Opinión

A dónde conduce el puente

El paso del puente del Pilar nos lleva de un verano casi permanente, con la sequía como amenaza de empobrecimiento del país, a los efectos colaterales de un huracán que rondará Galicia. Y el puente se cierra en política con el interrogante de qué contestará el presidente Puigdemont al presidente Rajoy. Puede ser el paso de una España que buscaba, sin mayores sobresaltos, bajo el paraguas de la Constitución, que fuese avanzando una concepción y una práctica plural de su unidad, al conflicto abierto con una parte que quiere irse y renuncia al proyecto común. El puente conduce también, a causa de la inestabilidad política que genera la cuestión catalana, a temores en la economía que sale de una profunda depresión. El crecimiento puede ralentizarse de forma significativa cuando el objetivo debería ser trasladar a las rentas del trabajo los efectos positivos del crecimiento. Devolver parte del pago, en definitiva, que se le debe a asalariados y clases medias por cargar sobre sus carteras buena parte de las exigencias de austeridad que imponía la crisis. Otras reformas de racionalización de las administraciones no se llevaron adelante. Como por ejemplo la de adecuar la estructura de la administración del Estado a la realidad autonómica, que no se acaba de ver por algunos como parte integrante del Estado. Sucede esto por un extremo y otro: con quienes quieren construir realidades paralelas desde las autonomías, hacia el separatismo, y por quienes se niegan a desmontar la estructura y la presencia centralista como la única realidad de la unidad. No acaban de ver ni de aceptar que las lenguas y las banderas de las autonomías también son España. Por eso obviaron Trillo y Aznar colocar en la plaza de Colón en Madrid las banderas de las comunidades autónomas rodeando a esa gran bandera española. Si Puigdemont responde que sigue dentro, urge aceptar la España plural.

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