Opinión

La bomba es nuestro monte

Restos de una de las casas destruidas por los incendios que se registraron en Ponte Caldelas
Las críticas más contundentes a la Xunta las hizo, sin querer, su presidente cuando dijo que Galicia estuvo 12 horas a merced del fuego y que no puede probar el terrorismo que denuncia

GALICIA VIVIÓ una situación "excepcional e imprevisible" debido a la cantidad, calidad e intensidad de la actividad incendiaria, afirmó en el Parlamento en 2006 Alfredo Suárez Canal, conselleiro de Medio Rural. El portavoz del PP, el ahora subdelegado del Gobierno en Ourense, Roberto Castro, rechazó que hubiese una situación anormal y sostuvo que la ola de incendios, en la que se quemaron 77.000 hectáreas en doce días de agosto, se debió a que la Xunta estaba dirigida por "una partida de indocumentados".

Con lenguajes distintos, las posturas políticas tras la crisis de 2006 resultan similares a las de la actualidad, intercambiando las posiciones de los partidos y con el aderezo del elemento terrorista que introdujo Feijóo, en lo que se vislumbra la influencia en su trayectoria del presidente en cuyo Gobierno logró el impulso para volver a Galicia como el sucesor de Fraga, José María Aznar. Es una conexión que se suele obviar, porque en el terreno moral el actual presidente de la Xunta está muy alejado de las posiciones ultraconservadoras del aznarismo y porque no le secunda en sus ataques a Rajoy, sino todo lo contrario. Pero en el plano político el nexo sí se observa en la cuestión territorial o en la respuesta del domingo, cuando centró todo en una cuestión de orden público. 

Visto con perspectiva, todavía está más claro que entonces que Alfredo Suárez Canal perdió la gran oportunidad de confirmar en 2006 que era el mejor conselleiro del bipartito, casi el único que encarnaba el ideal del cambio respecto al fraguismo que habían prometido PSOE y BNG. Tendría que haber dimitido, para asumir la responsabilidad política de la catástrofe, en la que a mi modo de ver pesó el amago que hizo el BNG de reducir el gasto en la extinción, lo que llevó a la industria del fuego a no desaprovechar las condiciones de sequía, calor y viento. Sin ni siquiera cesar al director de Montes, Canal dijo quedarse para afrontar la imprescindible reforma estructural, pero carecía de la gran legitimidad necesaria para contar con alguna opción de éxito.

Si hubiese renunciado la oposición estaría en muchas mejores condiciones de fustigar a Feijóo y la única que lo intentó el miércoles, la nacionalista Ana Pontón, podría ser imparable, incluso con su escasa representación. Aun así ella sí se atrevió a plantarle cara a Feijóo, mientras el socialista Leiceaga parecía el portavoz de una fuerza satélite de los regímenes de partido único y Villares se perdía en el laberinto de sus comunicaciones con el presidente.

En la que es la primera gran crisis que vive en el poder, pues la de Angrois afectaba a la Administración central, el problema de Feijóo es él mismo, por la ofensiva demoledora que lanzó contra la Xunta en 2006. La foto de la manguera es el símbolo, pero lo relevante reside en el contenido, resumido en la manifestación del Obradoiro con él, Rajoy y familiares de víctimas mortales.

Quizá por ello es el propio Feijóo quien, sin querer, se ha hecho las críticas más contundentes. Ya lo pareció en la aciaga noche del 15-O, cuando dijo que no se podía ocultar la gravedad de la situación, lo que se podría interpretar como el reconocimiento de que ya no cabía la receta de su maestro Romay Beccaría de hacer de los incendios información reservada. Es opinable que quisiese decir esto. Pero en lo que no hay duda es que el resumen más descarnado de lo que pasó salió de sus labios cuando admitió que la Xunta perdió el control durante 12 horas, aunque fuese para reclamar que no se criticase este hecho. Y ocurrió algo parecido con su reconocimiento de que carece de pruebas de la existencia de una trama pese a llevar días hablando de terrorismo. Hay incendiarios, sin duda, pero el problema es el que nuestro monte es una bomba.

De los mecheros de Rubalcaba a los chorizos asados de Zoido
En agosto de 2006 Pérez Rubalcaba viajó a Galicia para informar, como si fuese una gran operación, de la detención de un brigadista con 14 mecheros y un litro de gasolina. Esta semana el ministro Zoido dio a conocer personalmente la detención de un incendiario, que quemó una hectárea por una imprudencia asando chorizos y que ya está en prisión. Había que culpar a alguien.

La muy tardía dimisión de Constança Urbano
Hasta esta última semana la gestión política de la catástrofe de los incendios en Portugal por parte de la oposición conservadora recordaba a la que hizo el centro-izquierda gallego la pasada legislatura del escándalo por la publicación de las fotografías de Feijóo con Marcial Dorado, pues al querer magnificar aún más los hechos lo que logró fue convertir en víctima al receptor de sus ataques y ponerle en bandeja darle la vuelta a la situación. En junio, tras la catástrofe de Pedrogão Grande, el jefe de la oposición y exprimer ministro, Pedro Passos Coelho, aún líder del partido conservador PSD, al principio se lo tomó con calma y esperó a que las llamas fuesen sofocadas. Cuando apareció en el municipio vecino de Castanheira de Pêra el 26 de junio, nueve días después de la tragedia, denunció supuestos suicidios de afectados por el fuego que no habían recibido el debido apoyo por parte de la Administración pública.

Incluso aunque las afirmaciones de Passos tuviesen base real sería muy discutible que resultase pertinente introducirlas en el debate político, por su carácter rastrero y por referirse a una cuestión tan delicada como el suicidio, que suele ser un tabú en los medios de comunicación. Pero es que además la información era falsa, como reconoció Passos Coelho horas después.

Esta metedura de pata dio oxígeno al Gobierno del socialista António Costa, que vivía en esos momentos sus horas más bajas. Al margen de la fatalidad del incendio, causado por un accidente en el tendido eléctrico, su gestión estaba en entredicho por su imprevisión, tras haber reconocido que la sequía había creado una situación excepcional, y por no haber resuelto los problemas que ya se habían detectado el año anterior en el catastrófico sistema de comunicaciones de emergencias, que acabaron siendo decisivos para que no se cortase la llamada carretera de la muerte.

Después el PSD de Passos volvió a pasarse de frenada cuando, a partir de una información publicada por el Expresso, denunció que había una lista oculta de víctimas, lo que el Gobierno desmintió dando los nombres de los 64 muertos. Frustrado por la habilidad del primer ministro António Costa para capitalizar la bonanza económica y mantener la cohesión de lo que parecía una alianza imposible con los comunistas y el Bloco, Passos se desesperó y se hundió, hasta morder el polvo en las municipales del 1-O, tras las que tiró la toalla como líder del PSD. Sus errores blindaron a Costa, que se negaba a ofrecer la cabeza de la ministra responsable del dispositivo contraincendios, la titular de Interior, Constança Urbano de Sousa, estrecha colaboradora y pupila política del primer ministro.

Pero los incendios de este fin de semana, que hicieron pasar de 100 el número de muertos y dejaron el peor balance en hectáreas quemadas del que haya registro estadístico, hicieron inevitable la dimisión de la ministra,sobre todo después de un muy duro discurso televisivo del presidente de la República. Si bien Costa acertó desde el principio al poner el foco en la cuestión de fondo, la reforma forestal, para ordenar el monte y limitar la plantación de eucaliptos, tardó demasiado tiempo en afrontar las evidentes responsabilidades políticas de su Gobierno.

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