinero". Es falso. Jamás se habló de dinero. Ni la familia lo pidió ni ellos ofrecieron cantidad alguna. Ni siquiera cuando Marina estaba viva y había que hacer obras en su baño, comprarle una silla de ruedas o contratar a alguien para que la lavara y la vistiera. Muerta Marina, la desvergüenza que toca ahora es negar la evidencia. Tenía muchos años, dicen. Se murió porque le tocaba. Los viejos se mueren. Pero hay algunos que se mueren más tarde que otros. Para vivir mucho ayuda, por ejemplo, que un coche no te destroce una cadera y haya que operarte de urgencia. Por eso no hablamos de dinero, sino de justicia. Mi tía creía en ella. Yo, a pesar de todo, también.

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