Opinión

Adioses sin rencores

AYER ME di de baja de un servicio al que llevaba suscrito unos años. Tampoco muchos, pero se había generado cierta microdependencia. Así que me costó. Cómo sería la cosa que tardé un tiempo en lanzarme a llamar. Más o menos un año, imagínese. Antes de hacerlo apunté con meticulosidad en un 'post-it' las razones que me iban a exigir para oficializarme la baja. También pensé por cuánto dinero me quedaría en caso de que me ofrecieran una rebaja. Aún así no las tenía todas conmigo y llamé algo acobardado. Una voz femenina parecía estar esperando mi llamada. Me pidió el DNI, me preguntó si yo era yo y ya quería colgarme la tía. Hasta ahí podríamos llegar: mi listado de infelicidades sobrevenidas no iba ni a ser mencionado. Así que algo confuso pregunté si no querían saber el motivo de la baja. La chica respondió indiferente: «Ah, sí, sí. Por supuesto». Y hasta me pareció adivinar cómo hacía garabatos en una libretita mientras yo le recetaba mis agravios. Qué tiempos aquellos en que te ofrecían móviles, teles, rebajas del 50% en el precio, lo que quisieras para que te quedases. Lo contaremos a nuestros nietos y nos dirán: «Lo que tú digas, abuelo» mientras garabatean en una libreta.

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